viernes, 27 de febrero de 2015

Las muertes cotidianas


Anoche volvió a visitarme la audacia de tus
equilibristas mentiras
las que me rompían los huesos
y aquella brisa demoledora de tu cinismo
la que atravesaba mis cabellos hasta quebrarlos

En esta ingrata mañana
tumbada en la cama
quiero evitar
hasta que no aguante más
levantarme y acercarme a la cocina
Tu silla vacía solo consigue llenar de
espinas el desayuno

Ojalá hubiera sido tan fácil como tragarme el orgullo
pero ese no era el asunto
La cuestión era la vida y las muertes
las muertes cotidianas

La muerte de las noches gélidas de Agosto
La de las ausencias inoportunas hábilmente argumentadas
Más tarde y sin previa declaración de guerra
el desembarco de la artillería pesada
en forma de asesinas silenciosas
y no me refiero a las arterias y el colesterol

Las sicarias eran las desidias esporádicas y 
sutilmente planificadas
como pequeños infiernos escondidos
preparados para estallar al pisar

Las minas con las que tropezaba en el trabajo
cuando decías que me recogerías y no aparecías
En casa no ayudando cuando debías o
acostándote en nuestra cama con mi mejor amiga

Esas muertes me estaban quitando la vida

Así como reconozco que sin ti la vida
no me importa
no vale nada

He de decirte también
que tras tu muerte
han desaparecido las muertes cotidianas



AUTORA: Cris SS.

jueves, 26 de febrero de 2015

Casi todo


Tanzer era un hombre solitario, de pocas palabras, de pocas acciones, que se dejaba arrastrar por la corriente de sus prójimos.

Había decidido quitarse de en medio.

Fue a la cocina a por un cuchillo. Pensó que cortarse las venas, de forma bestial, sería lo mejor. Sentiría su propia brutalidad y, en los primeros momentos de su muerte, saborearía, por primera vez, momentos de vida, la que se le iría escapando.

Cuando se disponía a darse un tajo en la muñeca izquierda, llamaron a la puerta. Y la abrió. Y ella estaba allí.

Cuan ridículo se sentía atendiendo a la desconocida con una hoja de acero de veinte centímetros en la mano.

Yanil se mostró sorprendida por los ojos vidriosos de su interlocutor. Pensaba que se había equivocado de dirección. Y así era. Providencial fue su llegada, providencial fue su aparición ante la muerte.

-¿En qué puedo ayudarle?- dijo Tanzer, con una lágrima surcando su pálida fisonomía.

-¿Es usted el señor Ivan Ze?

La invitó a pasar a su acogedora casa. Y cambió el cuchillo por un recogeterrones cuando puso el azúcar en sus cafés. Intercambiaron impresiones vitales como si se conocieran de siempre. Y olvidó lo que minutos antes había rondado por su martirizada mente.

-Amor mío- le dijo ella a él-. Esto es un milagro. ¿Por qué he tardado tanto en encontrarte?

-Amor mío- le dijo él a ella-. ¿Por qué he tardado tanto en buscarte?



AUTOR: Jesús (archimaldito)

miércoles, 25 de febrero de 2015

La pereza de la existencia



La vida parecía fácil y las instrucciones a
seguir claras y sencillas

El plan consistía en dedicar veinticinco años
a una educación dirigida a un futuro
desarrollo profesional productivo
No suena muy divertido
No pudo ser
Me venció la pereza

Dediqué el tiempo justo a una educación que
no alcanzó para otra cosa
que no fuera comer todos los días y 
tener un techo lo bastante grande
como para cubrir mi cuerpo cuando lloviera

El plan consistía en dedicar cuarenta años 
a sacar rédito de esa educación en una
muy productiva actividad profesional
Tampoco parece muy divertido
No pudo ser
Aquí también venció la pereza

Trabajé en muchas cosas y siempre que pude
no trabajé

El plan consistía en dedicar cincuenta años 
a encontrar una pareja que tuviera análogo plan
formar una familia y acumular descendencia
regar el entorno con legado genético
Podría parecerlo pero no es divertido
No pudo ser
Me daba una enorme pereza

Tuve unos cuantos amores
fueron llegando y partiendo cuando quisieron
algunos se fueron por mi pereza otros por
tener la pereza más grande que la mía
Cuando no quisieron irse
me fui yo

El plan consistía en cultivar con dedicación
durante toda la vida unas amistades que
acompañaran todo lo demás
El objetivo era que estuvieran cuando se les necesitara
Tiene pinta de ser divertido solo a ratos
No pudo ser
Nueva batalla ganada por la pereza

Los amigos fueron entrando y saliendo
de mi vida según les fue pareciendo
ahora quedan menos que dedos en una mano
Extrañamente aparecen cuando se les necesita 
sin llamarlos
Extrañamente estoy cuando me necesitan
sin llamarme

El plan
en definitiva
era tener una vida larga y próspera

Mi vida no ha sido larga ni pretendo que lo sea

Encima y debajo de cada pereza
a ambos costados de cada pereza
en cada espacio entre pereza y pereza
dentro de todas mis perezas
fui mi constante compañía
nunca me abandoné
nunca me fallé

Cuando llegue la hora de abandonarla
lo haré sin más
ese día no tendré pereza




AUTOR: Juanje Frayfregona.

martes, 24 de febrero de 2015

Andersen, el otro vecino



Hoy he descubierto que tengo un vecino nuevo. Subía esta mañana del paseo de Tara, mi perrita enferma y me topé con él. Quién es este tío, pensé. Estaba frente a la puerta de mi casa. Vi su espalda encorvada y escuálida, y aunque no se le veía agraciado la sorpresa ha sido cuando se ha dado la vuelta. Menuda nariz. De su cara horrorosa emanaba como una cascada una trompa mayúscula. Cuando se ha girado he tenido que dar un paso atrás por miedo a que me ensartase con ella. Y la verdad es que su cara tampoco ayudaba ¡Menudo fantoche! Al principio no sabía si me había visto desde esos ojos diminutos que acentúan su miembro olfativo. Cuando me ha mirado no podía retirar los ojos de esa montaña. Buenos días tenga usted, vecino—me ha soltado, casi con una reverencia. Qué tipo más raro, lo que me faltaba otro fantoche vago en la comunidad. Iba vestido con un traje sacado del baúl de otro siglo y lucía una pajarita roñosa. Su frente era despejada y unos ridículos rizos le tapaban el cuello. Buenas, he tenido que contestarle. Ganas me han dado de decirle, a mí no me cuentes cuentos. A mí que no me gusta hablar con los vecinos hipócritas y gandules. No los soporto. No entiendo esa cordialidad que se fragua en la vecindad como sacada de algún cuento infantil. Esa felicidad falsa que se queda en el rellano cuando todos cerramos la puerta y que se evidencia en las madrugadas en las que cogería al niño de los de arriba y lo amordazaría. Un nuevo vecino supone nuevos problemas, nuevos horarios, puertas que se abren y cierran a deshoras, visitas multitudinarias, ahora que yo lo tengo claro, llamo a la policía y santas pascuas. Aunque para ser honesto, no parece muy sociable. Más bien resulta solitario, como un trotamundos venido de otra época. Cuando he llegado a casa mi mujer no ha tardado en hablarme de él.

— ¿Sabes, Alfonso, que tenemos vecino nuevo? Otra vez. Yo te digo una cosa, que no haga fiestas raras que yo no lo aguanto. Se lo digo a la presidenta pero ya. Pepa, la de Juan, dice que es escritor. Escritor de qué, con esa cara que tiene.

—Ya me lo pensaba, otro vividor vago. ¿Has visto qué feo es el tío?

—Como no lo voy a ver. Madre mía, con la nariz que tiene. Alfonso, a mi no me da buena espina, es muy raro. Esta tarde se lo dije a la señora Ana, de la mercería. Tiene pinta de delincuente. Además qué hace en este barrio, a ver. Que no, Alfonso, que este tipo esconde algo. Tendremos que estar atentos porque no me fío.

—No te preocupes, Manuela. Si se pone a malas ya sabemos qué hay que hacer, a mí no me tiembla el pulso.

El día de fin de año a las seis, mi hija Ariel, trajo a mis nietos, Carlos y Margarita. Esos sí que son ángeles. Con ocho y seis años están hechos unos granujas. Lástima que los veo tan poco desde que mi hija y yo no nos hablamos. Hace algunos años, cuando me dijo que se iba a casar con ese soldado patán, entré en cólera. Ella decía que estaban enamorados. Era un imbécil que la engatusó con sus rollos románticos. Escribió por ahí que mi hija era una sirena que lo salvó de morir ahogado en un mundo que era el suyo y que, desde entonces, había quedado prendado de ella ¡Menuda tontería! Él no me gustaba y no sé todavía qué es lo que me provocó este rechazo, siempre tuve la extraña sensación de que junto a él no tendría un final feliz. A mi hija no la comprendía. Ese cambio repentino me pilló por sorpresa y me sentí profundamente decepcionado. No entendía cómo, después de tantos años de esfuerzo, era capaz de abandonar su carrera de bailarina, así a las primeras de cambio. Era su sueño. La recuerdo con sólo ocho años. Bailaba por la casa con esas zapatillas rojas que le habían regalado. Desde entonces no pudo parar. Siempre pensaba en el baile. Y dedicó todos esos años de su vida a convertirlo en su profesión, hasta que llegó él. No la he visto en años. Sólo habla con su madre desde entonces y nos trae a mis nietos dos veces al mes y en algunas fiestas. Ella se queda en la calle y no sube, aunque su madre le ha insistido mil veces. Reconozco que soy terco y me cerré en banda. Nunca dejé que ese soldado plomazo pisara esta casa. Y así fue cómo la perdí. Han pasado muchos años y el orgullo de ambos nos mantiene lejos, distantes y desconocidos.

—Alfonso, ya suben los niños. Corre, ves a recibirlos.

Abuelo, abuelo, me gritaban mis pequeños y aunque esos momentos son los mejores de mi vida no he necesitado nunca reprimir las lágrimas. Al contrario que mi mujer, mi corazón se ha vuelto de plomo y ya no siente. Les quité las chaquetas forradas de borrego blanco y las colgué en mi cuarto. Los niños empezaron pronto a correr por la casa dando saltitos. No tardamos en sacar el cotillón para que quedara esparcido, minutos después, por todo el suelo. Guirnaldas y confeti se me enredan a cada paso y parecen instalarse en la casa y perdurar durante semanas. Mi mujer preparaba la cena en la cocina con gestos mecánicos. Su semblante era triste, en el fondo, aunque ella se esforzaba en disimularlo. Tenía todo listo para que la sopa y el pavo estuviesen en su punto en media hora. Me senté en el balancín de color café, reposé los brazos y apoyé la cabeza en el respaldo. Me gustaba oír a los niños corretear por la casa y pararse a veces delante de mí a enseñarme el nuevo juguete que les había traído el “Tió” de parte de la abuela. Sonó el timbre cuando la cena estaba en la mesa. Mi mujer me miró y yo hice lo mismo con sorpresa. Fui hasta la puerta, con paso lento, pensaba que con un poco de suerte al llegar y abrir la puerta, ya no habría nadie tras ella, pero me equivoqué. Giré la llave y deslicé la maneta. Frente a mí, apareció el vecino, vestido con un batín de “boatiné” y el rostro sereno. Me quedé callado a la espera de que hablara y finalmente, tras varios segundos de escrutinio dijo:

—Buenas noches, caballero. Quería informarle que encontré en la escalera algo que le pertenece—dijo sosteniendo la llave de un coche.

—Perdone pero eso no es mío—le contesté con la mano en la puerta preparado para darle con ella en las narices.

—Oh, ya lo creo que sí. Mírela bien. ¿No cree que pertenezca a alguien de la familia?

Volví a mirar el objeto sin prestar demasiada atención. Era una tarjeta negra. Intenté hacer memoria de mis conocidos, pero no encontraba a nadie que pudiera ser el propietario. Después de unos segundos de silencio, mi vecino me explicó:

—Verá, señor, es mi deber aclararle que el cachivache en cuestión pertenece a su hija. Lo encontré en el rellano junto a un monedero cuando me disponía a entrar en casa. Suerte ha tenido de ser yo quién lo encontrara, claro está. Mucha suerte. ¿Podría usted llamar a su hija para ponerla en sobre aviso?

Me quedé un instante mirándolo con cara de perro, hasta que entendí por su expresión que era nuevo en el vecindario y que era prácticamente imposible que supiera de mi situación familiar. Mi semblante se tornó triste en ese instante en el que pronunciaba:

—Me temo, que eso no va a ser posible.

El señor narigudo sonrió por primera vez. Miró hacia su derecha con ademán de compartir la complicidad de su sonrisa, gesto que me desconcertó.

—Pues fíjese que yo creo que tampoco hará falta.

Mi vecino tiró de la mano de alguien que había a su derecha, de cuya presencia no me había percatado hasta entonces. Delante de mí estaba Ariel. Mi hija tenía las mejillas mojadas y los ojos enrojecidos. Parecía haber estado llorando largo rato. No supe reaccionar. Ella se me echó encima y no pude más que estrecharla entre mis brazos. Suspiré tan profundamente que exhalé por fin toda la rabia contenida todos estos años. Sólo estábamos ella y yo. Abrazados frente aquel hombre que me la había devuelto, a espaldas de mi mujer que se había colado en la escena desde hacía algunos minutos. Y esta vez no pude reprimir las lágrimas. Todas y cada una, retenidas en este cuerpo fluyeron sin control. Lejos quedaron el orgullo y los reproches de antaño, la ira y la decepción.

—Gracias—alcancé a decir, con la mirada húmeda.

Aquel señor giró tras sus pasos y se metió en su casa. Pasamos dentro y no nos dijimos nada. No hacía falta. Ya en la mesa mi hija nos explicó cómo se habían sucedido las cosas. La escuché paciente contestar a las preguntas de su madre.

—Pues, mamá, perdí las llaves y el monedero. Cuando llegué al coche estuve dando vueltas alrededor pero no aparecían. Volví a desandar el camino hasta aquí. Sin embargo fui incapaz de entrar al portal. Me entró el pánico ¿Y si papá bajaba a buscar algo? ¿Y si bajaba a pasear a Tara? Me quedó postrada en el portal sin aliento. ¿Dónde iba a ir? Manuel y yo nos separamos el verano pasado. Sí, ya sé que no te lo había dicho pero no quería escuchar “te lo dije”. Además no hay nada que contar. Los niños y yo estamos bien. Después de media hora apareció un señor, ese vecino con cara de buena persona. No me dijo nada. Se sentó a mi lado y esperó. Estuvimos una hora en silencio. Al final me enseñó mi documentación y la llave del coche. Me hizo subir a su casa, ¿sabes? Tiene un hogar como de otra época. Charlamos mucho rato y me contó una historia. Me explicó que él no tenía familia y que nadie quería formar una con él. Se le ve un hombre triste. Le conté mis cosas, porque me sentía en deuda con sus secretos. Me dio un té y sin decir nada más me condujo hasta aquí, como se conduce a una niña sonámbula hasta la cama.

En aquel momento entendí que había sido un estúpido con mi vecino y con su nariz. Ahora ya no me parecía tan ridícula. Tenía tanto que agradecerle que me sentí mal por él. Después de comentarlo con la familia decidimos picar a su puerta. Después de todo, era él quien había conseguido el reencuentro. Nos plantamos delante de su casa mi mujer, mi hija y yo. Allí nadie abría la puerta. Tras varios intentos desistimos y celebramos el fin de año, como si nunca lo hubiésemos hecho separados. A la mañana siguiente las vecinas nos contaron que la policía había retirado un cuerpo congelado en la entrada al edificio. Al parecer era el nuevo vecino. No supimos nunca por qué falleció. Se lo encontraron rodeado de cerillas consumidas.


AUTORA: Raquel Ortega.

lunes, 23 de febrero de 2015

El mejor piropo

Título del dibujo "BRINDIS" de Carmen Calvo

Hay piropos que nos llegan al alma. Que nos emocionan. Aunque no nos lo digan a nosotros.

Hace pocos días fui con mi marido a un concierto aquí, en Denia. Unos estudiantes de música que han formado un grupo. Uno de ellos un exalumno de mi marido.


Durante la pausa, una señora se acercó a nosotros:

-Hola. Disculpa, ¿tú eras profesor de mi hijo Edu?

-Sí. Fui su profesor.

-Pues te he reconocido y simplemente quiero darte las gracias porque, gracias a ti, a mi hijo le ha llegado a gustar la historia. Después de años de escuela e instituto repitiéndole que era una asignatura interesante, que era importante… Nada. Ni caso. Siempre la odió hasta que te tuvo de profesor. ¡Qué cambio! Muchísimas gracias.

-Gracias a ti por decírmelo.


La conversación fue breve y, aparentemente, sin importancia.

Cuando salimos y ya de vuelta a casa le dije a marido: “Creo que esa señora te ha echado el mayor piropo que se le puede hacer a un profesor. Me ha emocionado. De verdad que debes sentirte orgulloso. Te envidio”.


Y es verdad.


AUTORA: Victoria Monera.

viernes, 20 de febrero de 2015

Te empujo el sol


No creas que es casualidad que el sol se vea así a través de la rueda.

Estuve un rato colocándolo para poder hacerte esa foto.
Ya sabes que por ti haría cualquier cosa.
Hay hombres que prometen bajar la luna a sus amadas.
Yo no sé hacer eso.

Ni siquiera sé si te amo o sabré amarte.
Pero estuve empujando el sol hasta que lo metí en esa rueda.
Costó trabajo, 
las manos quemaban y el tonto se rodaba para todos lados.
No se quería quedar quieto.

Después hice la foto
Es para ti
¿Te gusta?


AUTORA: Isabel Salas

jueves, 19 de febrero de 2015

Lo cruel



El metal se endurecía dentro de mi cuerpo y, en la trascendencia del momento, me olvidé de recordarle que tenía poco tiempo para terminar lo que había venido a hacer.

-¿No creerías que me habían enviado para perdonarte?

Sus ojos desorbitados eran señal inequívoca de que no esperaba aquella reacción. Aún así, siguió asestando cuchilladas en mi torso, a la par que gritaba mi desgracia, que no era más que la suya, pues en cuanto se entumeciera su antebrazo se lo quebraría, y astillaría sus huesos como palillos.

Seguía sin sorprenderme la ausencia de sangrado. Ni una gota en su hoja mellada, ni en mi camisa, ni en mi piel. Los jirones de ésta se entrelazaban y se fundían para volver a ser una tersa continuidad.

Minimicé el efecto que mis próximas palabras iban a causar en mi inepto asesino. Se permutaron en mi conciencia con un millar de posibles reacciones y el resultado de la incógnita era siempre el mismo por lo que, además de hablar, por primera vez, actué.

-¡Muere! Tu defensa será ineficaz y estéril.

La hoja de acero se detuvo en la concatenación de impactos.

Y entonces, las dos partes de su antebrazo derecho en dos colgajos, y el otro brazo, seccionado desde el hombro.

Las rodillas picudas clavadas en el suelo y el cráneo aplastado en sus zonas temporales. 

Los ojos vaciados de su humor y los carrillos estirados cual goma de mascar.

Y un lamento, su ultimo lamento, más bien un farfullo, un arrastre de palabras sin sentido, que sustituían lo que podría haber sido una mirada de petición de clemencia. Sin comprensión de su significado.

Y, de pronto, una ola de sentimientos golpeó mi enervación. Y creí comprender todo el dolor que aquel ser, destruido ya, debía de sentir.

Y multipliqué ese dolor por mil sufridores como aquel al que estaba a punto de exterminar, en defensa propia.

Y mis manos taparon mis oídos y sienes, pues era insoportable el latigazo eléctrico que atravesaba todo mi cuerpo.

Y recordé. Y huí de aquella fantasía inventada por mi psiquis en un arranque de autoprotección.

Y volví a la realidad.

A tu cara.

A tu desalmada sentencia, sin atisbo de misericordia.

Y el dolor infinito que había imaginado segundos antes era una burla, una nimiedad, comparado con el que sentí en el momento culminante y real, cuando se quebró mi corazón y mi alma, al escuchar de tu boca las peores palabras.

-Ya no te amo.



AUTOR: Jesús (Archimaldito)

miércoles, 18 de febrero de 2015

Autómata



Una vez conocí a un Autómata… y debo reconocer que me dio miedo. Descubrir en sus ojos su extraño mundo, paralelo al real, donde parecía vivir totalmente complacido y ermitaño, me produjo una sensación grotesca y fascinante a la par.


Trabajador eficiente. Nieto, hijo y padre abnegado, le conferían la apariencia de un ser humano normal, aunque no lo era; no podía serlo. 

Las preguntas que surgieron de mi boca, no parecían inmutarlo: ¿qué sientes?, ¿eres feliz así?, y solo obtuvieron una anodina e irónica mueca, adscrita a la mínima expresión del dibujo de una sonrisa, por respuesta. Ahora sé que no es el único.

Las normas establecidas eran el bastón donde apoyaba su mecánica vida, sin salirse un ápice de la ruta impuesta. Efectivo y obstinado como el reloj que parece dirigir nuestro universo. Irreal pero partícipe afiliado del ¡tic tac! que gobierna hoy a la raza humana.

Los días los pasaba admitiendo solo el calculo matemático primigenio; (1, 2, 3...) y las sensaciones, los sentimientos, la empatía, los atesoraba cual avaro contable dispuesto a recaudarlos como simples tributos bien administrados de un tercero.

Nada parecía tener el valor o la necesaria fuente de inspiración para sacar de él más que lo requerido por la obligatoriedad del sistema; y aún así creo haber hecho un amigo. Insultante a veces, pero inquisitivo de la necesaria confirmación de su existencia, hemos suscrito una especie de contrato amistoso: del que se guarda en Diarios, Cajas de Pandora o silenciosas condenas.

Siempre tengo frío ante su presencia, sus ojos emiten un magnetismo difícil de eludir, difícil de esconder. E inmediatamente, nuestras profundas conversaciones enervan la temperatura de mi volcán interno, del yo más sincero, cuando no parece acatar más que su equilibrada sinrazón.

Agnóstico, ateo, atemporal, se sirve de mis miedos para reafirmarse en su arcaica doctrina. No le conmueven ni mis lágrimas internas: las que provocan la maldad que anida, a diario, en este mundo tan frágil y obstinado. Ni guerras, ni hambres, ni intransigencias doblegan el armado muro que ha construido alrededor de su corazón, y tan sólo la pequeña ventana, dejada para atender a los suyos; cual reja de claustro y en la que yo me asomo a veces para confirmar que sigue ahí, le confunden, como a mi su apariencia humana.

Me he prometido insistir, intentar, lograr, que se desconecte de esos imaginarios cables que lo anclan a su rancio futuro. Al que nos llevan con las manos atadas, líderes autómatas como él.

Ahora recuerdo la primera vez que nos encontramos… ante el espejo. Y debo reconocer ... que tuve miedo.


Nota: para cualquiera que se sienta presa de esos hilos invisibles, si no se libera, el futuro siempre será decidido por otros.


AUTOR: Sergio Suárez Hernández.

lunes, 16 de febrero de 2015

Troya ha caído


- ¿Cómo no me di cuenta? ¡Ella ha ganado la batalla! ¡Aún no lo puedo creer! Yo tan férreo en mi voluntad y mírenme ahora, aquí estoy... 

Creo que lo primero que hizo…., fue esa mañana de invierno en la que me pidió permiso para pasar por la puerta de la oficina, me miró con esos ojos hermosos de miel… 

- ¡Ese fue su primer ataque! ¡mmmmmmh! ¡Sí! ¡Ese fue!

Poco después, cuando se presentó esa llovizna atemporal y me encontraba en el resquicio de la tienda cercana a la parada del autobús, se paró muy cerca de mí y su aroma me lleno de un, no sé qué…, ahora me voy dando cuenta. Por eso cuando se animó a hablarme y recibirme mi solicitud de empleo detrás del mostrador, cuando acudí a su empresa por trabajo, uso la más dulce voz que yo había escuchado en mi vida y mira que había escuchado muchas. Pero ninguna como la de ella.

- ¡Un ataque tras otro! ¡Y yo sin darme cuenta! 

Depositaba cada día, desde que comenzamos a trabajar juntos, trampas a mi alrededor, mermando mi resistencia, acosándome. El más artero de sus ataques fue aquel, en el que llegó radiante de hermosa, con ese traje que le hacía ver como una muñequita de aparador, y yo caí redondito, hasta atoré la copiadora por voltear a verla pasar junto a mí. Me embriagaba con ese perfume que despedía su cuerpo. ¡mmmmmmmh! Luego me enteré que era alérgica ellos. 

- Trucos y hechicerías uso en su intento por atraparme. ¡Ahora lo sé!!

Me obligó a suplicarle que salga conmigo, ese día vi caer mi orgullo al piso y aunque no lo podía creer, lo hice con mucha emoción. 

- ¡Flores! ¡Cuándo había yo estado tan preocupado por llevar flores! Y más aún, me llevé tres larguísimas horas arreglando este desastre que traigo por cuerpo.

A partir de ahí el asedio ya había surtido su efecto. Yo pensé todo el tiempo que el que tenía el control de la batalla, era yo. ¡mmjjh! ¡Pobre iluso! 

Era ella con su estrategia y con esa sutileza con la que se implantó dentro de mí. 

- ¡No lo vi venir!

Tres años duró, mi resistencia ya mermada y debilitada ante tanto beso y caricia, palabra y susurro, canto y abrazo. No pude hacer nada para evitar la caída de mi ego, mi orgullo de hombre libre y conquistador, mis murallas cedieron ante todas sus armas (belleza, encanto, voz angelical, andar discreto paro cautivador, ese cuerpo que me hizo sentirme siempre atraído hacia él, sus ojos de miel, su cabello, qué sé yo, todo eso que uso para derrotarme) y yo sin sospecharlo, permití que se fuera adentrando en mi corazón y en todo mi ser.

Hoy aquí, de pie, solo me queda reconocer que llevó muy bien su estrategia, paso a paso, cada avance, cada estocada. Es una maestra en el arte del romance. Que otra cosa me quedaba que sacar la bandera de la rendición y ondearla en todo lo alto y, pregonar mi derrota.

En aquel festín donde se celebró mi caída, no faltaron las palabras de apoyo de mis amigos y familiares diciendo: 

- ¡TE VA A IR BIEN, YA VERÁS! ¡ES UNA BUENA MUCHACHA! ¡NO ES TAN MALO COMO PARECE!....

Y demás palabras de aliento que buena falta le hacían a mi pobre machismo mancillado y derrocado de la manera más sutil que se haya visto en el ámbito del romance y el amor.

El día que se firmó el tratado fue para ella un grandioso día, sus ojos se llenaron de gotas de rocío que se quedaron atrapadas entre sus hermosas pestañas maquilladas.

Hoy se consuma el triunfo rotundo de su larga batalla por conquistarme. Aquí de pie, ante todos estos testigos y ante Dios daré mi palabra de rendición total, absoluta y permanente, para dar paso a una nueva era en mi vida bajo su compañía, ayuda y protección.

Me pregunto si en verdad estoy perdiendo o en realidad salí ganando. Solo sé que he caído como la antigua ciudad de Troya…desde adentro de mi corazón.

Cuando en unos instantes se oiga la voz del oficiante decir: 

¡¿Y USTED?! ¿¡ACEPTA POR ESPOSA A LA SEÑORITA?! PARA AMARLA, CUIDARLA Y RESPETRALA TODOS LOS DIAS SE SU VIDA… 

Con el orgullo de caer ante la mujer más hermosa con la que pude haber combatido y perdido en la batalla del amor, sin asomo de cobardía ni duda alguna…

…diré valientemente:

- ¡SI! ¡ACEPTO! 


AUTOR: Carlos A. Suárez G.

viernes, 13 de febrero de 2015

Mal de muchos, consuelo de tontos


Desde que tengo uso de razón recuerdo tener cierta aversión hacia la gente, ya sea al contacto físico o al mero cruce de palabras o miradas; no es que sea, precisamente, lo bastante fuerte o invalidante como para impedir relacionarme con los demás, no es algo notorio o fácilmente visible para los otros, más bien lo definiría como una incomodidad. Lo cierto es que, sonreír por la puta cara, cada vez me costaba más. Durante mucho tiempo estuve intentado analizar la cuestión desde una posición puramente objetiva, abstracta, sin personalismos, en busca de alguna explicación finalista y coherente; solo conseguía llegar a la siguiente conclusión: mi incapacidad manifiesta para encontrar alguna que soportara un simple examen lógico, formal o informal. Tal vez la razón fuera mi exceso de subjetividad. ¿Pero cómo deshabilitarla? ¿Cómo inhibir el filtro del Yo? Ya me había costado un huevo y varios centímetros cuadrados del escroto aprender a quitar la wifi del móvil y borrar del historial de búsquedas del ordenador, digamos, las no procedentes. 

Así que, hace apenas un mes, decidido a intentar encontrar, de una vez por todas, algún razonamiento válido que me permitiera borrar la cuestión en liza de la lista de asuntos pendientes de dilucidar, papel amarillento que pende desde hace años de un imán de la nevera, me pertreché con los adminículos pertinentes: cerveza sin alcohol como placebo indispensable para llegar al estado mental necesario para el acto inquisitivo; unas aceitunas de Santa Lucia maceradas, durante al menos seis meses, en un mejunje de ajo; una cuña de queso tierno de baifa, éste en concreto sin control sanitario, la mujer del fontanero, los del 5ºD, se entretiene haciendo varios productos derivados de la leche, ilegales, pero sabrosos; unos restos de pan bizcochado que encontré marginados en la despensa detrás del tarro del gofio; una libreta pequeña con las hojas cuadriculadas; dos bolígrafos, uno de tinta azul y otro de tinta roja, me ayudan a diferenciar en mis razonamientos lo crucial de lo accesorio; y por último, como elemento más importante, aglutinador y catalizador de todos los demás, el Tiempo, sin él no somos nada ni nadie, nunca. Se es en el Tiempo, sin el Tiempo, prevalece la completa imposibilidad del Ser.

Degusté, chasqué y tragué lentamente, cual hedonista sibarita, hasta estar a gusto y pleno; la prueba científica que, a continuación, iba a llevar a cabo necesitaba del sosiego y tranquilidad que solo puede dar una panza satisfecha. Solo en ese entonces, presa de un estado Natural de bonanza espiritual, procedí.

De manera concienzuda realicé una extensa y pormenorizada lista, en ella detallé, seguido de una sincrética descripción, singularidades que me provocan repulsa, incomodidad o daño moral, algunas de ellas incluso erupciones cutáneas constatadas y documentadas. Ya, cuando creí tener suficientes como para no dejar pasar, no digo un camello, siquiera una bacteria por el ojo de la Aguja, paré. Con ese esquema y presupuesto teórico fueron desfilando por mi mente, una a una, todas las personas con las que mantengo o he mantenido alguna relación, según visualizaba sus caras tachaba las singularidades repulsivas o de otra índole a las que daban cumplimiento. ¡Eureka! No había una sola que no diera cumplimiento a, por lo menos, tres singularidades de la lista en cuestión. Respiré hondo y solté la lista sobre la mesa de la cocina, reposé unos minutos, metabolizando y asimilando los resultados del experimento. 

De repente me vino una iluminación seguida de un sobresalto, así con fuerza la lista y la llevé otra vez a dónde mi único ojo funcional, el derecho, pudiera corroborar el flash que me había cegado; ¡Mierda! ¡Joder! ¡Me cago en Descartes, en Kant y todo lo que se menea! Yo, el insigne disconforme, el ínclito humanista, era el fiel reflejo de, al menos, siete singularidades, a saber: 

1º Juego al Candy Crush.
2º Veo Gran Hermano Vip.
3º No me lavo las manos después de mear en un baño público, y si se presenta la ocasión de estrechar la mano, la estrecho con fuerza.
4º Suelo contar sin querer (queriendo) el final de un libro o película, no puedo evitar el placer que siento con la contrariedad del otro.
5º Si una señora mayor se cae no me río, miro a ambos lados, si no me ha visto nadie, me hago el sueco, la dejo en el suelo y continúo mi camino. Hasta tal punto apoyo los postulados esenciales del respeto a la naturaleza que, entre otros, reclama la no interferencia sobre ella.
6º Llamo y cuelgo antes de que al interlocutor le de tiempo a descolgar, que devuelva la llamada y pague él.
7º Pongo en las fotos de mi perfil en las redes sociales fotos de tíos musculosos y con el torso desnudo, siempre que sea posible, que se les adivine cierta ambigüedad sexual y actitud artística, mientras tuve la mía nadie pinchó aceptar.

¡Siete de veinte! ¡Dios! ¡Más de un tercio! Me desinflé como un globo de cumpleaños azotado por una jauría de infantes. La estupefacción fue en aumento mientras repasaba los resultados del experimento empírico; el que menos, cumplía con tres, la media era cinco y el único con siete, el que más, yo. ¿Entonces? Si sentía semejante repulsa por todas y cada una de las personas que conocía por verse definidas por el contenido de la Lista y yo era el campeón olímpico de dicha Lista, el razonamiento desembocaba invariable e irremediablemente en que la repulsa, aversión y rechazo que debían sentir los demás hacia mí era mayor que la que sentía yo hacia ellos. Por supuesto soy totalmente consciente de que esto no pasa ni por burda e infantil falacia, pero me tranquilizó. Ahora me siento mucho mejor, desde ese feliz momento se me hace más soportable el paso de los días, el imaginar el desagrado o contrariedad de los Otros al cruzarse en mi camino se ha vuelto un acicate, un inestimable estímulo para salir más a menudo a la calle; cuando me cruzo con alguien conocido y me sonríe, le devuelvo la sonrisa, y en mi interior resuena un dulce y empático… ¡Que se joda!



AUTOR: Juanje Frayfregona.

jueves, 12 de febrero de 2015

Gata de ojos azules



Nos adoptamos, aunque ella aún no está convencida.

Por la casa solemos ignorarnos.

A veces, cuando nuestras miradas

se encuentran, nos reconocemos.

Dos almas intensas,

contenidas en un cuerpo,

suele mirar con desdén y huir de las caricias.

Pero a cambio roba las caricias de quien

Elige. Y no elige por amor, ni por devoción,

sino porque se le da la gana.

Hay momentos en que su intensidad se desborda

si alguien osa robarle tu atención.

Gruñe y mira con un desprecio genuino,

luego se aleja. Solo cuando recupera la cordura,

vuelve plácida a tomar tus caricias.


AUTORA: Karol A.

miércoles, 11 de febrero de 2015

Comprende



El érase una vez quedó para otros tiempos. Es el ahora, lo que está ocurriendo, lo que importa.

Y es así y, que un niño llamado Paco, bueno como nadie, comprensivo como pocos, tiene un amiguito llamado Antoñito, que estaba solo en el mundo. Es huérfano y sus padres adoptivos, ricos en cosas, pobres en sentimientos, le dejaban de lado porque tenían que atender sus trabajos, su casa, sus obligaciones sociales.

Y Antoñito se iba al parque que tiene en el patio común de la comunidad donde vive. Y en aquel parque conoció a Paco, al que se le escapó la pelota cuando jugaba un partido de fútbol con los demás niños vecinos.

-¡Lánzame la pelota! - le gritó Paco a Antoñito en la distancia.

-¿Puedo jugar con vosotros? – Antoñito se la entregó en la mano.

-No sé. Se lo preguntaré a los otros.

Paco volvió a donde estaban los demás, reunidos en corrillo, y les preguntó si podía jugar con ellos aquel niño tan amable.

Los demás niños dijeron que mejor sería que dejara a aquel chico en paz, y que sería mejor que siguiera ocupándose de sus asuntos.

-¿Por qué? – preguntó Paco a sus amiguitos.

No le supieron responder. Y desde aquel día, Paco intentó descubrir por qué los demás veían a Antoñito tan diferente.

Se encontraban casi a escondidas, después de clase, cuando Paco no tenía otros compromisos que atender, cuando la pena que sentía por su amigo Antoñito vencía las ganas que sentía por ponerse a ver la tele, o leer tebeos o, incluso, terminar los deberes pendientes para el día siguiente.

-Estoy contigo porque te aprecio, porque sé que eres un niño bueno, porque no tienes otros amigos, y porque me lo paso muy bien hablando contigo, jugando contigo, descubriendo cosas contigo.

Los días pasaron y, de pronto, Antoñito no volvió a ver más a Paco porque Paco no volvió al parque, y Antoñito pensó que mejor se quedaba en casa, encerrado en su habitación, intentando pasárselo bien solo. Pensó que algo raro pasaba en él para que los demás le trataran así, y decidió preguntárselo a sus padres adoptivos.

Esperó el día en que sus padres no estuvieran tan ocupados haciendo dinero, cuidando su casa y su coche, atendiendo a los amigos que les visitaban en casa.

-Mamá, ¿por qué no tengo amigos? ¿Por qué, en clase, me tratan como un bicho raro? Mamá, si me quieres, dímelo, por favor.

La madre, ante las lágrimas de Antoñito, olvidó de inmediato todo el mundo que le rodeaba y se centró en los ojos de su hijo adoptivo. Pensó que le había tenido demasiado tiempo abandonado. Que no todo en la vida era darle el desayuno, llevarle a clase, recogerle a la salida, darle de comer y dejarle irse al parque, para que cuando volviera se acostara con un simple buenas noches en un beso vacío. Que debía hablar con su esposo para que olvidara un poco su negocio y se centrara más en su hijo.

Y así, ahora Antoñito podía decirle a Paco qué ocurría, y lo llamó por el telefonillo para que bajara a jugar con él.

-Antoñito, no me importa nada lo que digan los demás de ti, que si eres raro, que si tienes una enfermedad contagiosa, que si te vas a morir dentro de poco. Me da pena, pero quiero saber la verdad de tu propia boca.

Antoñito abrazó a Paco y le dijo que era el mejor amigo del mundo, y que iba a contarle lo que su madre le había contado a él. Que sus verdaderos padres eran drogadictos, que su madre murió en el parto y su padre murió de una sobredosis de una droga muy mala, pero que él lleva en la sangre la misma enfermedad que ellos. Que él no va a morir por ella, que la tiene dentro, durmiendo, y que espera que nunca se despierte, pero que, mientras, los demás tienen muchísimo miedo de que se la pegue.

-Por eso no tengo amigos, excepto tú. Los demás no saben qué me pasa. Nadie se lo ha explicado bien, o por lo menos no tan bien como lo ha hecho mi madre. Por eso te lo cuento yo así, para que puedas decírselo a tus padres y no te prohíban estar conmigo.

Paco quiere a Antoñito como nunca ha querido a ningún amigo. Es el hermano que nunca ha tenido. Son felices jugando, saltando, riendo, y todos lo que quieren escuchar y comprender también pueden ser sus amigos.

Y es que con el colorín colorado, este cuento no se ha acabado: Aprende para que este cuento te muestre el camino de la verdad de la amistad.


AUTOR: Jesús (Archimaldito)

martes, 10 de febrero de 2015

Cuando el hambre nos acalla (relato, a modo de los antiguos fotomatones cinematográficos)


La señora Grimmbauer rebusca por entre los escombros de la destrozada Berlín algo que echarse a la boca. A unas decenas de metros a su derecha, Marta Ernst, lo intenta bajo el montículo de ladrillos de la última casa demolida por los bombardeos aliados la noche anterior, mientras porta su pequeño recién nacido, Pierre, en su espalda sujeto por una raída colcha: joya, artesanalmente elaborada, del ajuar de su abuela materna.

La señora Grimmbauer cree reconocer a quien pertenecen los muros derruidos donde Marta insiste, piedra a piedra. La hermosa y coqueta residencia de los Baumann tenía el porche más envidiado de la manzana: las bellas hortensias, de azules, rosas y malvas pálidos, crecían dentro de sus exquisitos maceteros de mármol, añadiendo fulgor y alegría a la madera pintada de un blanco impoluto, rematada por una señorial escalinata de acceso. ¿Qué habrá sido de ellos, tras ser enviados al gueto?, se pregunta, dedicándole apenas un segundo. El mismo que empleaba en cruzar la calle cuando se los encontraba al comienzo del nuevo Estado Ario.

El rostro de la señora Grimmbauer, recobra la fea mueca de asco, firma de su despótica y remilgada familia, cuando el pequeño Pierre comienza a berrear al ser inclinado vertiginosamente, mientras su madre intenta levantar una enorme baldosa de la antaña escalinata de los Baumman. Y en su mirada nace una interrogante sobre la paternidad del atemorizado crío, no habiendo ni un solo hombre en toda Alemania desde hace tres años. ¡Bastardo! le apunta su mente. Recuerda que su madre trabajaba en el campo de prisioneros que acondicionaron para retener a los franceses rendidos en los primeros combates en el libertino país bolchevique. 

Ahora, la señora Grimmbauer, se aprieta la barriga, cruzando con sus frías manos las puntas de la rebeca, regalo de aniversario del suboficial de submarinos del escuadrón “manada de lobos”, señor Grimmbauer. Del que no sabe nada desde hace casi un año… casi medio ya, que no se relaciona con nadie, evitando acercarse a ningún alma de las que salen a diario, tras los eficientes bombardeos aliados, y con las que tiene que luchar por su subsistencia: le avergüenza que puedan oír los indomables rugidos de su estómago: ahora, vacío desde hace cuatro días. 

La señora Grimmbauer, mira a su izquierda, comprobando que, a unos cien metros, la figura del señor Boerman sigue erguida frente a la parada del tranvía que lo llevaba a las 07:30h, cada día, a la casa de su viuda hermana. El orgulloso y estricto oficial prusiano, tan germano como la enfermedad que empieza a corroer su mente. 

Minutos después de abstraerse en sus más bellos recuerdos de otrora y mejor época, la señora Grimmbauer y el señor Boerman, girán sus cabezas hacia Marta y Pierre Ernst, cuando desaparecen al agacharse tras el montículo, pero vuelven a perder interés cuando se incorporan de nuevo y las manos de Marta siguen vacías.

Mientras el radiante sol no consigue descomprimir el depresivo día, el señor Boerman se lleva la mano al pecho antes de caer fulminado. El infarto le ha sobrevenido sin que nadie le preste la más mínima atención. Ni la señora Grimmbauer, ni Marta Ernst se han percatado de la nube de polvo levantado tras golpear el amarillento suelo de la parada del tranvía que no llega nunca.

La señora Grimmbauer, distraída en calmar los implacables lamentos de su estómago, no ha reparado en que Marta y Pierre Ernst se acercan por su espalda, y cuando están apenas a un metro de ella, la horrenda mueca de su boca quiere iniciar lo que para ella es ya su saludo más sincero. Pero al ver aparecer, por entre las raídas ropas de Marta Ernst, medio famélico gato aplastado bajo los restos de la escalinata de los Baumann, el clamor de su vientre acalla el huraño gesto de su rostro. No así el de Marta, que arquea las cejas del suyo, dibujando un insipiente mohín de una ínfima alegría olvidada hace mucho tiempo.

Marta Ernst, disfruta, notando como baja por su garganta el orgullo de la señora Grimmbauer… y como se lo traga irremediablemente.

La señora Grimmbauer, gira un segundo la cabeza para encontrarse con el espacio vacío que ha dejado el señor Boerman, antes de seguir tras los sollozos del pequeño Pierre y los pasos de su satisfecha y henchida madre…

Ninguna de ellas sabe que el ejército rojo está a unas horas de entrar en Berlín… ni que el señor Boerman ya ha cogido su último tranvía. 



AUTOR: Sergio Suárez Hernández.

lunes, 9 de febrero de 2015

INEMterapia


Avasallo al vasallo que hay en mí
lo doblo y pliego en cuadrados perfectos
en cada cuadrado que obtengo
ocho en total según mis cuentas
dibujo una herramienta distinta
a saber
educación
honradez
diligencia
profesionalidad
flexibilidad
sociabilidad
creatividad
y una pistola como último recurso


Tiro a la calle al vasallo que hay en mí
forrado de escudos y entrenado
mentalizado y convencido
animado y sonriente
en definitiva
dispuesto al combate sangriento
del actual mercado laboral


A los diez minutos exactos
ni uno más ni uno menos
se tropieza con el primer avasallador
Exactamente no conozco los detalles
lo cierto es lo que detallo a continuación


La educación y honradez se la rompieron
con el primer golpe
La diligencia y la profesionalidad
huyeron despavoridas
La flexibilidad y la sociabilidad
se la metieron por su culo
muy flexible y sociable
De la creatividad se adueño el avasallador
al coger la pistola y metérsela en la boca y
pegarla con una original cinta americana


Ya de vuelta a casa
compungido y encochinado
me mira con los ojos inyectados en sangre
me apunta con la pistola y
me obliga de mala manera
a levantar la mano derecha 


Juro solemnemente no volver a sacar
a pasear mi ingenuidad e ignorancia y
guardar todos mis derechos laborales
donde a esta hora están el resto
de mis derechos fundamentales…
… en el fondo de mi cajón
muy flexible y sociable.



AUTOR: Juanje Frayfregona.

viernes, 6 de febrero de 2015

Indultado


La carta de la Real Corte había llegado. Colgado de los barrotes de su mazmorra, intentaba sacar la cabeza para ver la entrada del jinete que la traía dando voces.

- ¡EAH!
- ¡A UN LADO, ABRAN PASO!
- ¡ABRID LA PUERTA!
- ¡DETENEND LA EJECUCIÓN POR ORDEN DEL VIRREY!

Los gritos más dulces jamás escuchados desde que fue recluido en ese lugar. Hacía catorce años que esperaba el momento en que fuera ejecutado, acusado de alta traición a la Corona. Llevaba la cuenta de los días rayando con una tiza las paredes de su horrenda prisión. Su agonía se acrecentó cuando al pasar de los meses, iniciado su cautiverio, las visitas de su amada esposa con su bebé de apenas un año hacia el día de su arresto, se iban haciendo cada vez más lejanas. Ella argumentaba sobre las habladurías de la gente de la Villa, el rechazo y los insultos de los que era víctima a diario a causa de ser la esposa de “un vil y cruel pirata”, el tiempo que no le alcanzaba para poder conseguir el sustento propio y el de su pequeña hija, la cual lloraba sin cesar, inocente de todas las desventuras de su madre y la desgracia de su padre.

No había día en el que no asomará la cabeza por los barrotes, intentaba verla pasar u oír su voz entre el gentío que se arremolinaba cada vez que algún compañero de celda o condena, sería ejecutado en los patios de la prisión. Poco a poco fue perdiendo las esperanzas en su regreso, al ver pasar todo un año de ausencia de su esposa. Le ardía el corazón y las entrañas al no saber el destino de su pequeña bebita, no poder verla crecer ni verla dar sus primeros pasos, su sonrisa, sus balbuceos que se convertirían en palabras al correr de los años… nada de eso vería ya jamás.

Los presos no tenían ningún derecho, pero los celadores eran amables con ellos de cuando en cuando, no así con los presos acusados de piratería, los cuales eran muy frecuentes en aquellos tiempos en los mares frente a la Villa de San Francisco de Campeche. Las murallas en incipiente construcción que servirían para resguardarla de tanto ataque pirata, aún no los amedrentaba en lo más mínimo. Llegaban de improviso, abriéndose camino a estallido de cañón, pistolas, arcabuces y fusiles, arrasando con todo lo que se encontraban a su paso, robando casas, matando hombres y mancillando mujeres y niñas, o raptándolas para llevarlas a los galeones y usarlas en sus fiestas de embriaguez y depravación; finalmente las asesinaban y las lanzaban al mar como alimento para los tiburones.

La población vivía aterrada y a sobresalto. Cada vez que se divisaba un barco en la bahía, los vigías en turno, catalejo en mano, confirmaban la categoría del navío y su procedencia a través de los colores y las insignias de su bandera en el palo mayor de este. Permitiéndoles ingresar a los puertos de abrigo en las playas de la Villa. A diferencia del terror y pánico que sentían al descubrir una bandera negra con una calavera y dos fémures cruzados ondear en lo alto del mástil. Y  solo sí eso era posible, cuando sucedía de día. Porque de noche, los piratas anunciaban su arribo desde dentro de las empedradas calles, causando un gran alboroto y provocando la histeria de los habitantes. 

¿Cómo iban a tenerle consideración alguna? Recordaba vivamente el día en que fue aprendido…, pescador de oficio, tendía sus redes a no muchas brazas de la costa, intentando capturar algunos peces que se convertirían en alimento y dinero para su hogar. Se fue alejando mar adentro en su pequeña lancha a causa de los pocos resultados obtenidos en casi medio día de ardua y quemante labor. De repente observó el manoteo de un hombre entre las pocas olas que el mar hacía. Se apresuró a sacarlo del agua y a prestarle auxilio, este le dijo que sobrevivió de un naufragio reciente y que lo ayudara a llegar a la costa. Así lo hizo el hombre y lo llevó a la Villa, dejándolo en la puerta de un médico para que lo revisara, en un descuido, el náufrago desapareció dejándolo muy extrañado por tal comportamiento, algunos pescadores que lo vieron le dijeron que no era su problema y siguiera con lo suyo.

Al caer la noche el “náufrago” había logrado liquidar a cuchillo al vigía del faro y con señales dio aviso a sus compinches de la vulnerabilidad de la defensa de la Villa. El resto es historia y el botín mayúsculo.

Bastaron los testimonios de los pescadores que le habían visto desembarcando junto con el saqueador, para ser acusado de complicidad pirata y alta traición a la Corona. Solo el testimonio de párroco de la iglesia sostenía la inocencia del hombre, por lo que aplazaron la ejecución por tiempo indefinido hasta ser comprobada y aseverada.

Catorce años pasaron desde que inició su tormento, por fin noticias de ultramar…
Veredicto: Inocente.
Acto legal: Libertad inmediata en caso de seguir con vida.

Con los harapos que llevaba por ropa y sus ansias de volver a ver a su familia, a su pequeña y ver de nuevo su hogar se dirigió hacia el barrio donde otrora vivió. Sin encontrar ni rastros de lo que había sido su casa, preguntaba por todas partes, nadie le reconocía ni le recordaba y de mala gana, un par de ancianos le dieron leves pistas del paradero de su familia.

Pensando en que valió la pena soportar las malas condiciones en las que se encontraba dentro de aquella asquerosa mazmorra, la única ración diaria de una hogaza de pan duro o quemado con un cuenco de agua, las tantas veces que no pudo dormir a causa de las golpizas por diversión que recibió de los guardias y demás vejaciones soportadas durante todos esos años de encierro. Hoy día, podría abrazar el motivo de sus esperanzas vivas.

Al acercarse al lugar indicado en alguna de las pistas recibidas, observó una casa muy linda, en una quinta frutal, llena de árboles de mandarina, naranja, mango, tamarindo, flores y hortalizas, cercada con piedras labradas y blanqueadas a la usanza maya. Todo era prosperidad y alegría en ese lugar.
Pensándolo dos veces se animó a tocar la puerta preguntando por el nombre de su esposa. Pasaron eternos y agonizantes minutos antes de que la puerta se abriera. De adentro salió una criatura angelical de joven lozanía, hermosa como el sol radiante de la primavera, sus ojos reflejaban una inmensa felicidad y a pesar de los asaltos piratas ya menos frecuentes, parecía que ella vivía sin preocupación alguna. La melodía de su voz lo llenó de alegría puesto que sonaba igual a la de su madre y sus facciones eran por demás las de ella.

La bella niña pregunto:
-       ¿A quién busca señor?

El hombre con voz tenue y torpe por los nervios balbuceo:
-       ¿La señora De la Barca vive aquí?

Ella respondió extrañada y con desconfianza:
-       La Señora De la Barca, era mi madre. Murió al nacer yo y solo mi padre vive aquí conmigo. ¿Quién es usted y por qué la busca? ¿La conocía?

El hombre le iba a responder a la niña, cuando un caballero elegante, tomando a la niña del brazo en forma muy delicada, hizo un gesto, la niña comprendió y regresó al interior de su hogar.

El caballero, a pesar del desagrado que el hombre le provocaba por su aspecto físico, cuestiono con mucha educación:
-       ¿Señor mío, desearía saber su nombre y cuál es el motivo de su interés por la Señora De la Barca?

Cabizbajo y meditabundo por las palabras antes dichas por la niña, decidió contestar la pregunta diciendo:
-       Soy viejo amigo de ella y quería saludarla y saber cómo le ha ido, desde hace años no la veo. ¿La niña es su hija?

El caballero con un recelo natural y sin apartar la mirada del andrajoso hombre le dijo:
-       Señor, no sé desde donde venga usted ni cómo conoció a la Señora De la Barca, pero ella falleció hace ya más de 12 años, entró en mi casa con una herida de bala en el pecho, venía huyendo con la pequeña en brazos, la ciudad estaba siendo atacada y la tuve que esconder junto con mis padres dentro de mis muros. No pudimos salvarla. Desde entonces la pequeña se ha convertido en la luz de mi vida y hoy precisamente que cumple sus quince años, será presentada en el Salón Principal como toda una Dama de Sociedad. Si era algo suyo, lamento mucho su perdida. Y si no tiene nada más que agregar le ruego que se retire.

Inclinando la cabeza el hombre contuvo las lágrimas que amenazaban estallar ante tan cruel relato que lo había dejado helado. Una avalancha de pensamientos y emociones le aplastaron su frágil corazón, avejentado por el cruel encierro. Haciendo nudo la escasa orilla de lo que llevaba por camisa, levantó la cabeza y con tono firme le dijo al caballero:
-       Usted perdone señor, yo solo quería saber de ella y de su pequeña hija porque...

Quedándose sin palabras para seguir explicando y con el llanto contenido, decidió poner fin a la conversación. Dio la media vuelta, se alejó sin rumbo fijo con una idea clavada en el corazón y una pregunta que solo Dios podría contestarle...¿cómo pudo pasarle esto a él?

Al acabarse la arena y llegar a la orilla del mar que bañaba sus pies descalzos, mientras contemplaba su inmensidad, siguió pensando en su futuro.

-       Ahora entiendo por qué no volví a saber de ella ni de mi pequeña nena, que ahora se ha convertido en toda una dama. ¡Es tan hermosa como su madre! Ella tiene ahora una buena vida, parece que no le hace falta nada, ni yo. Además ¿qué le puedo yo ofrecer? ¡No tengo nada! ¡No soy nadie! ¡Sólo soy la sombra de lo que fui! ¡Con la carga de haber sido acusado de piratería! ¡Malhaya sea mi suerte! Ya no me queda nada en esta vida por lo cual luchar. ¡No le puedo quitar la oportunidad de ser todo lo feliz que su madre y yo no fuimos! No sería justo para ella, es mejor que no sepa nada de mí ni de su pasado.

Y tomando una muy seria decisión, volvió sobre sus pasos para indagar sobre el paradero de la tumba de su amada esposa. Al encontrarla en el camposanto, se dejó caer de bruces y lloró, lloró amargamente por largas horas, las pocas fuerzas de vida que le quedaban iban menguando con cada lágrima.

Con la llegada de la mañana, llegó a sus oídos los repiques de las campanas del puerto que anunciaban el arribo de un mercante. -¡Una oportunidad!- Antes de irse rumbo al puerto, se despidió de su esposa:

-       ¡Amada mía! Perdóname el error que nos llevó a los dos a este triste final. No te preocupes por nuestra hija, se queda en buenas manos, tu último aliento la protegió hasta el final y la dejaste en una buena casa, tiene todo, principalmente amor. ¡Te dejo, duerme en paz mi amor! Voy a buscar mi destino. Aun no sé qué me tiene preparado, pero le ruego a Dios que pronto me lleve a tu lado. ¡Espérame mi amor, no tardaré!

Se despidió de ella haciendo la señal de la cruz y tomo camino al puerto, solicitó unirse a la tripulación del mercante sin más paga que su alimentación diaria. No preguntó cuál era el destino del barco, eso no le interesaba, tampoco le interesaba que trabajo realizaría en él, solo sabía que los mercantes eran las presas favoritas de todo barco pirata.

Una idea clavada en su corazón lo acompañó al subir al galeón mercante…

-       ¡Al menos uno de ellos pagará con su vida por el daño que le hicieron a mi familia o me devolverá la dicha de volver a ver mi amada esposa!

¿VALE EL TESORO DE UN PIRATA LA VIDA DE UN HOMBRE HONRADO?


AUTOR: Carlos A. Suárez G.