lunes, 1 de diciembre de 2014

¿Creéis que miento?



Llamadme Luifer, ¡guau! “siempre había querido decir esto”. Me encanta seguir a la gente sin que sean conscientes que les observo ¡pero no penséis que soy un mirón!, ¡un Vouayer de esos!, no, sólo que tengo mucho tiempo libre… ¡simplemente, me preparo unas oposiciones desde casa!.

Llevo mucho tiempo, desde la segura atalaya de mi desván, observando a una señora que vive enfrente de mí, la señorita Susana Noway. 

¡Bien!. Como he dicho, vive en el edificio de enfrente. Tres plantas más abajo, ¡no!, cuatro si contamos la buhardilla desde donde la estoy viendo dar vueltas por la casa, atormentando a su pobre caniche que no para de seguirla, pensando seguramente que lo va a sacar a la calle. Es de pizarra, cara vista, pero muy moderno: más que el viejo edificio de viviendas de alquiler de mi familia. De esos que parece estar hecho para los que no tienen secretos.

Llevo muchos meses haciéndolo y estoy casi seguro que hoy es un día de contradicciones para ella. Debe tener la mente en dos sitios a la vez y a ninguna de las dos le está dedicando el tiempo y las ganas necesarias. ¿Qué cómo puedo saberlo?, ¡bien!, os lo contaré.

¡Comencemos por el principio! La llamo señorita, porque creo que ha vuelto a serlo. Hace más de seis meses que no veo al señor Noway por la casa. También la he visto llorar  en demasiadas ocasiones en este periodo. 

Otro de los motivos por lo que pienso que su marido ya no está, es por la cantidad de correspondencia que tiene acumulada sobre el aparador de entrada al salón. Antes siempre estaba impolutamente vacío. Antes, cuando tenían aquella doncella filipina que se ponía ciega de comer cuando los dueños no estaban… ¡Bien!, ¡centrémonos!. Ese mismo correo, que ha tirado al suelo entre sollozos en más de una ocasión, lo trae, puntualmente cada lunes y desde hace mes y medio, un señor vestido más acorde para un entierro que para visitar a nadie.

Es muy serio, no gesticula casi. No sé, pero su cara no me hes desconocida. A veces lo he seguido hasta perderse por la esquina de Rivero Zalazar con Payttong, donde un chino ha plantado su cafetería chillout, ¡sin producir ni una arruga en la tela de ese terno tan tétrico!. Hace cosa de tres días, que lo seguía a pie, pude leer en la carpeta que siempre le acompaña, Request Bank. Lo he buscado en Internet, y es un Banco muy prestigioso de las Islas Caimán. De esos que dan tantas facilidades a los muy ricos, pero que deben ser tan puñeteros como los otros, cuando les deben a ellos.

Ayer vino acompañado de dos policías, produciendo más lloros a la pobre señorita Noway, que, tras su visita, no paró de hacer llamadas. 

Esta es la primera de las cuestiones por las que digo que hoy debe ser un día de contradicciones para ella. ¡Calma, calma! ¡Ahora voy con la segunda!

Hace cosa de quince días se ha añadido un nuevo elemento en esta trama, y lo llamo elemento porque no lo conozco. No debe ser de esta zona. Alto, elegante y bien parecido, o por lo menos a ella se lo debe parecer, ya que desde que desayunaron, mesas con mesa, hace dos semanas, no ha dejado de acudir ineludiblemente a su cita de las 09:45.

Los veo por mi ventana que da a la Plaza San Sunet, mi otro punto de vigía. 

He reflexionado mucho sobre esta parte de su vida reciente y me imagino que la angustiada señorita Noway también tendrá derecho a distraerse de sus más que agobiantes problemas. ¡Una ilusión!, un paréntesis entre tanto desgraciado lloro. Llámenlo como quieran, ¡aire fresco para quien parece ahogarse irremediablemente!

Es el único momento que sale de la casa, el resto del día lo pasa dando vueltas delante del gran ventanal del salón cerca del teléfono. 

Tras averiguar lo del Banco, mientras estaba buscando un enlace donde apareciera dicho nombre, los vigilaba, aparentemente absortos en desayunar como cada mañana.

Fue algo enigmático, eléctrico si queréis, verlo levantarse de su asiento, en la mesa contigua, y dirigirse a ella. Creo que para ella fue tan sorprendente como para mí, aunque luego se la veía encantada, mientras yo me mordisqueaba las uñas.

Eso fue hace tres días, en los que ahora parecen inseparables, por lo menos mientras desayunan juntos. Sé que no debería abandonar mis estudios, ¿pero no me negaréis que tenía que seguirlo? Y así lo he hecho los dos últimos días, en los que he caminado más que el pobre caniche.

Mis llagas me costaron dar con su oficina, pero sorpresa para mí, también trabajaba el del traje negro. No pude escuchar de qué hablaban, pero estoy convencido que lo hacían sobre ella. Mi cabeza comenzó a urdir conspiraciones, intrigas y complots que me han llevado a poder asegurar que la señorita Susana Noway vive hoy un momento de contradicciones inapelable.

¿Y por qué estoy tan seguro? Porque le he enviado una nota, sí, y aunque parecía que iba a engrosar el montón sobre el aparador, he visto que la ha leído. Y por eso deambula como un poseso tras ella el pobre perro. 

¿Queréis saber qué he escrito en esa nota? ¡Bien!, ¡voy! he escrito “Amor, sé que no me creerás, pero he tenido muchos problemas económicos en los últimos tiempos. Debí decírtelo antes, pero tuve que huir de quienes quieren hacerme daño. Ahora sé que van a por ti también, por lo que te pido que te reúnas conmigo en casa de tus padres mañana. Con el billete de avión que va junto a la nota, coge esta noche el primer vuelo. ¡Deseo tanto verte de nuevo!”

Sé, que a lo mejor es meterme donde no me llaman, pero para algo estoy partiéndome los codos hasta lograr una plaza de celador en la Biblioteca Nacional, y poder estar rodeado de historias tan fascinantes como esta por todos lados.

¿Creéis que miento? pues venid aquí que os enseñaré el resguardo del billete. Ya sabéis, preguntad por Luifer.



Sergio Suárez Hernández

No hay comentarios:

Publicar un comentario