Mi madre
siempre ha dicho que cuando se dejó de ir a misa de domingo, también se dejó de
beber vermú. Ella habla de aquella época en la que se daba por hecho, como una
costumbre más, ir a misa los domingos. Más concretamente, a misa de doce. Era
una hora estupenda. Antes tenías tiempo para la ducha, cogerte los rulos y
arreglarte las uñas. Te planchabas el vestidito nuevo y… ¡ale!, a misa. Otro
tanto se hacía con los demás miembros de la familia. A los niños una buena
ducha (con estropajo incluido para quitarles la roña de toda la semana), la
ropa más nueva que tenían, bien peinados ellos y con trenzas o coletas ellas,
unos calcetines blancos que deslumbraban y… ¡ale! a misa. El marido el traje
nuevo, hasta con corbata y con un buen chorro de colonia.
Así dispuesta
la familia, todos a la iglesia. Una ceremonia de una horita donde era
imprescindible echar una buena limosna a la bandeja.
Y después
llegaba lo bueno para mi madre. El vermú. Ya en la puerta de la iglesia te
encontrabas con vecinos, conocidos y amigos. Una buena plática con algo de
cotilleo incluido y… al bar, a tomar el vermú. Porque a esa hora toda la gente
tomaba vermú. Dice mi madre que eso de “irse de vinos” es una invención nueva.
Antes, los domingos después de misa, sin titubeo alguno, se pedía un vermú. Con
sus dos olivas pinchadas en el palillo y su buen trozo de limón, hermoso. Allí,
en el bar, de pie, se pasaba mi madre el mejor rato de la semana. Charlando,
riendo, bebiendo y saboreando su vermú. Antes de salir de casa ya se había
dejado preparado el cocido, a fuego muy, muy lento para que se cociera bien.
Ella no tenía prisa en volver; sabía que la comida estaría preparada a su
regreso. Era la mejor forma de “santificar” el domingo.
Cuando se puso
de moda no ir a misa y quedaba hasta mal hacerlo… se perdió el vermú. Ya no
había ese ambientillo en la puerta de la iglesia, ese rumor de voces de días de
fiesta. Y mucha gente se iba “a la casita”, a preparar una barbacoa, muchos se
compraron un apartamento en la playa y desaparecían los fines de semana, otros
hasta a hacer deporte. En fin, que ir de vermú se fue haciendo difícil.
Llegaron las tapas, las cervecitas sin alcohol… y el vermú se quedó atrás,
igual que la misa.
Mi madre
todavía lo hace. Se juntan varias amigas y, presas de una gran añoranza,
intentan revivir lo que sintieron muchos años atrás cuando iban con su marido y
sus hijos a tomar el vermú los domingos después de misa de doce.
AUTORA: Victoria Monera Martínez
(Pie de foto) Cándida Martínez.
Mi mamá. Hace años.
Lo recuerdo. El domingo era realmente un día de FIESTA. La universalización del ocio y su traslado a cualquier día de la semana ha transformado los domingos en solo día de descanso de TODO.
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