miércoles, 6 de mayo de 2015

El asesino del parque


Mataró estaba convulsionado. Todo había comenzado dos semanas atrás, cuando el cadáver de un niño de ocho años apareció degollado, al pie de uno de los grandes cedros del Parc Central. La noticia causó desconcierto en toda la ciudad, se hablaba de violencia juvenil, malos tratos, drogas, violacio­nes... De hecho cada ciudadano tenía su propia teoría sobre el caso, los medios de difusión locales trataron el tema ampliamente, e incluso se habló de ello en Antena 3, en una especie de "Reality Show" macabro. Pero cuatro días después, se encontró el cuerpo sin vida de Carla, una niña de siete años, en el césped del parque de Cerdanyola, (oficialmente parque Puig i Cadafalch), debajo de uno de los nuevos puentes de madera. 

El asunto tomó un cariz diferente; podía tratarse de un asesino en serie. El miedo se adueñó de la ciudad, alguien se dedicaba a asesinar a niños. Creo que fue el Punt Diari el primero en utilizar el calificativo de "El asesino del Parque". Todos los noticiarios nacionales se hicieron eco del crimen, y el jefe de la comisaría de Mataró tuvo que dar explicaciones públicas sobre la marcha de las pesquisas. 

No habían pasado ni cuarenta y ocho horas desde que se descubriera el segundo cadáver, cuando apareció el tercero. Otro niño y otro parque; esta vez fue en la Plaza Catalunya, medio hundido en el estanque de la fuente central. 

Mataró estaba convulsionado; era el centro de atención de la prensa europea, el presidente del gobierno asistió al último funeral, que se convirtió en una celebración multitudinaria donde toda la ciudad presentó su repulsa por los crímenes. Pero nada de ello servía para tranquilizar a los padres que temían por la vida de sus hijos. 

Las calles se llenaron de policías y periodistas, y se vaciaron de niños. El asesino del parque había cambiado a la ciudad. 

A mí, también me había afectado, naturalmente, aunque tenía más rabia que miedo. Yo no temía por mi vida, vivía solo, sin familia cerca. Mi única compañía por entonces era mi perro Chyli, al que sacaba cada tarde a pasear después de volver del trabajo. Fue precisamente en uno de esos paseos cuando sucedió. 

Habían pasado dos semanas desde el primer crimen. Era un jueves por la tarde, una de esas tardes frías de otoño en que la oscuridad cae lentamente envolviendo en sombras a la ciudad. Crucé el Camí del Mig y fui a buscar la Avenida Lluís Companys, Chyli saltaba de alegría a mi alrededor, exhalando un vapor húmedo de su gran bocaza. Alegría que contrastaba con la tristeza de la ciudad. "Qué suerte", pensé "poder ignorar lo que ocurre a tu alrededor". Pasé a la acera del polígono, para poder andar por el mullido césped de ese lado. En el campo de fútbol del Pla d'en Boet los infantiles acababan su entrenamiento, dos policías guardaban la entrada y todos los padres esperaban a sus retoños. Seguí bajando hasta el Clos Arqueológic, en la esquina del monstruo de hormigón me encontré con dos guardias civiles: "Buenas tardes", nos saludamos.

Crucé al otro lado, a la Pollancreda, y me acerqué a la fuente para que Chyli pudiese beber. El parque estaba desierto. Aunque aún no había oscurecido, no era imposible distinguir nada bajo la sombra de los árboles. Por un momento no pasó ningún vehículo por el cruce de carreteras y el silencio me hizo estremecer. En la parada de autobuses, al otro lado de donde yo estaba, vi caminar a un anciano con una niña de la mano. Chyli corrió detrás de una urraca que lo ignoró hasta el último momento, echando a volar con un graznido para internarse en la oscuridad del parque. El anciano me miró, y me saludó con la cabeza; entonces lo reconocí, era mi vecino, un viejo solitario y refunfuñón, a la raya de los ochenta, con el que discutía a menudo por la costumbre que tenía de tirar porquerías al otro lado del muro de su patio, es decir, justo en el mío. El viejo siguió su camino, con la niña en una mano y el bastón en la otra. A paso lento, se dirigió hacia la misma oscuridad que había camuflado a la urraca. No recordaba que el anciano tuviese ningún nieto, en realidad nunca había visto que lo visitase nadie. Una extraña aprensión se apoderó de mí. No podía ser, un débil anciano medio inválido. Empecé a angustiarme, las figuras del viejo y la niña se adentraban en el parque. ¿Qué hacer? ¿Avisaba a los guardias que había visto antes? Era ridículo. Mejor ir a hablar directamente con él. ¿Qué le iba a decir? Al final disipé mis dudas, y sin saber muy bien qué iba a hacer, corrí hacia las sombras. Me detuve a dos pasos del viejo, las palabras surgieron solas. 

- ¿Qué hace con esa niña? 

El viejo no respondió. Sin soltar a la pequeña, (debía tener unos cinco años), dio dos pasos hacia mí y antes de poder darme cuenta me asestó un fuerte golpe con su bastón. Todo dio vueltas a mi alrededor, perdí el conocimiento, me pareció que por unos segundos, aunque debió ser bastante más, pues lo siguiente que recuerdo es la lengua de Chyli lamiéndome la cara y el peso de un pequeño cuerpo sin vida sobre mis piernas. La pareja de guardias civiles corrió hacia nosotros, yo me incorporé y cogí a la niñita, muerta, en mis brazos. No había ni rastro de mi vecino. 

No me percaté de la gravedad de mi situación hasta varios días después, cuando la policía encontró en mi patio unos zapatos y una pulserita pertenecientes a las víctimas anteriores. Nadie creyó mi versión, nadie había visto a mi vecino, además, ¿Cómo pretendía culpar a un indefenso ancianito de mis crímenes? 

La ciudad durmió tranquila, aunque yo gritaba, a las sordas paredes de mi celda, que el asesino continuaba en libertad. Mi esperanza era que él volviese a actuar. Pero, a los pocos días de cumplirse la sentencia, hasta esa desesperada opción desapareció. El diario local publicó una noticia que me llamó la atención: 

"LA ÚLTIMA VÍCTIMA DEL ASESINO DEL PARQUE. El asesino del Parque se ha cobrado su última víctima desde la cárcel: Hoya muerto el anciano de setenta y nueve años, vecino del criminal, que había sido acusado reiteradamente por este de los atroces crímenes. El forense ha dictaminado que la muerte se ha debido a un ataque cardíaco. Sin duda, el agitado proceso judicial al que fue injustamente sometido hizo mella en su viejo y delicado corazón ... "


AUTOR: Rafael Ogalla 

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