viernes, 30 de enero de 2015

MICRORRELATO'S DAY (1)




Daos fraternalmente la... ?



El Sacerdote está a punto de decir: "daos fraternalmente la paz", un estornudo proviene de atrás y una dentadura sale rodando por el pasillo que va a parar a los pies del Sacerdote que ha bajado a dar la mano a los feligreses. El Sacerdote, sin pudor algo, la recoge y llegado a una mujer mayor que busca desesperadamente por el suelo su dentadura, ésta le dice al Sacerdote: ¡La paz sea con Usted!; y el Sacerdote le responde: ¡Y para ti también! y toma la dentadura, y deja de jugar con ella...

AUTOR: Javier María Martí M.


- - - - - - - - - - - - - - - - - - - -



Los gemelos


Eran un par de gemelos. Uno se distinguía del otro por el agujero que tenía en una extremidad. Habían pasado toda la vida en una casa humilde. Pero ahora ya no se diferenciaban. Así que acabaron en la basura de una gran ciudad. Echaban de menos a sus dueños aunque los nuevos les dieron la oportunidad de andar la calle por primera vez. Por fin eran unos calcetines libres.

AUTORA: Raquel Ortega.


- - - - - - - - - - - - - - - - - - - -



No tiene idea...



-¿Qué? ¿Como está el café? le pregunta el propietario al cliente. Este mira con perplejidad al hombre que tiene en frente y sin parpadear le contesta. 
-Es usted increíble. Llevo entrando en esta cafetería dos años y ahora ¿se preocupa? No tiene idea... No le deja hablar y continua hablando.
-No es por su café, que a veces me lo he tomado frío, ni por el servicio que es nefasto, ni por el lugar que ya le toca una reforma. Si quiere saber la verdad, mi mujer está ingresada en el hospital de la esquina y no saldrá seguramente .Lo que si sé seguro, es que su repentino interés es por la posible competencia que le dará el local de en frente.

Le tira el dinero del café en la mesa y sin mediar palabra prosigue su camino.

AUTORA: Carmen Palencia.


- - - - - - - - - - - - - - - - - - - -



y tenían razón...


Michael rondaba los treinta cuando montó por primera vez. Y le agradó tanto su suave grupa y su salvaje fuerza, que salió a galopar, día tras día, los siguientes cinco años. Los amigos le decían que estaba loco, que su obsesivo comportamiento no era sano. Y en verdad no lo era. Él no lo reconoció hasta que casi destrozó su cuerpo. Ahora reconoce que el nombre ni siquiera le pegaba… y tenía razón. “Heroína, no es un buen nombre para ese caballo”

AUTOR: Carlos Sergio Suárez Hernández.



- - - - - - - - - - - - - - - - - - - -



Impuntual


Sabía que llegaba tarde. ¡Tarde!. Yo, que siempre soy puntual. Y llegué tarde. Las puertas del teatro estaban abiertas, pero ya no había nadie fuera. Todos dentro. Había empezado y un chico muy amable se apresuró a informarme de que no se podía acceder a la sala durante la función. En la pausa, eso sí. Dentro de una hora.

Me había pasado media hora decidiendo qué traje ponerme. Formal, informal, coquetón, negro clásico, rojo llamativo… Ay, Dios mío. Las mujeres.

Me quedé con cara de “¿Y ahora qué hago? “. Y solo se me ocurrió hacerme la moderna y preguntar a ese chico tan solicito: “¿Hay un bar?”

Me casé con él diez meses después. Y continúo. Al fin y al cabo no fue en vano la media hora que tardé en vestirme.

AUTORA: Victoria Monera M.



- - - - - - - - - - - - - - - - - - - -


Final de la Champion’s 2014, minuto 50: Atletico de Madrid 1 - 0 Real Madrid.



María se asomó a la ventana de la cocina, nerviosa, encendió un cigarrillo intentando despistar a su esfínter. Las ganas de ir al baño empezaban a ser mayores que su prudencia. Su mayor deseo en ese instante era un gol del Real Madrid. Sabía que era el único escenario en el que ella podría pasar por delante del televisor sin correr el riesgo de que Antonio le pusiera morado el otro ojo. 

AUTOR: Juanje Frayfregona.




- - - - - - - - - - - - - - - - - - - -


Sabana 


Él, armándose de valor, se acerco a ella y con un suave movimiento de cabeza le dijo que la amaba. Ella, en respuesta lo envolvió en un fuerte abrazo de trompa que no se soltaría jamás. Y caminaron juntos por la sabana, en busca del lugar donde harían florecer la manada. Batiendo alegremente las orejas y haciendo temblar la tierra al paso de su amor! 

AUTOR: Carlos A. Suárez G.



- - - - - - - - - - - - - - - - - - - -


Goodbye stranger 


Era un andariego, uno más de esos, tenía ojos sesgados y boca escondida. Una guitarra sobre el hombro, una canción ocasional y el placer de las avenidas desiertas por la madrugada. Era una intrusa, una más escondida entre los libreros de una vieja biblioteca en un pueblo olvidado. Y como dos kamikazes se lanzaron al vacío, solo que su explosión no tendría más consecuencias que la de dos náufragos sucumbiendo a las olas del mar.


AUTORA: Karol A.

jueves, 29 de enero de 2015

El niño robado


Años y años con el pensamiento amarrado a la misma pregunta habían desgastado su cerebro y lo habían incapacitado para pensar correctamente. Ella lo sabía.

Sus habilidades intelectuales habían ido menguando conforme el tiempo pasaba y nada se resolvía. No llegaban noticias.
El mundo siguió su curso indiferente a su angustia y a su pena y ella en respuesta también se volvió indiferente al mundo.
Ni vivo ni muerto.
Ni si.ni no..
Robado, llevado. Desaparecido...arrancado de cuajo.

Desde el día que se lo llevaron se había ido muriendo un poquito cada día roída por los sentimientos mas malos que puede albergar el corazón de un ser humano, miedo, angustia, dolor y duda. Por separado habrían sido terribles, pero juntos se entrelazaron en un nudo que le fue apretando las venas, la garganta, los ojos...el alma entera hasta que se quedó prisionera y ya no se pudo salir de aquella espiral de tormento.
Su niño.
Su luz, su cielo.
Se lo llevaron.

Alguien cuyo rostro ella no conseguía imaginar, hombre, mujer, monstruo...se llevó a su hijo de 6 años, y ahora casi cuarenta años después, con sus sesenta y ocho cumplidos, ella se sentó en su butaca a terminar de morirse. Se acomodó tranquilamente a esperar el ultimo aliento mientras se llenaba de una serenidad inédita después de tantos años de sufrimiento extremo.
Por su cabeza dañada que ya no sabía pensar en otra cosa, por un momento pasó el resumen de su vida.

Tuvo lucidez para reconocer en esas imágenes, las famosas diapositivas que había escuchado que el cerebro dispara unos minutos antes de apagarse para que te vayas bien consciente de tu vida. Bien jodido.
Le hizo gracia pues siempre imaginó que esa historia de las diapositivas era una soberana estupidez, como lo del ángel de la guarda o el ratoncito Pérez.

Se vio niña, jugando con sus hermanos en el patio del almacén de su padre. Mocita, esperando a su primer novio para darse unos besos escondidos de todos. Enamorada y casada con sus diecisiete y después pariendo.
Sus tres partos, tres dolores diferentes que le trajeron sus tres hijos igualmente amados, primero su niña, la mayor, la mujer que al hacerse grande le dio el apoyo necesario para no desplomarse camino de su locura interior.
Ella le dio nietos, le dio besos, le dio el amor de hija buena y la comprensión de su pena.
Pena en cierto modo compartida, pues quien robó su hijito también le había robado el hermano adorado a aquella nena dulce que tardó años y años en volver a sonreír.

Seguido de la niña nació el primer hijo hombre, que fiesta en la familia, que orgullo para el padre, que momento feliz. Ese niño dulce que con los años se hizo policía y que había dedicado su vida a perseguir pederastas y otros hijos de puta.
No se quiso casar y siempre evitó tener hijos.
Sólo de pensar que alguien se llevaba a su hijo como se habían llevado a su hermano hacía que se le llenara la boca de sangre.

Y por fin el Keko, el peor de los tres partos, el que más le costó echar al mundo. Su niño chico que venía a completar la alegría de todos, la de la hermana que lo veía como un muñeco vivo y fue quien le cambió el nombre por aquel apodo. La del hermano, que desde el primer día le metía carritos en la cuna, bolas y lagartijas para acelerarle el crecimiento y que pronto pudiese jugar con él.
La del padre, que lo miraba y no podía esconder una sonrisa al ver en el bebé una copia del abuelo al que tanto había querido y que ya no estaba allí para disfrutar de aquel biznieto de venía con su cara.
La de ella, que lo quiso desde el momento de la primera falta y que al tenerlo en brazos por primera vez lo llenó de besos de bienvenida casi avergonzada de aquel amor excesivo por el bebé que acababa de llegar.

La siguiente diapositiva ella saliendo de los veintidós y 
entrando en los veintitrés con sus tres hijos y una vida por delante para verlos crecer y hacerse hombres. El marido a ratos bueno, a ratos regular , pero un hombre que no dejaba faltar nada en casa y que por encima de todo compartía con ella la pasión por los tres hijos y el afán por sus cuidados.

Todo iba a bien hasta que un día cuando fue a llamar a los niños para que entrasen a merendar, entraron los dos mayores y el chico no.
Salieron a buscarlo y no estaba
Al principio sin pánico, pensando que se hubiera escondido para jugar... que se hubiera dormido..que se hubiera ido a casa del primo..que se hubiera ido con el padre.. y así fueron descartando hipótesis hasta que comprendieron que alguien se lo había llevado.

Llevarse un niño es llevarse la vida de una familia entera.
Es un acto tan vil que lo modifica todo de una manera tan intensa que nunca más las personas se recuperan de ese dolor.
Ella se fue transformando en otra persona, perdió la fe en todo, la esperanza, la caridad, perdió las ganas de reír, las ganas de comer, las de dormir y las de vivir. 
Todas las ganas de todo.

Su concepción del bien y del mal había ido cambiando conforme ella se volvía de esponja por dentro. Había llegado a sentir envidia de las madres a las que se le moría un hijo por enfermedad o por accidente pues por muy duro que fuera llorar esa perdida, al menos ellas tenían un cuerpo muerto al que enterrar. Podían escoger una caja, meterlo dentro, velarlo, llorarlo, blasfemar, insultar al destino y después llorar su tristeza el resto de la vida.

Una tristeza bonita en cierto modo porque al lado del dolor por la perdida estaba la seguridad de saber que el sufrimiento del ser amado había cesado.
En su caso no fue así.
No sabía que destino había corrido su hijo, que crueldades podrían haberle infligido, que manos lo agarraron y con que fin.

Ya no había más diapositivas, o todas era igualmente negras.
Una noche perpetua de dolor eterno.
Estaba sentada en paz, sintiendo el alivio adelantado que sería para ella la liberación de la muerte. 
Por un segundo imaginó si sería verdad que había otra vida después de la muerte, y fue en ese momento que le volvió la Fe de pronto y rezó con mas fervor que nunca pidiendo una única gracia.

Pidió compasión a aquel Dios sádico que había permitido que alguien se llevase a su hijo y le pidió por favor que no la dejase vivir una vida eterna en aquel tormento.

Ella quería apagarse para siempre y dejar de sufrir.
Un descanso perpetuo de verdad, sin conciencia y sin recuerdos.
Con esa esperanza soltó su ultimo aire y dejó de respirar.


AUTORA: Isabel Salas.

miércoles, 28 de enero de 2015

¿Éxito o disfrute?


Su especialidad eran los monólogos históricos. Recuerdo leer esos soliloquios reflexivos sobre las grandes proezas de legendarios conquistadores que escribía con gran pasión y en su mismo lenguaje. Eso era lo que hacía feliz a Darío Rubio al escribir.

Cuando le contactamos, a través de su blog y reconocedores de su gran potencial, no supimos valorar cuán impositivo es el éxito si quieres vivir de esto. Redirigiendo la forma de contar las nuevas historias que bullían en su cabeza.

Al final el éxito llegó, dando la razón a nuestra editorial. Pero tener la razón no lo es todo en la vida, y menos a expensas de la sinrazón que mueve a los escritores a internarse en vidas inventadas y escudriñar al detalle todo sobre los personajes que luego vagarán por las líneas de sus novelas, matando sarcasmos, asesinando patógenas fobias con la roja tinta de la postrera edición final. Aniquilando al final su esencia, esa que, con tanta pasión nos acercó a él.

Sus éxitos, al fin y al cabo, no fueron más que mundanas historias escritas con el cotidiano leguaje de su legión de lectores, expresaba a menudo. Pero no era eso lo que le movió a escribir un día apenas cumplidos los quince años.

Un día le llamé para decirle que lo habían plagiado. Él se rió de mí, haciéndome comprender que no creía ver nada malo en que alguien hurtara de sus textos, siendo contundente al exponer que se sentiría halagado si fuera cierto. –Claro que es cierto, alguien llamado Dylan Saw, ha reescrito el comienzo de tu novela “sin más, se abre el día”, “la furia de Rubén Almadraba al acercarse a su banco, indignado por no haber podido obtener rédito la tarde anterior en su habitual cajero bancario y su posterior vehemencia con la señorita que le atendió en dicha sucursal”, esos primeros pasos del protagonista que originarían la matanza de treinta personas en una semana". –Es un plagio en toda regla, pero no se saldrá con la suya, le denunciaremos- le grité, malhumorado, ante su total indiferencia a lo que para mí era tan obvio.

Que equivocado estaba, y más, cegado por la cantidad de personas que habían seguido aquel plagio en la Red. Más de treinta mil la primera semana.

-Dylan Saw soy yo, es un seudónimo. Tenía que alimentar de alguna forma el imperante gusanillo que me mueve a escribir. El que nadie parece ver como yo, ¡y comprar! no digamos. Tenía que probar reciclar vuestra cotidianeidad tan demandada con el lenguaje que me emocionó siendo un crío todavía-. Me informó, y aún creo poder oír sus carcajadas al teléfono.

Y es por eso que, delante de su recuerdo ya, es para mí un placer poderles leer ese fragmento reinventado con la sincera voz del escritor. La que conmueve su espíritu y por la que siempre deberán luchar contra viento y marea, a la que tituló “ÉPOCAS Y ÉPOCAS”
………………………………………………………………………………………………………….

Espada en ristre y con rostro malhumorado, acercose a la jovenzuela, ceñuda en vista del percal enfrentado.

-Vuesa Merced expondrá-, dijo, con voz pequeña en su entendimiento.

-Es mi deseo recuperar las ciento tres monedas que, en virtud de una tía abuela, pertenéceme-.

-¿Algún motivo a registrar?

Aún la mano nerviosa empuñaba el frío hierro rememorando la maltrecha sesión vespertina sufrida al anhelo de soportar unos vacíos bolsillos ante la habitual posada de retozo, recia en sus posturas, que por añadidura partía con noche festiva.

- la tarde anterior no pude recuperar mis dineros por arte de su errada función-.Aclaró, señalando el ingenio en el pórtico de la entidad.

-Ayer sufrimos el asalto de una banda de truhanes al abrigo de la partida de la autoridad, el carromato dejaron junto a un penco dolorido-

- No siendo un problema al que me pueda avecinar, proceda-

Le espetó, burlando una ligera sonrisa que predecía su agrado con la contrariedad sufrida.

-¿Querría efectos de la Casa de Indias o billetes de la Corona?-.

-Visto lo visto, Plata- asumió con desganada ironía.

La joven, sometiendo su cabeza y bajando aún más su usual hilo de voz, dijo.

–La plata fue lo que primero que llevaron ayer-

-¡¡¡Maldición Morisca para toda su estirpe!!!, ¡¡¡hijos de una posadera manca!!!-
Gruñendo, renegando y blandiendo su enorme espada, terminó por decir.

-Sea efectos, pues-.

Y al salir con sus títulos bien guardados, reseñó.

-Esta España no es, ni de sombra, la de antes-

…………………………………………………………………………………………

Dedicada a los noveles escritores que nos deleitarán en el futuro.


AUTOR: Sergio Suárez Hernández

martes, 27 de enero de 2015

Los tintes y las croquetas

Dibujo de Carmen Calvo " Mujer 8"

Hace ya unos años que me veo obligada a usar tintes, para el pelo, claro, tratando así de aminorar en lo posible el paso del tiempo. O al menos que no sea tan evidente ante los ojos ajenos y los míos. 

Bueno… a lo largo del tiempo he probado diferentes colores y marcas. Cuando te lo ponen en la peluquería…un alivio, porque generalmente la afable peluquera (y dicharachera, todas las peluqueras del mundo son parlanchinas, por naturaleza; cuando una persona habla mucho y está en el momento crucial de si vida de elegir oficio, siempre pienso: “Con lo que habla, sería una peluquera perfecta”) Te ayuda a elegir o lo hace ella, sin más, por ti. ¡Cuánto agradezco ese gesto! 

Pero la cosa cambia cuando tienes que comprarlo tú. Vas a la perfumería y te enfrentas a una espléndida estantería repleta de atractivas cajitas. Muchas marcas. Muchos colores. Chicas guapísimas en todas ellas. Melenas lisas o rizadas, siempre preciosas. A ver. Primer escollo. ¿Coloración permanente? ¿Con o sin amoniaco? ¿Para las canas? Vale, el último. Que tape las canas y que las tape bien. Segundo escollo. Los tonos. ¡Los tonos! Qué vocabulario más espléndido e imaginativo se desarrolla en este punto. Los que no quieres están claros. Negro azabache. No. Rubio platino. Venga ya. ¿Escandinavo? Nada, nada. ¿Rojo fuego? Excesivo. Después viene el dilema. ¿Castaño claro o rubio oscuro? ¿Caoba? ¿Cobrizo rojizo? ¿Con un toque de chocolate? ¿Con leche, sin leche, puro?

Yo he pasado gran parte de mi tiempo delante de estos estantes, leyendo y releyendo con absoluta concentración y tratando de encontrar ese color ideal, radiante. Y después de todo he llegado a una conclusión. Da igual. Lo que cambia es la caja. Dentro siempre hay lo mismo. Si eres valiente y te decides por el “rubio claro ceniza”, o más tradicional y te quedas con el “castaño natural”, o si quieres innovar con el “rubio dorado”, o venga, seamos lanzadas por una vez, el “madrás” o el “kenia” (suena a exótico, ¿no?). Bien… al final tienes siempre castaño, sin más. Quizá si miras con mucha atención y te pones a contraluz puedas llegar a vislumbrar un pequeño matiz, seguramente el que el producto anunciaba. Seamos justos.

Esas horas que una tarda en tomar tamaña decisión son una lucha perdida. Los tintes y las croquetas. Porque digan lo que digan con las croquetas pasa exactamente igual. Cambian el envase, pero el contenido… Yo, cuando presento una sabrosas croquetas en la mesa, siempre guardo la caja hasta el final, porque cuando alguien me pregunta (después de haberlas probado, claro) eso de “¿de qué son?” necesito echar un vistazo rápido al nombre. Si no… solo por el sabor… es imposible adivinarlo. Podéis hacer la prueba.

Ir a la peluquería a que te pongan el tono es una sabia decisión. No comer croquetas congeladas…también.


AUTORA: Victoria Monera.

lunes, 26 de enero de 2015

Solo un beso


AYER ME DESPERTÉ Y TE BUSCABA
JUNTO A MÍ SOBRE MI CAMA,
NO TE HALLÉ, PUES YA NO ESTABAS.
CON UN SUEÑO MI MENTE TE LLAMABA.

ACOSTADO, YO ME VI ENTRE TUS BRAZOS,
ACARICIABAS MI ROSTRO CON TUS MANOS.
DIBUJABAS TIERNAMENTE LINDOS TRAZOS,
RECORRIENDO PALMO A PALMO CADA RASGO.

CON TUS LABIOS HERMOSOS DE CARMÍN
A MI BOCA TE ACERCABAS LENTAMENTE,
MÁS DE PRONTO MI SUEÑO TUVO FIN,
SIN SABER QUE SOLO ESTABAS EN MI MENTE.

EL DULCE RECUERDO QUE EL SUEÑO ME DEJÓ,
EN MI ALMA CAUSÓ GRAN ALEGRÍA,
AUNQUE AYER NO ESTABAS PRESENTE, AMOR,
SÉ QUE HOY ME BESARÁS TODO EL DÍA.

TU AUSENCIA DE AYER HE SOPORTADO
CON EL CORAZÓN ESPERANDO TU REGRESO,
MI ANHELO EN UN SUEÑO REFLEJADO,
HOY PIDE DE TUS LABIOS SÓLO UN BESO


AUTOR: Carlos A. Suárez G.

viernes, 23 de enero de 2015

Un perro corriente


Soy un perro corriente. Ladro, meo en las esquinas, huelo culos, muerdo zapatillas, lo normal. Mi dueño me saca a pasear a las siete de la mañana. Creo que más que hacerlo por mis necesidades básicas lo hace por ese cigarrito furtivo que se fuma. No me molesta la hora. Madrugo porque me gusta el olor a café y tostadas. Las orejas se me ponen de punta. Ahora caen gotas. No me gusta cuando llueve. Se me humedecen las almohadillas y me da la artrosis. Pero mi dueña pasa de poner periódicos por la casa. No meo en ellos aunque ganas me dan. Las noticias que leo son un asco. La infanta se libra. La pantoja no. Y el yonqui del barrio cumple condena cinco años por escupir al alcalde. A mí me gustan las páginas de contactos. Esas sí que me entusiasman. Perritas calientes. Guau. Se me ponen los pelos como escarpias. Damos otra vuelta. El pienso nuevo del Mercadona me extriñe. Subimos a casa. Parece que lo intentaré más tarde. Mis dueños se cruzan en el pasillo. No se miran. Ya no tienen nada que decirse. Por fin en la alfombra. A dormir hasta las tres. Me despierto con la boca seca. Me acerco al bol, hay pelos flotando ¡Qué asco! Bebo deprisa, no quiero verlo. No hay pienso. Giro la cabeza a ver si mi dueña se compadece. No lo hace. Me acerco y me tumbo a sus pies. Se levanta y coge la correa. Lo que quiero es comer. Le pongo cara de pena. No lo entiende. Se pone los zapatos y a la calle. Parece que vamos al parque. Ahora sí que estoy contento. ¡Dichoso rabo delator! Llegamos y se enciende un cigarro. Vaya, otra furtiva. Hay dos chihuahuas y una caniche. Una caniche de pelo largo, blanco y sedoso. Es perfecta. Me hago el interesante y no me acerco. A los diez minutos la tengo encima olisqueando. Es preciosa. Jugamos un rato. Su dueño la llama y se va sin despedirse. Me he enamorado. 

Nosotros también nos vamos a casa. Yo otra vez a la alfombra. Me quedo dormido. Me despierta un cosquilleo. Abro un ojo. Me pica la oreja. Me pica el lomo. Me pica todo. No paro de rascarme y mi dueña me inspecciona. Parece que ha encontrado algo. 

—Manolo, Diós mío, ven aquí.

—¿Qué pasa, Antonia?

—Mira. Mira, Manolo. Le esta creciendo algo ahí. Ahí al lado de la pata.

—Antonia pero si es una...m...

—Mano. Es una mano.

Tanto escándalo por una mano. Yo creía que tenía pulgas. Ellos tienen manos y yo no chillo. Me llevan al veterinario que confirma estupefacto que, verdaderamente, es una mano. Tengo cinco dedos brotando al lado de la pata. 

Hoy he pasado la noche inquieto. Me picaba la mano y no he parado de mover los dedos. Parece que han crecido más. La pata la estoy perdiendo. Cada vez que la miro es más pequeña. Son las siete y mis dueños se levantan juntos. Eso no pasaba desde la guerra. Me miran. Se acercan a mi pata. Mi dueña me coge la mano. Un placer señora. Se la estrecho. Bajamos al parque los tres. Espero encontrarme a la caniche. No está. Olisqueo un rato el regalito del pitbull. Es el guaperas del barrio pero tiene pulgas y todos lo sabemos. Subimos por la escalera. Me duele la mano. Está colorada y sucia. Mi dueña se va a la cocina a por un cubo con agua. Mi dueño la sigue y cuchichean. No oigo lo que dicen. Vienen los dos a lavarme la mano. Gritan. Ambos. Parece que tengo otra mano brotando. Se miran. Dudan de si volver al veterinario. Al final duermo en la alfombra hasta las tres. 

Hoy ya han pasado dos días desde mi primera mano. Las patas delanteras se largaron. Me las busco pero no están. Parece que no vamos a bajar a la calle. Mi dueña me ha puesto un barreño con arena. Se habrá vuelto loca ¿se pensará que soy un gato? No me gusta y paso sin mirarlo. A las ocho de la tarde no puedo aguantar más y lo hago en el parquet. Lo pongo perdido y mi dueño corre a limpiarlo antes de que lo tenga que hacer ella. Curioso. Me riñen y me bañan. Esto es novedad. El spa está a dos manzanas, nunca he probado esta ducha. Están muy raros. Mi dueño prepara una toalla en el salón cerca del radiador. Se arrodillan los dos y vuelven los gritos. Ya sé, ya sé, otras manos. Parece que no, que son dos pies. Ellos aplauden. Creo que están perdiendo la cabeza. 

Me despierto de madrugada con hormigueo en las manos. Una mala postura. Me rasco y me quito las lagañas con un dedo. Esto es vida. Pasa el día sin incidentes. Ya me he acostumbrado a hacerlo en la caja de gato. Duermo lo que me parecen días. Cuando me escapo del sueño estoy entumecido. Al frente mis dueños con la boca abierta. Me miran como a un bicho raro. Me levanto para darles la espalda , me tambaleo y caigo al suelo. Resulta que ahora tengo piernas y tengo brazos. Son cortos y rechonchos. Mi dueña me sonríe, se arrodilla y me abraza. Llora. Mi dueño la abraza con una sonrisa boba. Gateo a cuatro patas por el pasillo y bebo. Más pelos en el agua. Mi dueña se pasa el día con la aspiradora. Él cocinando y haciendo la colada. Esta gente no está bien. 

He sentido el frío. Miro a mi derecha. El radiador sigue encendido. Estoy helado. Son las siete y ya huele el café. Huelen las tostadas. Voy hasta la cocina con la esperanza de pillar alguna miga. Levanto la cabeza. Qué bien huele. No puedo verlas pero están ahí. Me estiro, me tambaleo y consigo ponerme en pie. Con las manos me agarro a la encimera y por fin las veo. Ahí están. Dos rebanadas perfectas, calientes y humeantes. Alargo el brazo y cojo una. Me escapo corriendo al salón. No me ha visto nadie. Me meto debajo de la mesa y me como el pan como si no hubiera un mañana. Aparece la loca y me coge en brazos. Estoy muy lejos del suelo. Tengo vértigo. Me acuna. Sus brazos son cálidos. Canta y se balancea y me quedo dormido.

Por la tarde abro los ojos en el sofá. Esto sí que es un lujo. Maravillas de la viscoelástica. Ya no tengo frío. Me desperezo, estiro los brazos y me quito las lagañas. He chocado con algo. Mi hocico no está. En su lugar una nariz. Esto tengo que verlo. Respiro e hincho las aletillas mientras voy en busca del espejo. Delante del cristal, me siento triste por primera vez en mi vida. Mi pelo se ha caído. Noto un nudo en la garganta. Dos lágrimas brotan de mis ojos. Soy calvo. A los séis años ya soy calvo. Estoy deprimido y me acuesto en el sofá. 

Me despierto con murmullos y risas de fondo. Oigo a mis dueños en algún lugar. Parece que están en el dormitorio. Bajo del sofá y doy vueltas al salón. Aparece mi dueña abrochándose la bata. Lleva el pelo revuelto y una sonrisa que no entiendo. Detrás él, con el mismo gesto. Creo que no tardaré en ver cómo se los llevan al manicomio. Paso de ellos y corro hasta el pasillo. Miro alrededor ¿y mi pienso? ¡Oh, mierda! Tampoco hay agua. Mi dueña sale de la cocina y me pone un vaso en una mano y un sándwich en la otra. Bien. Me lo como como las balas y me bebo el agua. Los dos me dan las manos, me llevan hasta una habitación. Me suben en la cama. Me arropan. Se sientan a mis pies y me sonríen. Se sonríen. De nuevo desaparecen en su dormitorio.


AUTORA: Raquel Ortega.

jueves, 22 de enero de 2015

He besado una boca sin rozar sus labios


Has volcado una gama de lamentos
y aún la palabra vibra,
te exonera de su estigma para dejarte caer,
exhausta, 
en los brazos de la noche.


Imploras su caricia, 
roce lento,
de crepúsculo en crepúsculo.


Y ella te sostiene
con la intensidad de un beso:
mil fragmentos incrustados en los labios.


AUTORA: Karol A.

miércoles, 21 de enero de 2015

Bloomsday


Cuando Molly entró en la cocina, Leopold daba vueltas insistentemente a la cucharilla del café. Justo tres dedos, en vaso de cristal ancho, como los que se usan para beber whisky, precalentado, variedad arábica natural, bien cargado y con un solo terrón de azúcar. El aroma del brebaje unido al tintineo de la cucharilla en el cristal lo relajaba, conseguía transportarlo durante unos minutos a la niñez. Era algo a lo que durante muchos años no encontró explicación, no tenía recuerdos que ligaran esa etapa de su vida siquiera remotamente con esos objetos y ese olor. Pero sucedía invariablemente.

En la casa familiar nunca se tomó café, y el té siempre en taza de porcelana. Su madre alegaba que beber con gusto algo de color negro tenía por fuerza que ser pecado, venial, pero pecado. -Se empieza por ahí y se termina en un burdel gastando todo el jornal- Decía vehementemente la Señora Bloom, de soltera Moore. Había tenido a Leopold ya muy mayor, un dieciséis de Junio, a punto de cumplir los cuarenta y cinco. Este hecho derivó en un fervor religioso exagerado, y en la elección casi obligada de su nombre, todo parecía cosa del destino. Estaba convencida de que le debía al Creador obediencia ciega a sus preceptos, interpretados y comunicados a los feligreses por el Padre Thorton. La única explicación plausible al hecho de haber, en primer lugar, concebido tras veinticinco años de infructuosos intentos y, en segundo lugar, parido con tanta facilidad y sin dolor, tenía que ser a la fuerza la intervención divina. La aparición  del Padre Sean Thorton en el pueblo dejó constancia de lo inescrutable de los caminos del Señor. Hombre de belleza dura, seca; su altura hacía sombra allá donde fuera, era alto hasta sentado, pelo ensortijado y de un color rojo intenso, de un azafrán luminoso, enemigo del peine, lo obligaba a pasar por la barbería con más frecuencia de la deseada. La leve cojera que sufría en la pierna derecha convertía, al caminar, su pubis en un péndulo suave, hipnótico, seductor. Le habían seccionado el muslo con un cuchillo campero en busca de otra cosa, un corte de treinta centímetros lo suficientemente profundo para inutilizar para siempre parte del músculo. Un intento de homicidio sufrido en un poblacho de Utah, nunca denunciado ni castigado. Allí estuvo seis largos años predicando, hasta que el celoso acólito mormón John Connor desconfió del número alarmante de recién nacidos pelirrojos, su esposa Sarah acababa de dar a luz a la séptima zanahoria de la congregación en dos años. No podía ser que Dios quisiera eso.

En Arklow no existía ese problema, si a un morador del pueblo le parecía que su vástago no tenía sus facciones, mirase a donde mirase habría sospechosos. De todos es sabido que la capacidad de sospecha humana, así como la del odio, se difumina en medio de la masa, si no puedes enfocar o dirigir hacia un número determinado de individuos, directamente proporcional a tu capacidad analítica, entonces, la sospecha y el odio tienden a disiparse. Encasillas a varias personas en un grupo determinado, con alguna característica común entre ellas. Sirve cualquier cosa: la raza, la orientación sexual, la confesión religiosa, el equipo de fútbol, la forma de vestir, la forma de no vestir, ser aplicado en los estudios, ser un reverendo ganso… Luego viene la parte dogmática, donde se le atribuyen a ese grupo de personas todos los males de la humanidad, y de paso los particulares de cada uno. Ya está montado el sistema de válvula. Que te quedas sin trabajo, la culpa es del negro. Que no te conceden la hipoteca, la culpa es del judío. Toda contrariedad descarga la presión por la válvula. Pero en Arklow, el gen dominante pelo rojo había eliminado casi por completo las sospechas de adulterio para toda la eternidad, ventajas de la endogamia.

Molly había dejado la parte más pesada de su monólogo interior en la habitación, bien doblado, recogido en un cajón de la cómoda francesa, regalo de boda de sus suegros, para más tarde retomarlo. Parada, de pié, delante de la mesa circular de la cocina observó a Leopold durante unos minutos, sabía que ahora Él no estaba presente, solo era su cuerpo dominado por la inercia. Estaba acostumbrada a esas ausencias, a esos viajes a mundos ficticios donde ella suponía que acudía a buscar los elementos que luego amalgamaba y utilizaba para sus intentos de escribir usando la intertextualidad. La fecha de su nacimiento, el apellido de su padre y el capricho estúpido de su madre lo habían convertido en un ser dirigido por la vida de otro, siquiera real, un jodido personaje, un don nadie con una patata en el bolsillo. Le habían publicado tres relatos cortos, más por el folclorismo de su nombre que por la calidad de los textos, él lo sabía, el resto de la mierda que eyaculaba su pluma vagaba de blog en blog. Se podía permitir esa pérdida de tiempo. Si bien su padre no fue capaz de concebirlo, sí fue suficientemente hábil para asegurarle una vida cómoda. Tenía unos espermatozoides inútiles, incapaces de encontrar el óvulo con un mapa. Pero las neuronas… ¡Ay! esas sí funcionaban a la perfección. Los negocios y las inversiones no tenían secretos para el viejo Señor Bloom. Tras su muerte los que quedaron vivieron de las rentas hasta el final de sus días.

Y hoy era otra vez dieciséis de Junio. Mucho se habla del infierno, el reino de Satán. Un lugar donde la tortura, la desesperación, la suprema aflicción y el dolor inenarrable aguardan al pecador. La metáfora en la tierra, la explotación del niño, la sangre que mana de unos ojos secos de lágrimas deshidratados por la infame inanición ¡Malditos seamos todos mil veces! La guerra a palo y piedra, la barbarie y la aberración entre semejantes, la muerte de la empatía. Homo homini lupus. Y el íntimo, la cotidiana desazón del tiempo, la incausalidad e inaprehensión de la absolutez, la angustia de ser siendo sin ser lo que soñabas ser. Vivir muerto el sueño, espectador vacuo de la Nada disfrazada del Todo. La gran mierda cósmica pegada a la suela del zapato, el hedor que asciende al caminar, obturando las fosas nasales e impidiendo el hálito, los pulmones contritos, secos, salinos. El para qué... El hasta cuándo… Lo insoportable de soportarlo todo. Para Leopold Bloom el infierno era el dieciséis de Junio. Hoy se cumplía un año…

… Aquella mañana nació fresca y despejada, se adivinaba que el tiempo iba a ser benévolo con los campistas y los amigos del mar. Por la ventana de la habitación en la que yacía Molly en su noveno mes de embarazo, salida ya de cuentas, entraba el aroma del césped regado en la noche y las fragancias de las flores de la postrera primavera. Algunos pajarillos se unían a la fiesta de los sentidos con el hilo musical de sus gorjeos, trinos y escaramuzas amatorias. Leopold  se giró en la cama y observó a su esposa dormir durante unos instantes. Se le notaba la incomodidad de la inminente maternidad en los gestos reflejos de su cara, la dificultad en la respiración, el sudor en el cuello y el llevarse, de cuando en cuando, ambas manos al vientre. Se levantó con la intención de ir la cocina a preparar algo ligero y luego despertarla, ya eran las diez de la mañana y había quedado en acompañar a su madre a visitar al Padre Thorton. Leopold apenas lo había visto un par de veces por la calle. Ya desde pequeño mostró una aversión irracional, cercana a la alergia, hacia todo lo religioso. De adulto se atemperó lo justo para pisar la iglesia en alguna ocasión, solo si después daban de comer. Pero su madre insistió de tal forma que le fue imposible negarse. El Padre Sean Thorton estaba postrado en cama desde hacía cinco meses, padecía un cáncer testicular que había degenerado en metástasis, se rumoreaba que por el sobre esfuerzo, el uso intensivo había derivado en castigo bíblico, divino, mortal de necesidad. Estaba en las últimas fases de la enfermedad, todavía lúcido pero muy demacrado, solo conservaba apariencia de vida su espléndido pelo rojo, siquiera los tratamientos pudieron con el gen dominante pelo rojo. Preparó la cafetera pero no la puso al fuego. Decidió que sería mejor salir ya a buscar a su madre, hacer la visita al Padre y volver lo antes posible. Escribió una nota a Molly “Cariño, he salido a lo que te comenté ayer, con mi madre. No creo que tarde más de hora y media. Te dejo la cafetera  preparada”, y la dejó en su mesita de noche, apoyada en el vaso de agua, para que fuera lo primero que viera al despertar.          

Detrás de la iglesia existía otra edificación, de construcción posterior en el tiempo y el estilo, incluso se diría que distante, de hecho no parecía a la vista relacionada con la iglesia, pero el olor la delataba, incienso, cadáveres de cirios, cera apestosa resbalando por las palmatorias.  Antes de entrar ya le empezaron a picar las palmas de las manos, no pensaba tocar nada que no fuera el suelo con las suelas de sus zapatos, si hubiera podido levitar lo habría hecho.  La Señora Bloom se adelantó y con paso firme se dirigió a la estancia donde habían acomodado al Padre Thorton, Leopold la siguió extrañado de la familiaridad con que se desenvolvía su madre en ese espacio, parecía dominarlo, la habilidad de lo cotidiano. -Buenos días Padre- Dijo Leopold con educación. –Buenos días hijo mío- Contestó el padre. -¿Cómo se encuentra hoy? Le veo bien- Según salieron las palabras de su boca se sintió estúpido, ¿Cómo se iba encontrar? ¿Le veo bien? ¡Se estaba muriendo! -Ahí lo vamos llevando- Replicó el Padre quitando importancia al desliz verbal. En ese momento entró la Señora Maggie Gyllenhaal, la anciana asistente del Padre Thorton. Llevaba con él desde su llegada al pueblo hacía cincuenta años. En aquellos tiempos era la descarriada del lugar, no había paisano que no conociera sus rincones más oscuros, incluido el más oscuro. Desde entonces nadie del pueblo había vuelto a visitar esos lugares recónditos. Estaban reservados a la intimidad de la sacristía y al apetito de su custodio. La Señora Gyllenhaal descansó la bandeja en una pequeña y coqueta mesa camilla cubierta de un fino paño bordado en blanco. En la bandeja unos vasos de cristal, anchos, como los que se usan para beber whisky, precalentados. A Leopold empezó a dolerle la cabeza cuando la anciana comenzó a servir el café, justo tres dedos en cada vaso, el recipiente con los terrones de azúcar rodeado de cucharillas dispuestas al concierto de percusión. Clavó la mirada en los ojos de su madre, ella jamás tomaba café en casa, ¿a qué venía esa escena? Su madre solo acertó a arquear las cejas y encogerse de hombros. Fue una iluminación, se despejaron incógnitas que Leopold hasta ese día había dado por inaprensibles, inasequibles a su capacidad cognitiva. -Hijo mío-   Repitió Sean Thorton, el hombre más fértil de toda Irlanda. Leopold entendió al instante que el llamamiento no había sido  retórico. Incrédulo, pasmado y con una jaqueca que empezaba a tener las dimensiones del canal de Panamá se levantó de su asiento y se despidió con un cortés: -Que tenga usted una plácida y pronta defunción-.

Camino de vuelta a su casa las ideas se le agolpaban en al cerebro, unas junto a otras, empujándose. ¿Cómo podía ser que la querencia por el café en vaso de cristal ancho, como los que se usan para beber whisky, precalentado, fuera una condición genética? Gen recesivo (nn), ¡y habían coincidido en su madre y en el Padre!, ¡que resultó ser su padre!, era inaudito. No sentía contrariedad alguna por la nueva nueva, era más bien perplejidad, asombro, estupefacción. Según se acercaba a casa sus pasos se iban volviendo más lentos, algo parecía frenarlo, una fuerza invisible, una galopante paranoia se sumaba ahora a la migraña. ¿Cómo iba a contarle semejante disparate a Molly? ¿Debía contárselo? ¿Para qué? ¿Se lo creería o pensaría que era otra fabulación de las suyas en busca del Santo Grial de la intertextualidad? La temperatura de su cerebro se elevaba hasta la categoría de cefalea febril. Faltando cien metros escasos para llegar a su destino vio como corría a su encuentro el cartero de origen ruso al que correspondía el reparto de las misivas de toda la zona baja de Arklow. -¡Señor Bloom!- Grito desde lejos. -Se llevaron hace casi una hora a su esposa a la maternidad-. Sin responder ni dar las gracias, Leopold dio media vuelta y se dirigió lo más rápido que le permitieron sus escuálidas y antideportivas piernas hacía la parada de taxis.

Dikembe Mutombo, congoleño de nacimiento, llevaba desde los quince años en Irlanda. Decir que era alto y atlético no le haría justicia, que fuera negro tampoco, era una de esas personas que existían y vagaban por la civilización exhibiéndose como prueba irrefutable, demostración palpable e inequívoca de que el Hombre había pertenecido alguna vez a la naturaleza. Su olor era diferente. La gente urbanita huele a artificio, el que no lo hace a perfume, lo hace a pastilla de jabón de limón nueva, otros a máquina, a trabajo, incluso a idiosincrasia. Él olía directamente a macho, ponerlo en medio de un grupo de mujeres desinhibidas y sin testigos era como soltar a una gallina en medio de una perrera infectada de rabia. Tras algunos años de delincuencia menor y trabajos donde el rol de víctima quedaba a su cargo enderezó el rumbo, la singladura tenía como destino final el ejercicio de la profesión de taxista. Y le iba bien. Se ganaba la vida de manera honrada, era reconocido en el pueblo, siempre atento a satisfacer discretamente, sin alardes, las necesidades públicas de sus clientes y las privadas de sus clientas, todo un caballero. Leopold indicó el destino y la razón de su prisa, su mujer estaría, muy probablemente, dando a luz a su primogénito. Dikembe arrancó y condujo a lo Jackie Stewart, preciso y decidido en las curvas, apabullante en las rectas, quería complacer a su cliente, que quedara satisfecho, era su misión, discreto, sin alardes. En alguna otra ocasión habían coincidido, pero el Señor Leopold Bloom no era hombre de andarse fijando. Molly sí era mujer de andarse fijando. Hacía aproximadamente un año que, todos los jueves por la mañana, iba al mercado. Compraba lo habitual para la semana y, si tocaba celebración ese domingo, aprovechaba para adquirir alguna delicatesen. Había tomado por costumbre volver siempre a casa con el mismo taxista, un chico atento, que invariablemente se prestaba a alcanzarle la compra hasta el mismísimo fondo de la cocina, un chico enorme portador de una no menos enorme amabilidad, extremadamente discreto, sin alardes. Tenían la costumbre de salir juntos de casa, Leopold camino de su cita semanal con el administrador que llevaba los múltiples y variados negocios de su difunto padre y Molly a su visita semanal al mercado. Se despedían con un cariñoso beso, él no llegaba a casa nunca antes de las cuatro de la tarde, había mucho que revisar y el trabajo se alargaba siempre hasta la sobre mesa.

Mírala ahí parada de pié mañana tengo que mandar el puto poema concomitancias y paralelismos azul nervio bola incesto camello taxi punto variación indefinible del espacio contiguo a la mesa llena de migas el negrito durmiendo ahora no miras bastardo hijo de bastardo feromonas es toda feromonas enormes tetas y el bastardo gozando plúmbeos estiletes roidos hasta la rojez pillarla por detrás y hundirle toda la intertextualidad hasta el fondo del monologo café frío asco Bertolucci si que sabía mantequilla y hasta el fondo y que miras no pienso hablarte mírala mírala mírala culpable mírala el único negrito no adoptado mírala ¿se lo vas a decir tú? yo paso no se lo va a creer el resto de Somalia Etiopía Guinea y el Leopold Bloom júnior negrito irlandés y el taxímetro en marcha hijo de la gran puta hasta el jueves santo fruta verdura y polla dura pareado empalado empanado enfilado concomitancias y paralelismos azul nervio bola incesto presión huida pereza proeza punto menuda mierda el hamor coma mejor punto y coma hamor de madre de padre de Padre de abuelo con alzacuellos y los pantalones por los tobillos manchados de semen rojo de blanco estiércol bromas en el colegio bromas en el instituto bromas en la universidad eneltrabajoenelfuneralbajotierralosgusanos el negrito pelirrojo y la deseo igual o más vaso ancho precalentado y la anciana de rodillas con la boca abierta y el no padre ignorante como un mulo trabajando para la iglesia sin una tristes vacaciones el porvenir tuyo tus poemas tus novelas muertas antes de nacer panfletos para limpiarse el culo sentarme en la playa sal mírala jóvenes paseando cogidos de la mano Joyce en la mente sí solo en la mente sí sí y las causalidades de las concurrencias de las concomitancias de los paralelismos Molly y Molly Leopold y yo  tu y Leopold tu y yo y las sabanas primerizas sin estrenar prístinas de poluciones invenciones de pretextos de futuros de textos para el futuro sin pasado ni memoria húmedos ramos de rosas cine y palomitas creer en ti sí sí tocar sus tetas sentir sus tetas sudar sus tetas y sí dijo sí quiero Sí.

Molly se tocó los pechos doloridos, llevaba días sintiéndose más incómoda de lo habitual, el periodo de lactancia se le antojaba eterno. Anhelaba que andara, que corriera, que Leopold abrazara a Leopold, que la hierba penetrara en sus pies desnudos persiguiendo una gran patata. Que dijera mamá, que dijera papá, casa, flor, canción. Por fin unas palabras, el llanto desde la alcoba requería su presencia. Inició la marcha por el camino más largo, un rodeo expiatorio en busca del roce oportuno, del perdón verbalizado, un año mudo era como la muerte viva, como la vida muerta, un año sin tinta profanando el blanco, no ver el sol, los párpados imperando sobre sus reyes. El roce llegó, entre un codo en pié que pasaba y un hombro expectante, una leve y forzada desaceleración,  un instante petrificado… un te quiero mudo.



AUTOR: Juanje Frayfregona

martes, 20 de enero de 2015

El Parque de las Palomas




Abril de 1984 (10 años) Redacción para el cole.

En mi ciudad hay un parque inmenso y muy hermoso, su extenso espacio, que se divide en tres rectangulares terrazas, caen por la pendiente de una suave colina confiriéndole una espectacular vista de toda la metrópoli. Todos lo conocen como el Parque de las Palomas por las decenas de ellas que lo revolotean a diario. El agua limpia, llegada desde las altas montañas del norte, recorre los cuatro rincones de sus viejos muros tranquilizando y acompañando el paseo de los enamorados que comparten su sosegado espíritu.

Reinando el lugar, se alza la estatua de un conquistador español que, con rostro serio, señala, allén de los mares, el continente donde luchó valerosamente para hacerse con una enorme infinidad de territorio para la Corona Castellana. Ahora las insaciables palomas conquistan su arrogante figura, sin que el pueda hacer nada.

En su base está escrita la siguiente leyenda: Rodrigo De Puertarola y Jarano, Capitán de la Real Escuadra Española en servicio en el Nuevo Mundo, abrió las puertas al comercio en las tierras salvajes de la costa brasileña / 1562.

Es un espacio perfecto para el descanso de los ancianos, donde aplicar sus experiencias jugando al ajedrez y al arte de la petanca.


Junio de 1994 (20 años) comienzo un diario durante mi periodo obligatorio del servicio militar. (extracto)

Hoy he aprovechado mi primer día de permiso para mostrar el Parque de las Palomas a los compañeros. Lo recordaba mucho más grande y acogedor. Las palomas se han multiplicado y ahora reivindican incluso las escaleras de acceso a éste hermoso parque: dueñas y señoras de todo el espacio, conminan mi alma a sacudir los brazos y verlas alzar el vuelo, y llenar de vida, con sus vertiginosas acrobacias, el cielo gris plomizo.

También sigue ahí el viejo D. Rodrigo, ahora cubierto por completo de una túnica blanquecina donada por las aves que siguen comiendo en su mano. Ya, su estampa no confiere el temor y la gallardía de tiempos anteriores, con esa lánguida mirada de quien parece esbozar una triste plegaria más que señalar la tierra donde formó su altivo carácter.

Puertarola y Jarano, creo intuir que se apellidaba, aunque las letras hayan sucumbido a la severa climatología, corroídas también por las dádivas de los donantes alados. El lugar de sus aventuras se ha diluido y fusionado con la fecha en la que sus batallas confirieron alma al país al que ahora yo protejo.

Los ancianos han envejecido también, pero el arte de sus juegos ha mejorado a tenor de un espacio mejor acondicionado. El golpear de las bolas ya no asusta a las palomas, acostumbradas a la inagotable destreza de quienes parecen haberlas olvidado. Y volvemos a sacudir nuestros brazos, antes de abandonar el parque, para disfrutar de su destreza e indicar a los ensimismados ancianos nuestra partida, la cual parecen agradecer sus caras.


Septiembre de 2004 (30 años) De paseo con mi nueva pareja, Yolanda. (extracto)

Es la primera vez que visito el Parque de las Palomas con los ojos del enamorado. He querido mostrarle a Yolanda el lugar que inspiró aquella redacción veinte años atrás, motivo por el que ella empezó a mirarme de manera más amable. No así el Profe, intuyendo la sombra de un adulto tras el citado texto. Pero como asegura el dicho: las mentiras tienen las patitas muy cortas. 

Sigo percibiendo su encogimiento y la más que abatida expresión, si se le puede llamar así, del Conquistador. Su nombre es lo único que aguanta la embestida, ahora parca, de las palomas. Casi han desaparecido. La cantidad de botellas vacías que decoran la base de la estatua, me da una idea de su inevitable descenso en la comunidad alar. 

Alzamos los brazos cogidos de la mano, intentando llenar de color y vida nuestro paseo, cuestión que parece molestar de forma agresiva a los ancianos, quienes nos afean la acción de forma mecánica, aunque dura escasamente lo que el aburrido y obligado vuelo de las palomas. Pero cuando uno está enamorado y acompañado de su amor, las cuestiones externas toman un cariz secundario que incrementa el cabreo de nuestros increpantes.

Agradecemos que el agua siga su curso acompañándonos en nuestro paseo, al que ponemos fin con un Selphy de recuerdo junto a la imagen decadente de Don Rodrigo. La visita ha sido agradable y prometemos volver.

Antes de marcharnos le agradezco, en voz baja, la inspiración que motivó ese acercamiento, y retiro de sus pies el regalo del último botellón.


Mayo de 2014 (40 años) De paseo con mis hijos, sin Yolanda. (extracto)

A mis hijos les parece enorme y, a mí, se me escapa una sonrisa que ellos no entienden. Yo les suelto la mano para que lo disfruten como yo lo hiciera hace tanto tiempo ya, aunque me mantengo alerta. Me anima que la comunidad de palomas se haya recuperado, así mis hijos no me bombardearán a preguntas sobre su sobrenombre.

El Parque de las Palomas les gusta mucho. Recorren sus tres terrazas a todo correr, mientras mis pasos me dirigen apenado hasta el lugar donde, ahora, el conquistador ha sido conquistado por Pocoyó, al que mis hijos abrazan contentos y emocionados. No comprenden mi tristeza, al mirar atónito como el icónico referente de mí malogrado matrimonio ya ni puede llevarme al recuerdo de días mejores. Ella también conocía el dicho..., el escondite de mi Diario..., y a Susana.

Si por mí fuera, hubiera gritado maldiciendo a quien decidió tal cambio, pero el requerimiento de mis hijos a subirlos a los módulos recreativos que rodean la inmensa figura del Pocoyó, me abstrae de ello. Sus caras de felicidad me hacen reflexionar nuevamente, y pido perdón en silencio al susodicho. 

No ha sido un día tan malo. Los crios se van contentos, la esencia del parque sigue su impronta, aunque ya no haya gente mayor… el Pocoyó y los gritos de los niños han conferido al parque otra condición. Al menos el agua sigue, impertérrita, su sosegado paseo circundándolo. Menos mal que la naturaleza no es tan fácil de acomodar al devenir inherente del Ser humano.

Por un momento, al despedirnos del parque, mi alma vuela treinta años atrás al descubrir en una de las columnas de la entrada aquella vieja leyenda que incluí en mi celebrada redacción, donde Don Rodrígo volvía a ser, aunque esta vez Virrey, el alma del Parque de las Palomas.


AUTOR: Sergio Suárez Hernández

lunes, 19 de enero de 2015

Un loco con pluma en mano



¡ANDA SUELTO! ...¡TENGAN CUIDADO!
¡POR ESTOS LARES ANDA RONDANDO!
DE SU PRISIÓN SE HA SOLTADO
Y CON ANSIAS LOCAS ANDANDO.

¡ES UN LOCO CON PLUMA EN MANO!
HOJAS BLANCAS ANDA BUSCANDO,
TRAS EL ESCRITORIO, VAYA FULANO,
POR AGREDIRLAS, ESTÁ ACECHANDO.

¡TENGAN CUIDADO PALABRAS!
SEPAN QUE SU LOCURA NO TIENE PAR,
ESTÁ PRESTO PARA ATRAPARLAS
Y USARLAS QUIERE PARA RIMAR.

PROSA Y VERSO SON TU INTENSIÓN,
ESCRIBE Y ESCRIBE AÚN SIN RAZÓN,
¡EN ÉL ES LOCURA LO QUE EN OTROS PASIÓN!
¡HAY QUE DETENERLO
ANTES QUE ESCRIBA ALGUNA CANCIÓN!


AUTOR: Carlos A. Suárez G.

viernes, 16 de enero de 2015

Una canción


“¡El disco!¿Dónde carajos está? Tiene que estar por ahí”. Recordaba que lo guardó en esa caja, pero no, ahí no estaba. Fue hasta el librero y hurgó donde ponía todos los discos, esos que casi no escuchaba y que formaban parte de su colección, tampoco lo encontró ahí. Sus manos sudorosas, buscaban sin parar toda superficie, cajas, muebles, gavetas. Tenía solo veinte minutos para encontrarlo. “Veinte minutos –miró el reloj de pared en forma de guitarra eléctrica- no, en realidad ya eran quince”. Empezó a correr sudor por su frente, las manos ahora estaban heladas. “Lo vi, estoy seguro que lo vi, ¿pero dónde?” No recordaba nada, sólo la imagen del disco. Y la canción resonando en su mente is this love, is this love, is this love. “Tal vez otra versión podría quedar, ¡no, ya no había otra versión! Se perdieron junto con el disco duro portátil”. Sintió un hueco en el estómago, 10 minutos más y sería demasiado tarde. Se detuvo abruptamente al pie de la cama y respiró profundo. Al mirar alrededor vio que ya la habitación estaba en completo desorden. Aún tenía las manos frías y seguía sin recordar nada. La canción sonando como una repetición constante y fastidiosa is this love, is this love, is this love.

De pronto, una luz, una imagen; la cama, aquella noche con Rosalba antes y después y otra vez antes - sonrió -. ”Debió quedarse entre las sabanas o debajo de la cama…si, ahí”. Se tiró al suelo y empezó a hurgar entre todo lo que había debajo, una calceta, un estuche, algo parecido. “¡Ahí estaba!” Escondido entre un tenis rojo y una playera de Pink Floyd. El estuche empolvado con el logo del grupo, “¡eso era! El tiempo preciso y”…Sus manos presurosas abrieron el estuche, al mismo tiempo sus ojos pasaron de una expresión de dicha a otra de angustia. “¡Lo que faltaba!”, de nuevo la búsqueda frenética, el tiempo que ya había superado su límite. “¿Dónde? ¿dónde?” De pronto otro flash, la imagen de Rosalba otra vez, pero ahora moviendo suavemente las caderas, mientras tarareaba is this love, is this love, is this love y observaba los discos del librero. ”¡el minicomponente de la sala!¿Cómo no se me ocurrió?” Corrió hacia él, presionó el botón de open y ahí estaba. Tomó el disco, el tiempo ya no estaba a su favor, salió de su departamento casi corriendo, en la calle tropezaba con gente por todos lados. Trotó las tres cuadras de su casa a la oficina, mientras se reprochaba lo sucedido. Una calentura, los labios de Rosalba seduciéndolo y convenciéndolo para que llevara ese disco a su depa. La copia que nunca sacó, el disco en el minicomponente, Rosalba bailando –suspiró- “¡ahh! Rosalba bailando”. Llegó a la oficina con 30 minutos de retraso, todos los miraron con cara de espanto cuando entró a la sala, era demasiado tarde. Ante su ausencia decidieron que usarían la canción de Alex, la editora auxiliar, en el promocional. “Esa estúpida tonadita ya me trae mareado, después de dos semanas de escucharla, casi todos los días”. La semana anterior, mientras Alex se pintaba las uñas, le dijo que propondría esa canción para el promocional “¡Aagh!”. Hasta ese momento se dio cuenta de todo. No le quedó más remedio que acatar la decisión y adaptar el diseño. Todos siguieron hablando de los detalles de la grabación, su aportación se fue a la basura. Al finalizar la junta evitó a todo el mundo y se fue directo al baño, un poco porque la prisa lo llevó a ignorar ese llamado natural que para entonces estaba a punto de reventarle la vejiga y otro porque no tenía ganas de verle la cara a nadie. Cuando regresó a su cubo, todavía lamentándose de lo sucedido, se encontró con la mirada divertida de Alex, junto a ella estaba Rosalba, de espaldas, meneaba otra vez las caderas y cantaba suavemente: I wanna love you and treat you right…


AUTORA: karol A.

jueves, 15 de enero de 2015

El sufrimiento de esa "CRIATURA"


No pensaba publicar este relato, pero no tengo más remedio que hacerlo y, espero me sepan disculpar quienes pudieran sentirse molestos o pudiera herir su sensibilidad por las fotos adjuntas.



Cuando recogí las pertenencias de mi difunto hermano, en casa de unos familiares, encontré escondida una bolsa negra de plástico entre las "sotanas negras" que tenía dentro de una bolsa de viaje que, al cogerla, sonaba a metálico.


Para evitar problemas entre los familiares o que alguno de los allí presentes se sintiera molesto, ofendido, sorprendido, dolido, ofuscado, alterado, inquieto, descubierto, intranquilo, opté por callar y no comentar el hallazgo de dicha bolsa de plástico negra y la metí entre mis pertenencias personales, en mi maleta.

Como el viaje de vuelta lo haría por Barco, tenía que traerme a Canarias el Peugeot 207 de mi difunto hermano, sí, sí, ese que nadie quería quedárselo porque presuntamente se debían aún muchas letras y claro, quedárselo para seguir pagando... como que no. 

Otra cosa bien distinta hubiese sido, si estuviera totalmente "pagado" y claro, ahí sí que hubieran habido intereses creados entre cierta persona que ni debo ya nombrar, no merece la pena darle más publicidad gratuita, y los hermanos, pues hubiera sido una presunta pelea entre ambas partes y ahora mismo sé quien se lo hubiera quedado, en ese momento hubiera tenido dudas.

Por otro lado, cierto familiar estaba dispuest@ a quedarse con el coche hasta que se supiera quien se lo quedaba definitivamente y, si no era la familia el beneficiario final, lo dejaría presuntamente aparcado en la calle hasta que una grúa se lo llevara a donde fuera... ¡Menos mal que no se lo quedó ese familiar, menos mal!.

Nuestro hermano tenía un seguro de vida que cubriría, en caso de MUERTE, el total de la deuda del coche, por lo que tuvimos mucha suerte, dado que dicho seguro de vida se hizo cargo del pago del mismo y... ¡tot pagat!.

Volviendo al tema que no quería relatar, y del que hemos desviado la atención que se merece con el tema del coche que, en parte tiene mucho que ver, como decía, al venir a Canarias en el Barco y con el coche, dentro de mi maleta estaba aquella "bolsa de plástico negra" que contenía algo metálico que, como ya he dicho, no dije que existía a mis familiares.


Ya en alta mar, a once horas de haber comenzado la travesía desde el Puerto de Huelva, entrando ya la noche y, como es lógico, en el mes de marzo hace fresquito en cubierta del barco, l@s pasajer@s se han retirado a sus camarotes o butacas a dormir, ver la televisión o lo que sea, y es cuando aprovecho la ocasión para subirme a la última cubierta del buque, cerca de las chimeneas, (lugar más o menos calentito, aunque sea un lugar donde la mezcla del olor del gasoil con el salitre del mar suele producir cierto mareito), procedo a abrir la "bolsa de plástico negra"; meto la mano y toco algo metálico con pinchos y... ¡SORPRESA!.

Sí, ¡SORPRESA!; sorpresa inesperada y no deseada; aparece ante mis ojos algo que jamás hubiera querido ver y que al tocarlo, me produce un dolor en el corazón que hace que unas lágrimas salten de mis ojos sin quererlo...

Es un "CILICIO" y está "usado", se nota por el tacto que no es nuevo, que tiene sus años, que ha sido usado durante mucho tiempo, tal vez durante muchos años, y lo más grave es que tiene gravadas unas iniciales muy conocidas por mí, y una fecha que, por motivos particulares de la "criatura", no debo decir.

Es un "cilicio" con unas púas afiladas, pequeñas pero afiladas y usadas que, al tocarlas y con el meneíto del barco hacen que me "pinche" y que una gota de mi sangre se mezcle entre las que tiene el silicio, secas, oscuras, y revivan, tomen vida nuevamente al tacto.

Fue una sensación inexplicable la que viví esa noche; por una lado me producía dolor de corazón y por otro lado sentía rabia, impotencia; me sentía agresivo y rompí a llorar apretando entre mis manos aquel cilicio que tiempo atrás había usado una "criatura" que ya no estaba entre nosotros.

Mirando al cielo en la oscuridad de la noche, sólo quería ver a alguien asomarse y que viera mi sufrimiento, pero un manto de nubes tapaban por completo el cielo y...

Cogí el "cilicio", lo mire varias veces y sin pensarlo, lo lancé con todas mis fuerzas hacia el mar, viéndolo caer a escasos metros del Buque que, a la vez que el mar lo engullía, el buque se alejaba de aquel lugar para siempre. 

Me juré a mí mismo que ese "cilicio" jamás volvería a ver la luz del sol, ¡jamás!.

Rompí a llorar amargamente durante unos minutos hasta que oí la voz de alguien que se acercaba:

- ¿Le pasa algo, Caballero? - me preguntó uno de los guardias nocturnos del buque que estaba dando su ronda.

- No se preocupe, - le dije; estaba llorando porque he lanzado al mar el "collar de castigo de una "criatura" muy allegada que jamás debió usar"; lloraba de rabia, de pena por los años que la usó.

- ¿Se murió esa criatura? - preguntó el guardia nocturno visiblemente emocionado por mis palabras.

- ¡Sí!, - exclamé con lágrimas en los ojos; murió no hace muchos días y debe estar ya en el cielo, porque se lo merecía.

- Seguro que ya está en el cielo, seguro que lo merecía - me dijo el guardia nocturno a la vez que daba una palmadita en la espalda.

- Venga conmigo, le invito a un café, - me dijo, a la vez que comenzaba a bajar las escaleras camino del Bar de la discoteca que estaba abierto.

Tomamos un café y hablamos durante un buen rato sobre el tema de la "criatura" y me fije en su rostro, un rostro desencajado al oír de mi boca todo lo que esa "criatura" había pasado, había sufrido en vida; creo que no olvidará jamás esa noche de marzo, donde un pasajero le contó sus penas, penas y sufrimientos por la trágica muerte de esa "criatura" que ya estaba en el cielo.

Se preguntarán quienes no sepan del "tema", para qué quería esa "criatura" un "cilicio"... La respuesta es muy sencilla, para usarlo en sí mismo, en sus propias carnes, en su cuerpo como penitencia, flagelando sus carnes y mortificándose por... ????

En una de sus agendas personales, en la página del día 26 de mayo de 1982, entre otras cosas que no vienen al caso, hace hincapié en: "... a veces, con el cilicio y las disciplinas". ¿...?


Que cada cual piense lo que quiera; yo se lo que viví y lo que sentí con aquel "cilicio" en mis manos y, la verdad, no deseo a nadie que pase por aquella experiencia de aquella noche en alta mar.


AUTOR: Javier María Martí M.