lunes, 4 de mayo de 2015

Nicolasín



Las historias que explicaba el tío Anselmo sobre la guerra eran escalofriantes. Nadie podía imaginarse que aquel sesentón de barriga prominente, faz bobalicona y sonrisa perenne, hubiese sido capaz de hacer la mitad de las cosas que explicaba. La verdad es que a menudo nos preguntábamos si no sería todo inventado, y aquel hombre simplemente nos estaba tomando el pelo. Aunque, mirándole a la cara, era difícil creer que alguien tan memo fuese capaz de discurrir aquellas atrocidades. Siempre me viene a la memoria la historia de Nicolasín cuando hablo de ello, aunque no es la más bárbara de sus aventuras juveniles, tiene algo sórdido que golpea la imaginación del oyente, al menos la mía. El tío Anselmo la explicaba, más o menos, así: 

Por aquel entonces, cuando la guerra, la mayoría de los chavales del pueblo nos apuntamos al Movimiento. Así obteníamos alimentos sin problemas, y además te convertías en persona importante. Es que, en el aquel tiempo, no había guardia civiles, ni alcalde, ni ninguna autoridad en el pueblo más que el Movimiento, y si llevabas la insignia en la camiseta, podías hacer lo que te diera la gana. Bueno, algunos más que otros, quien se llevaba la palma era Nicolasín. 

Nicolasín, antes de la guerra había sido un don nadie; aún peor, era un desgraciado que no tenía donde caerse muerto. ¡Menudo cambio dio el tío! Dicen que fue él quien pasó por las armas al alcalde. Él, era el jefe del Movimiento en nuestro pueblo; lo que él decía iba a misa, y eso que no me llevaba más de un año, ¡vaya con el mocoso! 

Un día, mientras íbamos de patrulla por el pueblo, se le metió en la cabeza ir a casa del Genaro. El tío Genaro era un poco rojo, pero todos le respetábamos, porque, hasta hacía poco, había sido el maestro del pueblo y todos habíamos pasado por su mano. Sobre todo Nicolasín, ¡Menudas hostias le había dado! Como ese día, Nicolasín, estaba de muy mala leche, nadie discutió sus órdenes. 

La casa del maestro estaba un poco a las afueras del pueblo, subiendo por el cerro de la verneda. Como era temprano todavía estaban todos en casa; el tío Genaro, su mujer y la única hija de estos, la Puri. 

"¡Rojo de mierda!, te vamos a quemar la casa" gritaba Nicolasín mientras se acercaba, los demás no decíamos nada, todavía estábamos un poco fríos. "¿Qué queréis?" preguntó el tío Genero a la puerta de la casa. "Vamos a registrar la casa en nombre del Movimiento", Nicolasín le golpeó con la culata del fusil y lo tiró al suelo. Dentro, madre e hija se abrazaban asustadas. Comenzamos a remover todo lo que hallábamos a nuestro paso; los registros era lo que más nos gustaba hacer, siempre encontrábamos algo de valor. Cayeron sillas, vasos, vasijas ... Todo al suelo ¡Cris! ¡Cras! Cuanto más ruido más nos divertíamos. Nicolasín descubrió la pequeña biblioteca del maestro. "¡Venga, vamos a quemar todo esto!", comenzó a tirar libros al suelo. Entonces el tío Genaro corrió hacia él con un palo en la mano, suerte que lo vi a tiempo y pude derribarlo de una buena patada. Nicolasín se giró hacia él, tenía la mirada ida, "Así que te resistes al Movimiento, ahora te vas a enterar, cabrón". Cogió el palo que llevaba el otro y la emprendió a golpes, izas! iZas! lo estaba moliendo a palos. La cosa empezaba a calentarse. "¡Dale fuerte a ese "joputa"!", comenzamos a gritar los demás. Ya no se le veía la cara de tanta sangre que le salía. "¡Mirad como por dentro es un rojo!", dijo Nicolasín, todos reímos. La madre y la hija corrieron para ayudar al tío Genaro, pero nosotros las detuvimos, yo agarré a la Puri, directamente de las tetas, ¡qué buena estaba la tía! "¡Ahora se van a enterar esas putas! ¡Sujétala!" Me dijo Nicolasín, mientras se desabrochaba los pantalones. Todos le animamos a gritos, ¡Uha, uha! Tuvimos que sujetar a la Puri entre dos, ¡Como gritaba la condenada! Para mí que era virgen, vete a saber ¡con quince años! 

Nicolasín tardó poco en despacharla, "¡sujetadme a la otra que voy "pa" ya!" Y tal como salió de la hija, entró en la madre. "¡A que esperáis! ¿O es que sois maricas?" Nos dijo. Oye, una orden es una orden, así que sin esperar más me trabajé a la Puri, conmigo no luchó tanto, ya sabía yo que me tenía echado el ojo. Pues nada, que así pasamos los siete u ocho del grupo; de la madre a la hija, y de la hija a la madre. Yo con quien repetí más veces fue con la Puri, ¡es que le tenía unas ganas! De aquella se quedaron preñadas las dos, ¡Vete a saber quién sería el padre! ¡Vaya par de guarras! 

Cuando acabamos, Nicolasín dijo que no se tenían que dejar cabos sueltos, así que se acercó al apaleado. "¿Qué? ¿Te has quedado con las ganas de que te diéramos por culo, eh? Pues no te preocupes. ¡Bajadle los pantalones!" Nos sorprendimos un poco, pero obedecimos sin rechistar. El tío Genaro no ofreció resistencia, y se lo dejamos a punto. Nicolasín cogió su fusil y dijo al otro: 

"Mira lo que tengo para ti, maricón" y en un tris tras se lo clavó por detrás y enseguida ¡bang! le reventó las tripas. 

Después, el "Gafotas" redactó el informe diciendo que al registrar la casa del maestro, este había ofrecido resistencia y había fallecido en el tiroteo. Nicolasín nos hizo firmar a todos como testigos de los hechos. Y nunca nadie preguntó por el tío Genaro, ni quien preñó a sus mujeres. ¡Menudo tipo el Nicolasín, ja, ja, ja..!


AUTOR: Rafael Ogalla


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