lunes, 6 de abril de 2015

¡La verdad y nada más!


Los primeros recuerdos que han quedado grabados en mi memoria datan a partir de los seis años.

Trato de alcanzar a mis padres. Es una pesadilla, es una utopía y así me convierto en una niña rebelde. Prendo fuego a una fábrica de productos químicos, me siento en una sillita delante de esta y observo como todo se desvanece en la nada, igual que mis sueños.

Lloro la ausencia de mis padres mientras arrugo entre las manos aquel único recuerdo de mi padre, un retrato.

Lo supe hace poco. Más, ni me acongojó ver aquella foto tan arrugada, ni sentí remordimiento alguno por lo sucedido con la fábrica. No recuerdo nada, simplemente quería saber y aquella mujer, mi tía (una bruja, es mala) que se hizo cargo de mí durante los años de ausencia de ellos terminó contándome la clase de niña que era.

Parece ser que esta señora acostumbraba sacarnos, todos los días, al parque.

Siempre bien limpitos, me bañaba la primera, pero yo corría y me metía debajo de los coches aparcados para llenarme de grasa, no quería verme limpia, así que finalmente tuvo que optar por bañarme la última, no solo por mi gamberrada sino porque no fui la única que terminó bajo los vehículos, siendo niños eso le hizo gracia a alguno más que acabó imitándome aunque también obedeciendo cuando se le dijo que eso no se hacía, lo que no fue mi caso.

No recuerdo la vuelta de esos que son mis padres, no tengo ningún recuerdo.

Antes de su partida parece ser que mi padre se puso enfermo, el me habla, con mucho amor, de como yo le cuidaba, de que estaba a su lado, decía ser su enfermera. Esa época debió ser muy hermosa.

A su vuelta si recuerdo, pero según cuentan no desde el principio, ese padre que regresó imagino no era el que esperaba pues con seis años fue tanta mi insistencia de alejarme de ellos e irme a un internado que es ahí donde he vivido mi existencia hasta los trece años. Evidentemente iba a casa de vez en cuando pero nunca o casi nunca fue bonito, tanto es así que cuando ellos salían con el coche pasaba todo el tiempo apoyada en una ventana esperando para ver si a la vuelta tenían un accidente; nunca sucedió.

A los trece años cuando acabé la EGB y ya no podía permanecer más en aquel que había sido mi hogar y tuve que regresar a casa las cosas no fueron fáciles, aunque supongo que en el mutuo silencio todos pusimos de nuestra parte, no hicieron falta las palabras.

No volví sola, cerraron el internado, mis hermanas, también venían a casa, y si alguien piensa que en ellas tendría en quien apoyarme, no hay mayor mentira, no conozco lugar más roto que esa maldita casa. La guerra estaba servida y desde luego quería lo único que siempre he defendido, ¡la verdad y nada más!

Viví tres años en aquel infierno, palizas por doquier. Si, un padre maltratador y una madre consentidora de tales. Quise matarlo, iba a hacerlo, preparé una buena cantidad de pastillas para envenenarlo con el café; no funcionaría, me sentía frustrada, fingí una apendicitis y al menos salí unos días de ese lugar.

A los 16 años me escapé de casa, no una vez, sino varias, me pillaba, así que me llevé unas cuantas palizas. Finalmente lo logré encontré trabajo, no ha sido fácil, he tenido que volver en varias ocasiones, me da igual, he luchado, he ganado, ahora vivo mi vida, él está solo, ella está sola, se tienen mutuamente, pero simplemente se soportan. Mis hermanas y mi hermano están lejos, estamos lejos los unos de los otros, hemos huido todos de todos.

Los que tenemos hijos sabemos que estos no tienen la culpa mis hijos adoran a sus a sus abuelos, a sus primos, a sus tíos, así que por ellos he aprendido simplemente a estar presente.


AUTORA: Albura Gervilla.

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