Desde mi
ventana se ven muchas cosas. Buenas, malas, inesperadas, curiosas, tristes… de
todo.
Vivo en un
primer piso de una calle cualquiera de una bonita ciudad en una bellísima
costa. Pero la calle es totalmente anodina. Una calle vulgar. Y desde mi
ventana (y la mayoría de las veces sin querer) veo pasar la vida. La misma vida
que pasaría si fuera una calle importante en una gran urbe.
Veo a la
vecina de entresuelo de enfrente. Una mujer ya mayor con dos hijos; un
minusválido y el otro que siempre lo acompaña a pasear. Esta señora siempre va
arreglada, grita mucho y tienen una buena dosis de energía a todas horas.
La pareja de
abajo; son jóvenes, tienen un pequeño negocio en el que trabajan veinte horas
al día Siempre son amables. ¿Tendrán hijos?
La puerta de
al lado; es Paquita. Acaba de quedarse viuda y sus hijos viven fuera. Ahora
espera que el tiempo la ayude a olvidar que está sola. Es la vecina perfecta;
casi nunca la ves, pero si te hace falta algo… ahí está. Pasa por la ventana
cargada con bolsas de compra porque este fin de semana vienen sus hijos. ¡Qué
ilusión!
El chico
joven del bajo. Creo que dirige una empresa de limpieza; tiene un perrito que
no le pega nada y que me despierta cada mañana a las ocho. Es curioso porque
antes había en ese mismo bajo una empresa de pintores que empezaban a la misma
hora y me servían de despertador. Es la hora perfecta para mí. Ahora tengo los
ladridos; cuando deje de oírlos…
Pared con
pared un matrimonio de mediana edad (me encanta esta expresión “mediana edad”;
suena teatral) del que solo se escucha a la señora y al hijo veinteañero. No sé
si discuten o es su tono de voz. Al marido lo veo salir a correr cada mañana.
Creo que huye.
Hace unos
años presencié un suicidio desde esta ventana; bueno, para ser exactos, el
final de esta tragedia. En el solar de enfrente encontraron a una anciana que
se había tirado de la terraza unas horas antes. Policía, ambulancia, médicos…
¡Cuánta actividad desata la muerte! ¡Un estrés!
Y poco
después un pequeño incendio de la hojarasca seca de ese solar; mi hija avisó a
la policía para evitar males mayores. ¡Qué protagonista y feliz se sintió
cuando dos apuestos policías (todos los hombres son apuestos con uniforme. ¿Por
qué será? Se lo quitan y…) vinieron a casa a pedirle los datos!
Las tres
chicas que quedan justo enfrente de mi ventana y que siempre llegan tarde al
instituto. Son felices e inconscientes como solo en la juventud te está
permitido.
Ah, y al que
limpia los coches que es un cotilla de mucho cuidado y que seguro que sabe todo
de todos.
La chica que
trabaja en el supermercado y va cada tarde al gimnasio. Muy atractiva. Se
separó hace un par de años y se la ve mucho más feliz ahora. Bravo por ella.
Y veo a mi
marido cuando sale cada tarde para visitar a su madre y darle un poco de
conversación.
Y a mi hijo
con su bolsa de deporte repleta de ilusiones y sus zancadas.
Hasta me veo
a mí… con un andar siempre rápido. Como si tuviera prisa, vaya a donde vaya.
Con la carpeta, algún libro y alguna de mis listas en el bolsillo. Lista de la
compra, lista de lo que tengo que hacer hoy, lista de lo que haré mañana, lista
de…
No veo a
gente “especial”. No vive es esta calle ningún político famoso, ni una despampanante
actriz, ni un escritor de moda… Ni falta que hace.
Me encanta todo
lo que veo desde mi ventana. Es gente que se levanta cada mañana dispuesta a
vivir, o al menos a intentarlo. Y me gusta ver que están ahí día tras día.
Detrás de mi ventana.
AUTORA: Victoria Monera M.
Muy buen relato Victoria, hace que uno retorne al pasado, cuando las cosas eran más "sencillas". Bravo. Por cierto, yo viví 26 años en un bajo, ¡imagínate!, jejeje. Ahora vivo en un 9º y no conozco a nadie.
ResponderEliminarEnhorabuena, me ha encantado volver, con tu relato.
Un enorme abrazo.