martes, 31 de marzo de 2015

La maldición filosófica



Estoy cansado
que conste
estoy
no me siento
de sentir me refiero
sentado estoy
por que se está sentado
no se siente sentado
perdón
sí se siente sentado de sentir
como se siente estando de pie
pero ya sería usar dos verbos confusos y 
ahora mismo pelear con uno me basta

Así que me levanto y
permaneceré de pie hasta
llegar a alguna conclusión
satisfactoria al respecto del
asunto que ahora me concierne

Al meollo

Hace varias semanas que mi
mujer insiste en que soy otro
el mismo pero otro
el mismo pero distinto y 
no se refería a la persona
mi persona física
mi carne 
mi cuerpo
ni a la forma de comportarme
o de hablar ni mi actitud
para con ella o los demás
dice que mis silencios también
son los mismos de antes y que
los coloco en los mismos lugares
al comienzo y al final de las
frases sean éstas subordinadas o no
antes y después de las comas como
anunciándolas y luego recreándome
sobrevolando los puntos suspensivos
todo eso 

al parecer

continúa invariable

Se refería 
dijo 
a la Esencia
con E mayúscula
pero no es nombre propio
ni tampoco propia de nadie
al parecer
dijo
propia de si misma
me cuesta entenderlo

Al principio no le di importancia
-cosas de ella- pensé
pero con el paso de los días 
su pertinaz insistencia y 
el ver que en ella yo también
empezaba a percibir cambios
indefinibles e incuantificables
me fue haciendo mella la
necesidad del hallazgo de
algún tipo de respuesta

¿Esencia? ¿Eso qué coño es? 
-¿Y no tiene nada que ver 
con un perfume, seguro?-

Me dispuse a bucear en el océano
donde se hallan absolutamente
todas y cada una de las respuestas
a las preguntas que osa formular 
cualquier ser humano erguido
desde el patronaje de un disfraz de ogro
hasta el alargador de pene más inocuo 
Google
que se pronuncia gúguel 


Lo primero que me encuentro 
es la palabra Essentia y no
entiendo como se pronuncia
la doble s por que si se pronuncia 
igual ¿para qué poner dos?

Luego viene Esse
otra doble s y llegamos 
por fin a lo que parecía iba a ser
el final de mis investigaciones
pronto vi que no 

Ens 
que tan solo tiene una s pero me 
deja igual de perplejo y extraviado
Ens significa Ente
que se traduce como
ser que existe
¡Coño! ¡No me jodas!

Esto en la primera página no
¡en el primer puto párrafo!
Enlaces y más enlaces a nombres
impronunciables desde
la más antigua antigüedad
un tal Platón encerrado en una caverna
jugando a sacar conejos de las
chisteras con sombras chinescas
otro viviendo en un barril
griegos por docenas hasta llegar
al uso ordinario de las corbatas
donde a un Superchachi se le ocurre
matar a un dios inventado por según
a quién preguntes ¡coño!
ni en eso se ponen de acuerdo
uno que el poder para subyugar
otro que los subyugados contra el poder
pónganse de acuerdo que me están liando

Ya a estas alturas me empiezan
a invadir los nervios y el atisbo 
de la ¿realidad? que supone mi 
más que supina ignorancia
-No comprendo una puta mierda-

Continúo leyendo hasta llegar a una
si no final explicación sí por lo
menos punto de partida
un tal Hugo S. Santa Lucia:
“La búsqueda incesante de la Verdad 
con la certeza total y absoluta de su
imposible hallazgo”
Todo adornado con palabras que
no había leído nunca y otras de las
que creyendo conocer su significado
se combinaban hasta convertirse
en inasibles dialectos
Discurso
para discurso el del rey
Naturaleza de las cosas
será del león o del cabrito
Propiedades
fincas y pisos y apartamentos

Todas estas inconsistencias inferidas
desde la descarnada e incongruente
idiomática modernista empiezan
a inflarme las pelotas y siembran
en mí la semilla de un seguro futuro
sopor recalcitrante compuesto
por medio ignoto
un cuarto de epicentro y
otro cuarto de chabacano

Un sentimiento nuevo de difícil
definición me embarga y a punto
de ser estigmatizado desde la
mismísima periferia de la onticidad
acudo al diccionario de la RAE como
último recurso y esta vez en
versión estrictamente en papel: 
Confuso
Inquieto
Ambiguo
Desencajado
Ansioso
Estupefacto
Escudriñado
Posmoderno
Desasistido
y treinta más que empiezan por x

Ninguna termina de definir satisfactoriamente
y por completo mi estado
siquiera la combinación de unas con otras
o su completa sumatoria se acercan

Solo dos palabras consiguen encender
dos pequeñas lucecitas apenas
perceptibles desde este rincón del
Universo: Finitud y Transitorio

La certeza de mi finitud como
componente aleatorio de la totalidad
o como diferencia individual externa
a la misma me hace confiar con esa
misma certeza a la hora de inferir
lo transitorio de mi estado actual o
cualquier otro por el que me quede
por pasar hasta penetrar en la Nada

Ya me lo advirtió mi madre cuando se
enteró que me casaba con una 
licenciada en filosofía
-Guapa es, pero como abra la boca…
… estás perdido-.


AUTOR: Juanje Frayfregona

lunes, 30 de marzo de 2015

De larga duración


Tengo que limpiar el desaguisado de mi último crimen. Demasiada sangre. Demasiados órganos reventados. Demasiadas pistas para los sabuesos. Esta vez me cazan. Como no lo remedie con premura, me cogen. Y no estoy dispuesto a pasarme la vida entre rejas. No ahora. Cuando he logrado escabullirme durante estos noventa y ocho años.


AUTOR. Jesús (archimaldito)

viernes, 27 de marzo de 2015

Un día de furia



La inalterabilidad de las cosas a pesar de mis actuaciones me lleva, a partir de este momento y sin posibilidad de vuelta atrás, a declinar cualquier invitación al respecto. Los últimos resultados de mi empeño, a partir de hoy antiguo, en alterar, en cambiar el rumbo de los acontecimientos, han sido, no solo desalentadores, si no un completo fracaso. Ruego a los Otros en general, y en particular al Otro que a diario se cruza en mi camino con un folleto lleno de miseria o con un catálogo casi infinito de desdichas numeradas y ordenadas alfabéticamente, se abstengan de llamamientos, peticiones colaborativas e invitaciones a cambiar el mundo o la esquina más próxima. A partir de hoy me da igual lo que suceda en la polvareda de Sudán, en los suburbios de París, en las trincheras de Siria o en el mercado de abastos de Huesca capital. El tiempo perdido en asociacionismos baldíos e interesados me está empezando a producir un dolor en el bajo vientre solo comparable al de la negra y corrosiva gangrena, asociándose por momentos a unas irrefrenables ganas de cagar, de cagarme en todo, sobre todas las cosas, en todos, blancos, negros, amarillos y morados. 

Siempre hay una madre desvalida, un niño enfermo, un anciano necesitado, un torpe inútil o un inútil torpe. Diríase que se reproducen como virus sin cura. Me he llegado incluso a tropezar con provocadores de su propia desdicha, adictos a la mala fortuna, que huían de la salvación delante de mis propias narices, volviendo a ocupar el terreno de la vulnerabilidad a propósito, para disfrutar otra vez, y una vez más, del control sobre el salvador, subyugado por el miserable voluntario y cuasi profesional, ¡no!, profesional de la mendicidad. Por otro lado, ¿cuál es el objetivo, el fin de tanta ayuda humanitaria? ¿Qué se consigue realmente arriesgando, en muchas ocasiones, la propia vida alimentando al niño hambriento en un poblacho de mierda en una mierda de país? Me temo que únicamente prolongar su agonía. Que muera más tarde presa del mismo hambre o de un hambre distinta, que lo mate un kalashnicov en manos de otro niño apenas, solo apenas, un poco mejor alimentado, lo justo para elevar la mira de la muerte hasta la altura correcta, y, que ocurra justo a cinco metros del final de su peregrinaje kilométrico en busca de agua contaminada, eso es el colmo de la puta poética del absurdo. O que una mina en el camino lo deje sin piernas (qué bien, ahora podremos pedir para unas miles de prótesis, para que un fulano, que factura millones en patas de palo, mantenga un chalet y un yate y un jet y una rubia como madre de sus hijos rubios, y otra rubia, cuando no dos o tres o cuatro de plástico, para alternarlas según el ánimo de los días, quizás alguna latina o alguna asiática, hay que cumplir con el cupo, con la globalización). O el SIDA o una simple diarrea o la puta mosca de Disney, la misma que debió picar a la bella durmiente. 

Hordas de seres cuyo único fin en este patético mundo abocado al exterminio pareciera ser dar sentido a las vidas de gente con chapitas en la solapa, alimentar a esa otra horda de, más patéticos si cabe, seres, amantes enfermizos del bienestar ajeno. ¿Bienestar ajeno? ¡De la conciencia limpia! ¡Basura religiosa! ¡Basura panteista! Mercantilismo del buenismo, empresas internacionales dedicadas a vender la necesidad del ejercicio de la caridad enlatada, otra manera de hacerse rico, comisiones a base de misiones. Como empleados, colaboradores necesarios e imprescindibles, un ejercito de chicas sin sujetador y chicos deportista (hippys de pega a tiempo parcial) ¡Marketing! ¿Se han tropezado con algún feo pidiendo para alguna ong? ¿Harán entrevistas y preselección? Y cuando no, te asaltan las maduras acomplejadas, las que creen que le deben algo al mundo por que sus maridos ganan pasta, vaya usted a saber explotando a quién, mientras chicas con el sueldo mínimo interprofesional y las horas extras gratis les mantienen las boutiques abiertas hasta los domingos. ¡Me encanta! Fabricar componentes de ordenadores o smartphones en China o la India, utilizando como lubricante de maquinaria la sangre de impúberes, hay estudios que demuestran su idoneidad y avalan sus propiedades y densidad perfecta. Con parte de las ganancias construir pozos en aldeas perdidas y abandonadas por el Dios muerto para asegurar las siguientes generaciones de lubricantes y que te den el Nobel de la paz. Prefiero a las chicas sin sujetador, las otras me dan asco, verlas de lejos, esa sonrisa cínica y la chapita en la mano, se me ponen los pelos de punta y me invaden unas ganas increíbles de darles una patada en la cara. Ejercito de voluntarios armados con el discurso del cambio del mundo: -Si quieres… puedes-La solución está en tu mano-Ellos te necesitan-Juntos podemos- ¿De verdad no se dan cuenta de que son un engranaje más, por otro lado imprescindible, del afán inmovilista del poder? No tienen ni idea. Anestésico necesario. Esperanza adormecedora. Cantos de sirena. Freno a la auténtica revolución que supondría el asalto de las masas de hambrientos y desposeídos a palo y piedra. -¡No queremos limosna!-¡Lo queremos todo!- 

La dignidad, si existe, me parece todo lo contrario a la miga de pan y al harapo de cuarta mano. Lo contrario a la sonrisa estupefaciente. Lo contrario a la caricia del perro sobre el hombro de la madre con un hijo muerto en sus brazos. Lo contrario a lo que somos. Pero para esa marea de tarados lo importante es la consecución del fin, no importa que sea imposible, lo importante es participar. ¡Hay que joderse! Gente que abandona a su madre necesitada, harta de trabajar toda la puta vida para criar a unos zánganos, alimentarlos y darles estudios limpiando escaleras con el espinazo machacado, y en vez de liberarla de su tortura cotidiana, se van al quinto infierno a salvar no sé qué o no sé a quién o quiénes, en busca de la salvación de la ballena jorobaza o el pelícano de dos picos, creerán que su salvación los apeará de la rueda de las reencarnaciones. Directos al Nirvana. ¡Gilipollas! Un mundo enfilado a su, más temprano que tarde, total destrucción. Una plaga que se retroalimenta, que lo absorbe e invade todo. La aniquilación sistemática del resto de seres vivos. La apropiación, el uso y el término de la vida de los Otros por pura diversión. La insostenibilidad evidente de un sistema caduco y suicida. El exponente final de la irrefutable inexistencia de Dios, única explicación plausible a su no aparición segando cabezas a millones, sembrando de terror entre los aterradores profesionales con dedicación a jornada completa, aniquilando países enteros cual purga imprescindible. La población humana, como marabunta que arrasa a su paso hasta las mismísimas eternas piedras, deglutiendo sin criterio, poseídos inconscientemente por el Afán de adelantar el Apocalipsis. Ese es el culpable, el protagonista, el Afán. Empeño en destruir, diligencia en la destrucción, el anhelo vehemente y la prisa en la consecución del Fin, el aparente deseo de que Todo sea Nada, ya. Nausea, vómito.


AUTOR: Juanje Frayfregona.

jueves, 26 de marzo de 2015

Nunca es demasiado tarde

  

¿A quién cree que engaña con sus modales tan altaneros?

Sabe que nació en la misma miseria que yo, que viene de la misma ralea y que, por mucho que intente disimularlo, de vez en cuando, le sale el deje.

Ahora viste con ropas caras, habla por teléfonos caros y se codea con gente cara, pero no podrá evitar ser tan barata como todos los demás.

No voy a descubrirla ante ese mundo porque ella misma lo hará y, cuando suceda, yo estaré allí para recogerla entre mis brazos y llevarla, con todo mi amor, hasta el altar.


AUTOR: Jesús (archimaldito)

miércoles, 25 de marzo de 2015

Un infierno


Esos rostros ungidos de lágrimas,
desprovistos de futuro,
cabizbajos, inseguros,
vagando sin destino.
¿cómo los podría calmar?
¿cómo revivir su indulgencia?
moradores de su ausencia,
apartados del camino.

Esas almas contrariadas,
acalladas entre la multitud,
que quebrada su virtud,
han olvidado sus sentidos.
¿cómo avivar su fortaleza?
¿Cómo retener sus ilusiones?
para que no les abandonen,
ni se sientan tan perdidos.

Quisiera tantas respuestas,
quisiera tanta humanidad.
quisiera conocer la verdad
Y no estar tan afligido.
¿No cabemos ya en la tierra?
¿No hay suficiente comida?
¿Son tan grandes las heridas?
¿O es que el mundo se ha podrido?

Sólo tengo mil preguntas,
y ni una maldita repuesta.
Pues abramos en par la puertas,
y al infierno todos juntos.


AUTOR: Sergio Suárez.

martes, 24 de marzo de 2015

Un bocadillo de jamón

"BODEGÓN" Carmen Calvo
Ingredientes. Pan, jamón, tomate madurito (opcional) y aceite de oliva.

Preparación. Abrir el pan, echar un poco de aceite, restregar (acabo de buscar el verbo “restregar” y sí, es correcto) medio tomate, poner el jamón y servir.

Dificultad. Ninguna.


Tras leer lo anterior, ¿me puede alguien explicar por qué es tan difícil comer un buen bocadillo de jamón? O de queso, que también es una odisea.

A ver. Valencia. Ciudad de las Artes y las Ciencias. Uno de sus edificios. El Palacio de la ópera Reina Sofía. “Lo más” de esa ciudad. Tres horas de ópera con un intermedio de veinte minutos a las nueve y media. Público hambriento de bocadillo y necesitado de baño. Salimos a tropel. Mi marido tiene una envergadura que impone y logra salir de los primeros, situarse delante de una de las dos minibarritas (instaladas de manera algo ruin, a mi modo de ver) donde puedes elegir de un “extenso” surtido que consiste en “vino, cava, cerveza o agua” y “mix japonés, bocadillo de jamón o de tortilla”. Vale, no hay que pensar mucho. Dos copas de vino tinto y dos bocadillos de jamón. Los precios… ni os digo lo que nos gastamos porque me da vergüenza. Vale. Un día es un día. Al fin y al cabo tampoco vamos a la ópera todas las semanas (ni todos los meses).

¿Copas de vino? Que no. Que copas no. Un vaso de esos planos que se han puesto de moda. ¿Para el vino? Sí, para el vino. Y… a mí que no me digan, pero es que no sabe igual, es que pierde parte del sabor. La estética está muy relacionada con la comida en nuestra sociedad; una sociedad de “excesos y sobras”, en la que “comer” ha pasado de ser una necesidad a una afición. Y un vino en un vaso… pues no.

¿Bocadillo de jamón? Una “pulguita” con un testimonio de jamón dentro. Aceite y tomate… ¡por favor! ¡Esos lujos no!

A nuestro alrededor vimos a varias personas que sacaban (algunos sin ningún disimulo) unas empanadillas de sus bolsos. Antes me habría atrevido a criticarlos. ¡Desde luego, llevarse comida a la ópera, qué vulgar! En ese momento me dieron envidia. Y si vuelvo, me plantearé seriamente imitarlos.

Estamos en el país del vino y del jamón. Preparar un bocata con un pan crujiente, un buen tomate y un sabroso jamón… ¡no es tan difícil, cojones!

A lo mejor si le pusieran un poco de amor…


AUTORA: Victoria Monera.

lunes, 23 de marzo de 2015

Harto


El maldito asesino acababa de abandonar a su reciente víctima a los perros de la noche, sabiendo que el olor del desventrado los atraería. Con sangre fría limpiaba el arma homicida y, mientras lo hacía, recordaba con sorna los lamentos de súplica del aterrorizado condenado. 

Visualizaba ya la cara del próximo sacrificado en su ritual y se prometía que sería una mujer, porque ya estaba harto de buscarse en otros rostros masculinos, pues eso es lo que hacía al suicidarse poco a poco con cada vida que arrebataba.


AUTOR: Jesús (archimaldito)

viernes, 20 de marzo de 2015

Venganza


El imponente patio interior, de lo que hasta hacía sesenta años antes fue la mayor abadía hispánica en el mundo, sucumbía bajo la primera tormenta del invierno de 1994.


El ensordecedor y repetitivo golpeteo de las frías gotas de agua sobre su majestuoso suelo de piedra, apagaron el sonido de las campanas, que repiqueteaban al marcar las doce de la noche en el sencillo reloj de su torre norte.

Santa Soledad, era el nombre que había adoptado al convertirse en la primera clínica psiquiátrica que abría sus puertas, a aquella inhóspita enfermedad, en el primer tercio del Siglo XX .

Aún siendo la primera tormenta que azotaba la comarca desde hacía nueve meses, era, sin ninguna duda, la más tenebrosa y oscura de la última década.

La luz de la moderna linterna que sostenía alzada en su mano derecha, la enfermera Silvia Verona, no podía escudriñar más allá de diez metros bajo la espesa lluvia. Cuando, tras haber terminado su dura jornada de trabajo de aquel viernes Santo, en el interior de su estéril cuarto e incomodada por el infernal ruido que emitía el agua golpeando la enorme ventana acristalada de su estancia, creyó oír los más aterrados gritos que un ser humado podría expresar nunca.

–es imposible- se repetía mientras recorría el estrecho e interminable pasillo que unía el ala de servicio con el edificio principal.

Cuatro pisos más abajo, el gélido aire que entró al abrir la puerta de la cocina central, que daba justo al rincón sur del enorme patio, agravó su estremecido estado de ánimo. Forzando la vista a izquierda y derecha, intentaba recorrer todo el perímetro bajo la tupida cortina de agua que había aparecido desde media tarde. Las piernas se le aflojaron cuando creyó ver una oscura silueta en el centro del patio a unos setenta metros de distancia. “Nada ni nadie debería estar bajo aquella intemperie, y menos a aquellas horas”.

Reticente y asustada, cogió un chubasquero de detrás de la puerta, decidida a averiguar si sus ojos la habían engañado. Y tras recorrer unos veinte pasos, volvió a escuchar el infrahumano y terrorífico alarido que jamás escuchara antes.

Paralizada bajo aquel aguacero, no podía creer que aquella oscura figura, de la que ahora incluso podía entender  su infernal queja, repitiera su nombre, como en un quejoso bucle.

Mientras su cerebro le decía que se diera la vuelta, su corazón no podía creer estar escuchando las inconexas suplicas de, Joe, el celador nocturno.

Poco a poco, recorrió la distancia que la separaba de aquella figura, convencida que la voz que acababa de escuchar era del joven Joe Simentos: la nueva adquisición de la Institución desde la jubilación de su anterior vigilante nocturno. En un instante rememoró el poco aguante del que había hecho gala, en el mes que llevaba como encargado de los casos más graves y peligrosos, y de su enorme incompatibilidad con la esencia de aquel sanatorio.

Al llegar por su espalda, no pudo ver con claridad porqué estaba sentado, inmóvil, bajo la tempestad más salvaje que viera en los cincuenta años de su contrato como asistente del Doctor Meyers, en aquel longevo edificio.

Cuando al quedarse enfrentado a él, y ver en su rostro, primero: el miedo que reflejaba al mirar la única ventana encendida de las habitaciones de los pacientes, y, segundo: el dolor que padecían sus pies clavados al suelo y a la silla de madera, que empezaba a hincharse debido a la enorme humedad expuesta. Incluso con la cruel realidad que tenía ante ella, no pudo más que quedarse mirando hacía la luz que emitía la única habitación encendida del edificio secundario, donde Samuel Bergara, el enfermo más difícil y peligroso de los ciento tres que debían estar sedados y durmiendo a aquellas horas, parecía saltar y bailar junto a la ventana de su cuarto…

La tormenta prosiguió lanzando agua contra las frías piedras del patio interior, mientras los servicios médicos despegaban de su suelo a Joe Simentos, nuevo celador de la veterana Institución Psiquiátrica “Santa Soledad”.


AUTOR: Sergio Suárez.

jueves, 19 de marzo de 2015

El pinchazo



Se pinchó, con un alfiler, la yema del dedo índice de la mano derecha y la sangre no paraba de fluir. Por mucho que se metiera el dedo en la boca y lo pellizcara con los dientes, y libara el líquido rojo hasta empalidecer la zona del puntito, la pequeña hemorragia no remitía.

Pero esto no le preocupaba, pues sabía que por esa nimiedad no iba a desangrarse. Lo que de verdad le preocupaba era que la chica más hermosa del mundo estaba a punto de aparecer y que no iba a poder controlar las posibles manchas en su vestido, cuando la abrazara, allí, en medio del silencio de la biblioteca, en alguno de sus pasillos menos visitados, antes de darle una rosa y el papel con la declaración de amor, escrita con su sangre enamorada.

AUTOR: Jesús (archimaldito)

miércoles, 18 de marzo de 2015

Allí se despidió


Siendo los postreros días de un verano inusualmente fresco, no se resistió a darse un último chapuzón de despedida. La mar brava, golpeando con fuerza las verdosas piedras de la costa, no inferían apenas reticencia a aquella escuálida muchacha subida a la roca más alta. Aquella atalaya prohibida en pocos días, donde las autoridades ya comunicaban, en escuetos panfletos pero con claras advertencias, su decisión de obstaculizar cualquier nuevo salto una vez acabado el verano.


Sus huesudos pies, anclados a la base horadada por otros cientos de valientes saltadores, temblaban de impresión. La altura era considerable y la vista espectacular y magníficamente estremecedora. Incluso desde su base, en las extensas losas que rodeaban la reducida cala que batían las olas con total impunidad, donde se agolpaban casi una docena de bañistas habituales, sabedores de que los más atrevidos se retarían una vez más antes de acabar el verano y de ver impedidos definitivamente sus libres y espectaculares saltos desde “La palma del Rey”

Todos aquellos ojos la miraban incrédulos, mientras ella intentaba acompasar rítmicamente su respiración con las sincronizadas olas que volvían a la costa en series regulares de tres, seis y seis. Melancólicas desde lo alto, pero armadas y tenaces desde la cota más baja.

Inspirando y espirando un aire enrarecido por el insipiente nerviosismo que la vertiginosa altura hacía presa en todos los primerizos. Mirando al lejano horizonte, allá donde el mar parecía haber muerto, intentando relajar sus tensos y casi inexistentes músculos, pensando en el verano más esquivo de su joven vida: esquivo de amores, de furtivas relaciones o de inagotables fiestas. En aquel verano tan pobre de sensaciones nuevas, de amistades o de trascendentales conversaciones de las que venía en busca cada año, cada verano.

Donde fue abandonada por enésima vez, donde nunca había provocado ningún revuelo respetable de ser contado de boca en boca, donde callara en demasiadas ocasiones, donde su huella se olvidaría tan rápido como eran borrados sus pasos en la fina arena de playa pequeña, de donde, en esta ocasión, no quería irse sin que la recordaran para siempre, tan débil e insulsa, como atrevida y valiente a la vez, pero para siempre.

Contando las olas, mirando a los pacientes pescadores de “punta gorda”, respirando, observando como era observada, esperando más público y recordando, tristemente, este último verano. Tomó definitivamente la decisión.

Cayendo al vacío mientras se recuperaba la ola que tanto había estudiado, disfrutando del aire en su rostro, oyendo la aclamación de unos desconocidos que la recordarían ya por siempre. Allí, donde vivió su último chapuzón. Allí se despidió.


AUTOR: Sergio Suárez

martes, 17 de marzo de 2015

Sesenta y siete metros



Saúl, hoy al pie del imponente Roque Nublo, semitumbado sobre las rocas, acomodó la cabeza donde le permitiera ser, una vez más, el primer testigo del amanecer. No hacía tanto tiempo, apenas tres años, desde que, recibir el primer rayo de sol cada día, allí donde estuviera, se había convertido en una obsesión, un ineludible deber diario; era el soplo de aire que le permitía llegar al amanecer siguiente, sin ese alimento en forma de hálito balsámico, hubiera muerto mucho antes.

Tampoco importaba qué estuviera haciendo en el preciso instante en el que le sorprendiera el perfecto reloj biológico que había desarrollado con el paso de los amaneceres, uno detrás de otro, seguido de otro, todos, sin excepción. Al principio ponía dos despertadores, el del móvil y el de la mesita de noche, justo treinta minutos antes de la hora que la AEMET tenía marcada como el orto para ese día, el asomar de la cabeza del sol. Ese era el tiempo que necesitaba para levantarse de la cama, pasar por el baño procurando no pisar al gato y vestirse adecuadamente, mientras hervía el agua y la tostadora hacía su trabajo, siempre recibía la primera luz del nuevo día con una taza de té en una mano y medio pan tostado en la otra; pero nunca antes de colocar a su lado la foto de los tres mosqueteros y visualizar, una vez más, el día en que formaron el inseparable trío. Siempre le había resultado mágico el momento en el que Jon, amigo de siempre, los había presentado en mitad del nacimiento de un nuevo día, de ahí la recurrente broma, repetida mil veces desde entonces: -Aquí está, al alba… Alba-. En los últimos años en soledad su horario se había vuelto totalmente anárquico, el amanecer lo podía sorprender tanto durmiendo como trabajando, no había orden y del desorden… nació el juego. Sonaba el despertador y entonces, si estaba trabajando en su estudio, ya fuera en una pieza nueva o simplemente bocetando, dejaba caer sin vacilar lo que fuera, lo que tuviera en las manos. Le resultaba cómico estar días, cuando no semanas, ocupando la mente en diseñar, bocetar y luego dejar caer la pieza de cerámica al suelo; a veces parecía que utilizaba como coartada el aviso horario para perpetrar un homicidio cerámico disfrazado de accidente, extrañamente le solía pasar con las piezas con las que estaba menos satisfecho. Nunca le pasó con sus preferidas, con aquellas que, desde un principio, sabía que iban a llegar a buen término, las que demostraban por si solas personalidad, ansias de vivir, respetaba, sobre todas las cosas, esas ansias en lo que fuera. Sabía que hacía trampa y, aún así, siempre simulaba cierta sorpresa y falsa contrariedad. Hacía mucho tiempo que no necesitaba de ayuda para saber el momento del diario amanecer, su cuerpo lo sentía. El amanecer y la fatalidad, dos caras de la misma moneda, la moneda que llevaba siempre en el bolsillo. 

Había conseguido acostumbrarse desde que tenía memoria a su estrecha relación con la fatalidad, la conocía muy bien, llevaban toda la vida siendo íntimos. Huérfano de hijos únicos desde la edad de once años, por culpa de un accidente de tráfico, aprendió muy pronto a vivir con la pérdida. El mismo día que sus padres fallecían lo hacía junto a ellos María, su hermana pequeña, él tuvo la suerte de tener varicela, eso impidió que viajaran todos juntos aquel día. Los que se hicieron cargo de él, sus segundos padres, abuelos por parte materna, también lo abandonaron pronto, tan solo diez años después y con uno de diferencia entre los dos, esta vez por imperativos vitales. Ya cuando se hicieron cargo de él llevaban en este mundo más de ciento cuarenta años entre los dos, setenta y dos años Antonio y setenta Teresa. El juego de las edades venía de lejos, se prometieron y dedicaron desde muy pronto exclusividad en el amor. Ninguno conoció románticamente a persona distinta. El haber vivido prácticamente toda la vida juntos les confería la certeza de una doble vida en común, así, cuando alguien les preguntaba la edad siempre respondían sumando la de los dos, luego, invariablemente, seguían a la perplejidad, las sonrisas tras la explicación. 

Jon y Alba se habían conocido en la primera de las dos expediciones a los Alpes a las que Saúl no pudo asistir. Doña fatalidad y él habían tenido un baile del que salió muy mal parado, rotura de la rodilla derecha y todo lo que ella contenía, no se salvó ni un solo ligamento ni hueso ni cartílago que andara por los alrededores. Tras las consultas a numerosos especialistas, tres operaciones e incontables sesiones de rehabilitación pudo volver a ver la luz, casi dos años después. Dos años llenos de dudas e incertidumbre que, sin embargo, dieron el empujón necesario a su carrera artística, menciones en revistas especializadas, reconocimiento del mundo del arte y algún que otro premio. Ese tiempo de convalecencia le trajo justo lo que a él más le desagradaba, la relación con la gente. Después de este periodo se juró no conocer a nadie más en toda su vida, no quería roces ni voces, las caras y los nombres pasaban por su base de datos sin hacer nido. Se lo tomó como el precio obligado a pagar para su posterior libertad e independencia. Y así fue, tras la recuperación, vuelta a la montaña. Lo profesional al marchante a través de su representante y por mensajería. Pronto abjuró de la pretensión del no conocimiento de otros, más bien de otra, aquel: -Aquí está, al alba… Alba- lo desarmó. Justo en la primera expedición, después de dos años en el dique seco, Jon le presentó a Alba. 

Saúl no concebía la vida sin la montaña. Cuando pensaba en ello no acertaba exactamente a explicar la o las razones de su obsesión, de esa querencia inaudita, tantas veces maldecidas por Antonio y Teresa, por las alturas. No era capaz de verbalizar lo que sentía, nunca tuvo el don de la palabra. Pudiera estar relacionada con que, todavía niño, sus padres, Juan y Ana, lo llevaron frecuentemente de excursión. Siendo su padre aficionado y amante de la naturaleza, no lo era del riesgo, así que sus atrevimientos no iban mas allá de las largas caminatas por senderos bien habilitados, al menos un domingo al mes, y la contemplación de la magnificencia de las vistas desde las alturas de la isla, que con el espíritu aventurero. Los increíbles paisajes de las cumbres grancanarias, el solape del Roque Nublo con el Teide al fondo, el mar de nubes acariciando los riscos, eso y las castañas asadas en los inviernos de San Mateo, eran de los pocos recuerdos claros que tenía de su familia y su niñez. También lo eran, pero de una manera mucho más dolorosa, María y él correteando y saltando como baifas desquiciadas, su madre recurriendo a los tirones de orejas cada vez que, más las veces que menos, las cabriolas se acercaban al borde de los caminos. Tanto era así, que la cara de María y su risa de nueve años era lo único que lo derrumbaba en las noches de soledad. Pero no lo tenía claro. Su relación con la naturaleza de la montaña desapareció con su familia. 

Fue más tarde, cuando coincidió con Jon en la escuela de arte, donde cursaron los dos el bachillerato artístico, que se dedicaron prácticamente todos los fines de semana a visitar la montaña. Jon inició a Saúl en la escalada, lo guió hasta el reencuentro con la contemplación de los paisajes cumbreros y el disfrute de la otra cara del silencio. También intentó adentrarlo en los secretos de libros que Saúl no llegó a entender jamás, lo que pensara Nietzsche, Hegel o cualquier otro filósofo, le entraba por una oreja y le salían por la otra a la velocidad de la luz. Así nacieron sus fines de semana mudos, tras una amenaza de ruptura si se volvía a nombrar al Ser, la Esencia o cualquier otra majadería semejante. Muchas eran las veces que pasaban la jornada entera de un sábado o un domingo sin dirigirse una sola palabra. Únicamente algún irremediable -¡Cuidado!- salía de sus bocas en medio de una cordada. A menudo siquiera en el viaje de vuelta a casa; Jon, tres años mayor que Saúl, conducía un destartalado Mercedes Benz 240 TD que le había regalado un tío suyo después de retirarlo del servicio de taxi, furgoneta que todavía hoy conservaba Saúl. Todo el viaje callados, cada uno con la mente en un sitio diferente, Saúl en sus retorcidas piezas de barro y Jon en sus libros, la única respuesta a sus íntimos interrogantes era el sonido del motor del viejo tanque. 

Tardaron apenas veinticinco minutos en llegar al aeropuerto, a los dos les pareció una eternidad, como de costumbre, ni una sola palabra. Pero esta vez los dos sabían qué llevaba en la cabeza el otro. Alba no había querido ir a despedirlo, llevaba tiempo enfrentada al mundo, el pronóstico no era bueno, seis meses en el mejor de los casos, y ya habían pasado diez. Además el tratamiento agresivo que le estaban dispensando, en busca de intentar, al menos, ralentizar al máximo el avance de la enfermedad, la estaba dejando sin las pocas fuerzas y ánimo que le quedaban. Pasaba los días enrollada en el sofá recibiendo el calor de mustafá, el gato atigrado que había recogido en el parking de un centro comercial diez años antes, causa de las primeras peleas entre ella y Saúl, él celoso, ella indignada por la falta de empatía animal de su pareja. Cuando entendió que el resultado de la elección entre el gato y él no estaba nada clara, retiró el desafío. El felino tampoco es que mostrara mucha simpatía por Saúl, el desamor era mutuo. Saúl descargó de la furgoneta la mochila y el resto del equipaje de Jon, lo colocó en el carrito y lo acompañó hasta el mostrador de facturación del aeropuerto. Desde la fundación del trío soñaron con el Himalaya. Hacer cumbre juntos era el culmen perfecto a sus peripecias vitales y espirituales ligadas a las cimas. Quince años de esperanzas y año y medio de preparación cuando llegó el dolor en el pecho izquierdo de Alba. El mundo se paró en seco, la fatalidad, la vida, volvía a hablarle a la cara. Saúl la escuchó con atención, como lo había hecho el resto de las veces, en silencio, sin ofrecer réplica, hacía tiempo que sabía que el diálogo era imposible, lo había intentado varias veces a los once años, no hubo respuesta. Jon y Saúl se abrazaron, el primero se cargó la mochila a la espalda y enfiló el camino hacia el embarque. Se habían planteado posponer la expedición para cuando Alba se hubiera recuperado. Pronto quedó claro que ella nunca iría. Para Jon era la primera vez en la vida que se veía en la situación que más dominaba Saúl, a pesar de que los que formaban pareja eran los otros, él, el tercero en discordia, el jueves de todas las semanas, no era capaz de afrontar la pérdida. Así, con la excusa de la oportunidad que difícilmente volvería a aparecer, decidió emprender viaje al K2, pensando en que Alba todavía estaría cuando volviera, serían solo dos meses. En el momento en que Saúl miró fijamente la espalda de su amigo, como se perdía entre el resto del pasaje, jamás hubiera imaginado que sería la última vez que lo viera. 

Hacía dos días, que el grupo de Jon no se comunicaba con el campamento base cuando el médico informó a Saúl de que el tratamiento no había hecho el efecto deseado en absoluto, más bien el contrario, desembocó en la aceleración final. Mientras el grupo de rescate se preparaba para el ascenso el mal tiempo no cejaba en su empeño de impedirlo. Las noticias le llegaban a Saúl casi en tiempo real. Si bien el riesgo en la alta montaña se asume como inherente a la propia actividad, casi resultaba patética la situación, Alba en sus últimos días, Jon muy probablemente en la misma situación, y Saúl indemne. Le venía a la cabeza aquella película protagonizada por Bruce Willlis, El protegido, desastres por todos lados y el bueno de Bruce escapando de todos sin pretenderlo. Alba murió sin saber que Jon había corrido la misma suerte dos semanas antes, aún así Saúl le siguió contando detalles de las aventuras de su compañero mientras ella pudo entenderlas, luego, ya no hizo falta. Lo último con algo de sentido que acertó a salir de su boca fue una petición, le hizo prometer que no abandonaría a mustafá, aquel ser significaba mucho para ella y ella significaba mucho para él, todo, cumpliría, cumplió. Dos años y medio tardó el felino en reunirse con su dueña. 

Las últimas semanas había ocupado la mayor parte del tiempo en dejar sus asuntos en regla, no tenía mucho que decidir, sin nadie en el mundo, le parecía justo dejar lo que tenía a su representante, la persona que durante los últimos años le había evitado su detestada relación con el resto del mundo. Salió de noche, su intención era llegar al pie del Roque Nublo a tiempo de ver amanecer, volver a oír dentro de su cabeza, hoy se cumplían veinte años de la primera vez, la voz grave de Jon: -Aquí está, al alba… Alba-. Se levantó del lecho de rocas cuando el sol lucía completo y el calor empezaba a dominar la cumbre, apenas una ligera brisa lo acompañaba debajo de un cielo limpio. Celebró su suerte, no había nadie por los alrededores, éste año el veintiocho de mayo sería miércoles, día laboral, eso ayudó a su ansiada soledad. El resto del día lo dedicó a la contemplación, fue mezclando los paisajes que le brindaban sus ojos con los que llevaba dentro, los encuentros ocurridos con los que jamás tuvieron lugar: Alba riendo a carcajadas con la pequeña María; Antonio y Teresa compartiendo mesa con Jon, el irredento; Juan y Ana celebrando las bodas de plata en un mirador de los Alpes. A medida que avanzaba el día y el reloj se llenaba de horas Saúl se iba vaciando, faltaba ya poco para el comienzo del ocaso. Guardó todo lo que había llevado en la mochila, incluido el abrigo, no le haría falta. Emprendió la ascensión hasta la cima con calma y los ojos cerrados, habían sido tantas las veces que los agarres buscaban sus manos, la roca se inclinó ante él para elevarlo por encima de su cabeza. Justo coronó cuando el sol empezaba a hundirse en el horizonte, el fuego inundaba el Teide proporcionándole un aura inenarrable, el rojo, el amarillo y el ocre se fundieron y desparramaron cubriendo lo que alcanzaba la vista. Cuando se cernió el negro azul de la noche y ya solo quedaban las titilantes luces colgadas del eterno decorado, Saúl siguió ascendiendo, sesenta y siete metros.


AUTOR: Juanje Frayfregona

lunes, 16 de marzo de 2015

He decidido vivir


A finales del año 2009 la niña que vivía en mi vientre dejó de moverse.

Aquello me supuso una gran preocupación, ni siquiera las palabras del médico consiguieron tranquilizarme cuando este me dijo que su corazón latía con normalidad; mi instinto de madre me decía que algo no iba bien.

Todo sucedió muy deprisa. El 1/01/2010 sobre las 7:00 de la mañana tuve que levantarme para ir al baño, no eran ganas de orinar, estaba rodeada de un gran charco de agua. Desperté a mi esposo y no voy a dilatarme en los acontecimientos sobre cómo llegamos al hospital y todo el proceso sobre el parto, aunque si decir que fue muy hermoso, ya que mi bebé no nació en el conocido potro sino en la cama de la sala de dilatación donde me ofrecieron sacarla con mis propias manos y desde luego no dude un instante.

La cuestión es que efectivamente no me equivocaba.
¡La niña se estaba muriendo!, ¡y estaba luchando!

Mi pequeña no se movía para resistir lo máximo, pues el oxígeno y el alimento que debían llegarle ya no alcanzaban apenas para que aguantase hasta la fecha que le correspondía nacer.

Vino al mundo un mes antes, el 2/01/2010. Fue un milagro y ya tiene 5 añitos.


Durante toda mi vida una vez y otra y otra, de tantas formas distintas he intentado suicidarme, he buscado la muerte, continuamente, le he gritado, la he odiado, porque sentía que era tan poca merecedora de amor que ni siquiera ella me quería llevar.

Perdida en la contemplación de mi pecho donde tan instintivamente ya estaba alimentándose del calostro, las matronas llamáronme la atención, querían enseñarme el cordón umbilical.
¡Había un nudo!, ¡había un nudo! Ese instante, ese nudo perfecto fuertemente atado, tan fuerte como la promesa que el succionar de sus labios pedía, como la promesa que mi recién nacida me arrancó.

HACE 5 AÑOS QUE NO HE VUELTO A INTENTAR SUICIDARME


AUTORA: Albura Gervilla Giner

viernes, 13 de marzo de 2015

Avísenlos a todos


Avisen al lobo y su manada
A la dentellada del grupo
Al acecho y a la destreza

Avisen a la serpiente y su lengua
Al sigilo extremo
Al colmillo y el veneno

Avisen al cocodrilo y su cola
A las fauces sin medida
Al cepo de las orillas

Avisen al oso polar y al frío
A la zarpa en el hielo
A la fuerza del glacial

Avísenlos a todos
A todos que se escondan
¡Ahora! Ya se ve a los hombres llegar

Aquí están para vestirse con el lobo
Arrojar a la serpiente del paraíso
Alzar el pie disfrazado de cocodrilo

Aquí llegan en inmenso grupo
Acechando sin destreza pero fieros
Arrojando por la boca veneno y fuego

Ahí veis erguidos a los antiguos monos
Alegres matando y cocinando osos
Al fin incendiando del norte y sur los polos.


AUTOR: Juanje Frayfregona

jueves, 12 de marzo de 2015

El tatuador de sonrisas



Un hombre de mediana edad, robusto y fuerte, de mirada recia y carácter impasible sentía que a su vida le faltaba algo pero no sabía qué. Los empleados lo trataban con mucho respeto y con mucha seriedad, más por su carácter que por el puesto que desempeñaba.

- Sr. aquí están las carpetas que solicitó y …
- ¡DÉJELAS AHÍ Y REGRESE A SU PUESTO! ¡SU TRABAJO NO SE VA A HACER SOLO!

Eran las respuestas comunes en el ambiente de trabajo bajo sus órdenes. En los pasillos el cuchicheo era el mismo de siempre...

- ¡Ay! ¡Ya no lo aguanto! ¡Siempre es lo mismo con él! ¡Los regaños son diarios por todo y por la nada!
- ¡Sí! ¡Y ni un saludo te contesta!
- ¡Si no fuera porque es el dueño…, ya le habría contestado algunas frescas!

A él no le agradaba ser la persona que era. Su forma de ser ya le había costado muy caro, en familia, seres queridos y amigos de gran valía. Y no es que fuera de mal corazón solo que no podía presumir de tener buen humor, la alegría no figuraba en sus quehaceres diarios. Tal vez era algo que le faltaba a su vida pero no sabía cómo hallarla o dónde. Sus ojos sobrios y serenos dejaban entre ver una profunda tristeza, de la cual ya había olvidado su origen, solo sabía que se había instalado muy dentro de él y que formaba parte de su vida desde tiempos inmemoriales. 

No había nada que le alegrara: 

- Cumpleaños…se hacía más viejo, 
- Reuniones familiares…las mismas caras, los mismos problemas, 
- Navidad y Año Nuevo…historias viejas y razón para gastar sin razón. 

Y así su lista de motivos: atardeceres, lunadas, lluvia, sol, playa…nada de nada en la nada le alegraba.

Un día, sin que nadie se diera cuenta, el hombre alcanzó a oír los comentarios y quejas que de él hacían sus empleados. Lejos de tomar represalias, decidió ponerle fin a esa situación… la pregunta era ¿cómo?

De regreso a su casa, en un letrero colgado de un poste, se anunciaba un extraño personaje…

¿NO SE SIENTE USTED FELIZ?
¿PASA TODOS LOS DÍAS TRISTE Y SIN ÁNIMOS POR LA VIDA?
¿QUIERE USTED DEJAR DE SENTIRSE ASÍ PARA SIEMPRE?
¡USTED NECESITA UNA SONRISA EN SU VIDA!
VISITE AL FAMOSO 
“TATUADOR DE SONRISAS”
¡ÉL TIENE LA SOLUCIÓN!
¡NO SE VA A ARREPENTIR!

No creyendo ni una sola palabra del cartel, continuó su camino a casa, pero no dejaba de pensar en el personaje anunciado en este. Meditó toda la noche sobre su vida y sus periplos sucedidos con su familia y amigos a causa de carácter. Por fin se decidió a visitar al extraño personaje que anuncia el cartel. Sin embargo en el cartel de propaganda no se mencionaba ninguna dirección en la cual encontrar al famoso “tatuador”. Solo había en la esquina inferior izquierda, algo parecido a un rostro junto a una burda representación de una banca de parque. 

Sin saber qué hacer ni entender la intención de tal mensaje, a la mañana siguiente tomó rumbo al parque más cercano que conocía. Burlándose de sí mismo por sentirse tan crédulo y tonto, al seguir las palabras de un anuncio sin cuestionar la credibilidad del mismo, decidió llegar caminando. Al tomar la esquina cercana al parque, un precioso cachorrito blanco apareció de repente y comenzó a hacerle compañía paso a paso. El hombre, al notar la presencia del cachorrito se incomodó mucho pues no le agradaban en lo absoluto, no recordaba por qué, pero le incomodaba en gran manera, pero continuó su camino muy a su pesar. 

Al llegar al parque, se detuvo, lo recorrió con la mirada y después de completar 180o de inspección minuciosa, decidió entrar por un arco de flores violetas, blancas y azules que la hacía de puerta, encorvándose a causa de la baja altura a la que ésta se levantaba. Recobrando su estatura normal observó en el semicírculo de césped que en el centro se formaba, un lugar privilegiado donde una banca blanca recién pintada y arreglada, invitaba a un buen descanso, plácido y tranquilo bajo los flamboyanes y almendros, que en época florida llenan de un color amarillo rojizo el piso y el césped del parque. 

El hombre se sentó y sin preguntar si podía, lo hizo también el cachorrito blanco a su lado derecho como si esperará a alguien. Los minutos comenzaron a pasar lentamente, su poca paciencia le cuestionó el motivo de la espera, más de pronto el cachorrito se puso de pie y con la cola vuelta un remolino brincaba inquieto mirando hacía la entrada de flores; un instante después, en un triciclo rojo con vivos azules, motas en el manubrio y una canastilla en el frente, entro un pequeñín de alrededor de ocho años con los cabellos revueltos, pantalones cortos y una sonrisa pícara que se acentuaba con su vivaz mirada, el cachorrito corrió dando vueltas alrededor del triciclo dándole la bienvenida; al hombre le pareció algo extraña la escena, contemplaba con detenimiento mientras los dos amigos comenzaron a jugar y a revolotear por todo el parque, riendo y ladrando llenos de alegría, no podía separar los ojos de los dos, lo tenían como hipnotizado.

Las horas comenzaron a pasar y los amigos jugaban sin descanso, extrañamente el hombre los observaba sin ningún asomo de prisa o desespero, algo familiar había en todo eso. De repente algo le llamó poderosamente la atención, el chiquillo intentaba hacer algo extraño e imposible, luchaba y luchaba y no conseguía su objetivo. Al ver que no podía con su empresa volteo a ver al hombre y le dijo en un tono muy dulce:

- ¡No puedo…! ¿Me ayudas?

Mirándolo fijamente y con el ceño fruncido le contestó:

- ¡Qué no te das cuenta que lo que quieres es imposible y además es una soberana tontería!

El niño repitió la pregunta como si no hubiera escuchado el comentario del hombre:

- ¡Ayúdame! ¿Sí? ¡Es que yo solito no puedo!

Con su acostumbrado modo enojado de hablar respondió:

- ¡Está bien! ¡Tú ganas! ¡Pero sabrás que lo que quieres hacer es una soberana tontería! Balbuceo con un tono más agrio.

Mientras el niño sujetaba el manubrio, el hombre tomó al cachorrito blanco en sus brazos y lo sentó sobre el asiento del triciclo y colocó sus patitas delanteras sobre la canastilla, que era hasta donde más podían llegar por su corta estatura. 

Satisfecho de haber logrado lo que el chiquillo quería, comentó:

- Ya está listo, ahora déjame en paz porque estoy esperando a alguien muy importante y no tengo tiempo para tus tonterías.

El niño entonces, tomó las patitas traseras y las posó sobre los pedales y dirigiéndose al flamante tripulante del triciclo, dijo:

- ¡Ahora sí! ¡Ya puedes manejar tu solo! 

El hombre dio dos pasos hacia atrás, la escena le pareció increíblemente familiar.

Mirando hacia la banca lleno de alegría, el chiquillo dijo: 

- ¡Mira abuelo! ¡Viste que sí podía montar el triciclo!

Los ojos del hombre se abrieron enormes como dos platos, al ver sentado en la banca a su abuelo, al cual había querido muchísimo y al que no recordaba desde su infancia, al voltear de nuevo, el tierno cachorrito le pareció totalmente familiar, ambos se fueron en tiempos cercanos causándole un dolor inmenso que habría querido olvidar desde pequeño. Una marea de recuerdos inundó su corazón y lo lleno de una inmensa alegría. 

Levantando la mirada al cielo comenzó a sonreír igual que lo hacía el pequeño que jugaba y reía acompañado de su cachorrito y su abuelo.

- Tienes razón –dijo- yo ya he sido muy feliz y, ellos siguen en mi corazón, solo que no me acordaba. ¡Gracias por traerlos de vuelta a mi mente! 

Rió a carcajadas al ver caer al césped al niño y a su abuelo abrazados y al cachorro correr sobre ellos ladrando y lamiendo a los caídos. Pasaron frente a sus ojos un sinfín de travesuras y juegos de un trio por demás “loco” y divertido, olvidándose del tiempo. 

La noche cayó, el hombre se levantó de la banca, se dirigió hacia ellos y se despidió de su abuelo con fuerte saludo de mano y un abrazo y del cachorrito con el clásico revolcón de pelo de cabeza, el cual fue devuelto con un sinfín de lamidas en toda la mano y el rostro como era su costumbre. Tomó al niño de la mano y salió del parque a través del arco por el que habían ingresado, con una enorme sonrisa y muy seguro de que ahora todo sería diferente…, alguien le había enseñado a ser feliz, solo tenía que volver a intentar serlo una vez más.

Al cruzar el umbral de flores se vio de nuevo solo y con una enorme sonrisa aún en el rostro, mirando al cielo dijo:

¡¡GRACIAS POR TODO!! ¡¡LAS LLEVO TATUADAS EN EL CORAZÓN!!



AUTOR: Carlos A. Suárez G

miércoles, 11 de marzo de 2015

La visión periférica

Trabajo de Carmen Calvo


Hoy he ido a la playa. Me he instalado en plan comodón, con mi sombrillita nueva de rayas en tonos azules (playa: azul), mi sillón con brazos (también azul pero sin rayas), mi toalla amarilla (para no repetirme, caramba) y mi bolso con todos los enseres necesarios para este evento: crema protectora (dos, facial y corporal, hay que tener estilo), unos pasatiempos, una botellita de agua (como dicta la moda…todo el día bebiendo agua, cojones), por supuesto el móvil y… a mi marido. Que también tengo que sacarlo. Se merece un día de relax el hombre.

Después de un paseíto y un bañito… al sol. Y la visión periférica (esa que dicen que solo tenemos las mujeres) ha empezado a trabajar. A mi izquierda dos féminas adolescentes y un señor que, supongo, era el padre de una de ellas. La que habla. La otra nada.

Él (con voz cansada). No te pongas tanta crema.

Ella (enojada). Calla ya. Siempre igual.

Él. Han dicho en la tele que crema sí, pero eso que te estas poniendo tú es aceite. Es malo.

Ella. ¿Qué dices? ¿Tú qué sabes de estas cosas?

Él. Lo han dicho en la tele.

Ella. Pero, ¿no me lo estoy poniendo yo?.... ¿a ti qué te importa?

Él. Es que nunca me haces caso y luego pasa lo que pasa.

Ella. Mira, calla ya. Ya sabía que no tenía que venir.

Tras esta demoledora charla he decidido apagar la conexión y cambiar de canal.

A la derecha. Una pareja de jubilados madrileños que tienen un apartamento ya hace años. Aburridos un poco. Ha pasado un conocido (misma edad, modelo y urbanización) y se han lanzado a devorarlo, ansiosos de plática. En un tono de voz insultante para todos los que estamos a su alrededor:

Ella. ¿Cómo estás? ¡Cuánto tiempo sin verte!

Vecino. Llegué ayer viernes. Mi mujer no quería venir antes porque la chiquilla está trabajando y no tiene con quien dejar al crío.

Ella. ¡Los hijos!. Solo nos llaman cuando quieren algo. Yo estoy con el teléfono en mano esperando a ver si vienen o no a comer. La chiquilla que no sabe. Que está esperando al novio ese que se ha echado ahora y no sabe cuándo vendrá. Y el chiquillo por ahí por el mundo, de escalada en yo qué sé dónde.

Vecino. Sí. Siempre igual.

Él. Bueno, pero nosotros estamos aquí disfrutando del sol. A pasar el veranito.

Vecino. Pues sí. Que ya hemos cumplido a tenemos derecho a descansar.

Ella. Sí. La vida es triste. Hay que padecer.

¡Qué agobio! ¡Cuánto sufrir! También desconecto.

Delante a pocos pasos una pareja joven con un bebé de casi un año. Los tres tumbados en una toalla-sábana o sábana-toalla. La niña preciosa con su chupete. La mamá intentando dormir un ratito y el papá entreteniendo a su hija. No me llegan sus voces porque habla bajito, casi susurrando. Deduzco por el estilo que son rusos (este año los hay a montón) y les agradezco de todo corazón que no deseen comunicar a toda la playa sus pensamientos. Media playa mirando al bebé.

En primera línea. Una pareja asidua del mes de julio. Cincuentones. Solos. Quince minutos de sol. Quince minutos de baño. Quince minutos de palas. Y vuelta a empezar. A la una en punto, a comer. ¿Serán suizos? Eso sí... ni los notas.

Otra pareja de treintañeros hispanoamericanos. Llegan bien equipados. Sombrilla, hamacas, toallas, nevera, rueda hinchable, bolsa de supermercado hasta los topes... Después de instalarse, abren la nevera y sacan una cervecita. Bien fría. Además abren una bolsa de papas. ¡Qué hambre! ¿Por qué no habré traído yo una enfriadora de esas, como ellos dicen?

En fin. Pletórica de sensaciones acabo. Agotada. ¡Qué estrés! Enojo, cansancio, aburrimiento, ansia, decepción, ternura, orden, envidia…

Mi marido no sabe la suerte que tienen careciendo de la jodida “visión periférica” esa.


AUTORA: Victoria Monera.

martes, 10 de marzo de 2015

Horizonte interior


Voy corriendo a la máxima velocidad que 
dan mis enclenques piernas
La línea del horizonte es mi meta

Allá
a lo lejos
me espera ondulante por el calor del desierto

Miro a mis pies
No me había dado cuenta hasta ahora de la
cantidad de guijarros que alberga el camino

Sorteo los de mayor tamaño desviándome
momentáneamente de la línea recta trazada
Los de tamaño mediano los dejo atrás de un salto
Los pequeños los voy aplastando aunque el
esfuerzo me comienza a hacer mella

Llevo así bastante rato pero no recuerdo
exactamente cuándo empecé a correr y
la distancia que me separa del horizonte
no parece disminuir

No he visto el hoyo y mi pie izquierdo se ha
hundido en él 

El tropiezo me hace besar la lona
ahora entiendo mejor a Foreman

Giro hacia mis ojos las palmas de las manos
me arden
Infinidad de pequeñas piedrecillas dibujan
constelaciones de rojas estrellas

El golpe es pequeño pero
aún así
la rodilla sangra a borbotones

El polvo se mezcla con el olor a sangre fresca
El vapor empaña mis gafas y no me queda
más remedio que quitármelas para seguir
mirando hacia delante 

Resulta curioso
sin gafas veo mejor
La caliente y ondulante línea se ha transformado
en clarísima y rotunda recta
De hecho
si bien no puedo asegurar que se esté acercando
parece menos distante

A ras de suelo el aire es más limpio
se respira mejor

Creo que me quedaré aquí un rato.


AUTOR: Juanje Frayfregona.