jueves, 7 de mayo de 2015

El sueño de todas



Mireia, corre por entre bambalinas mientras Luigi intenta ordenar las alborotadas ondas de su largo pelo rubio. En el Backstage, otras cincuenta personas atienden las necesidades de las exhaustas modelos en el último desfile de la temporada. Los intensos focos, que a saltos la ciegan, emiten un calor insoportable, “aun recuerda la ocasión en que se permitió pedir que bajaran su intensidad, añorando el sol de su evocada Copacabana, para recibir unas expuestas risas que nada añadieron más que indiferencia a raudales”. Quince angustiosas horas en pie la habían llevado a seis escenarios distintos. –Raras son las sombras que no machan un sueño- le decía su abuela para bajarla a la tierra, a la que tanto quería y echaba tanto de menos: varias sesiones fotográficas, pruebas de vestidos y otros tantos eventos publicitarios, sin apenas probar bocado. Todavía, muerta de risa, se revuelve en su enorme bolso la mitad de una barrita energética desechada a media mañana para llegar al peso obligado por esta última Agencia que contrata bajo unas estrictas reglas de tallas.

A Luigi se le quiebra el corazón cada vez que su antebrazo roza el esquelético cuerpo de esa criatura: de esa niña de apenas diecisiete años. ¡A cuantas ha visto!, ¡a cuantas! correr y correr en las maratonianas jornadas de trabajo que promueven estos desfiles de Alta Costura. ¡A cuantas!, “ni el día que naciera su preciosa Irene tuvo que correr tanto”.

La regidora exhibe una vez más la huraña mirada que implica estar atentas y preparadas, mientras ella intenta mitigar la fatiga respirando con pequeñas y entrecortadas inspiraciones el aire revuelto y plomizo que parece faltar entre los nerviosos cuerpos de las niñas pintadas hasta casi sus senos. “¿dónde estarán ahora sus sueños de princesa, los viajes maravillosos con los que fantaseaba en su Río de Janeiro natal?, ¿dónde le fueron extraviados por estas absurdas prisas, saltando de ratonera en ratonera, sin poder ni siquiera disfrutar el sol de tantos lugares que sin duda debieron ser hermosos?, ¿cuántos recuerda apiñadas siete y ocho chicas en apartamentos de mala muerte?”

La luz baja unos instantes. ¡es la señal!, la fatiga se oculta tras el dolor de unos zapatos de vertiginoso tacón, de la incomodidad de un vestido incapaz de llevar con elegancia, de los focos derritiendo el maquillaje, quemando el esmalte de esas, nada prácticas, uñas. La espontaneidad de la adolescencia se disimula, se retrae. Las sonrisas no existen, y si el nerviosismo las empuja, son aplacadas por las órdenes de la regidora.

La música da el pie a la primera sección, empujadas por las rudas manos de la frustrada mujer que un día quiso ser como ellas: que soñó lo que ellas. Y la boca del estómago se comprime aun más, casi se cierra dentro de una talla que no es la apropiada para su complexión. Solo teme caerse, y mira hacia un techo enmarañado de cables y focos, emulando el cielo donde imagina ver como su abuela le sonríe y la anima.

Es su turno, está a un paso de terminar otro día de penurias y poder acabarse su olvidado desayuno. El ingrato nerviosismo que atesora su vigila, intenta enviarle las señales para que su cuerpo deje de doler por unos instantes, pero en ese cuerpo ya nada responde. Y Luigi la sostiene como lo haría un hermano mayor antes de su primera función en la escuela, olvidando por un momento su condición de gran estilista de “Celebrities”. Las únicas manos que estimulan a la niña modelo antes de enfrentarse al irrefrenable y brillante Sol agobiador de la pasarela. Y con el primer paso, los ametralladores flashes imprimen, en sus películas y memorias digitales, otra burla del Pret a Porter francés, sin reparar en la inaudita delgadez de quien está sufriendo el penoso sendero empedrado de la vida de una modelo. Ese sueño de todas.

AUTOR: Sergio Suárez

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