miércoles, 31 de diciembre de 2014

FELIZ 2015




Ilustración realizada por Carlos Sergio Suárez Hernández, con Illustrator

Se marchitó la Rosa





¿Alguna vez habéis tenido la sensación de que más feliz no se puede ser?, pues yo si. Pero me equivoqué.

Yo tenía por aquel entonces treinta y cinco años, casado y con un buen sueldo. Para que quejarse, era lo que muy pocos en esta vida podían conseguir.

Tres perros, una buena casa, un coche deportivo.... la vida me sonreía.

Pero como todo en esta vida, todo tiene un principio y un final.

Por aquel entonces, ya le había comentado a mi bella esposa, mi rara enfermedad. Un caso entre cien mil.

Ella siempre se sonreía y me llamaba exagerado. No tenía idea.

Todo sucedió una tarde, dormidos en el sofá. Uno frente al otro, como siempre en la siesta. Un apretón y el maloliente hedor salió de mi trasero.

¡Dios! Juro que no fue mi intención.

Los tres perros salieron despavoridos hacia fuera. Juraría que con lágrimas en los ojos. Se les oía ladrar y aullar.

Rosa, que así se llamaba mi mujer, empezó a gesticular y hacer gestos con la cara. De repente empezó a ponerse amarilla y con nauseas. La entendí perfectamente.

Salió despedida al baño. Me imagino que vomitaría, más que nada por los ruidos que hacía.

Yo asustado, le preguntaba si estaba bien. He incluso me permití restarle importancia, comentándole que se lo había advertido.

Era demasiado tarde. Su cara lo decía todo.

Bajamos a ver que les había pasado a los perros. Dos de ellos se encontraban asomados a la ventana y el otro estaba tirado en el suelo.

Rosa cogió al perro y sin mediar palabra, empezó a agitarlo. No obteniendo respuesta, cogió las llaves del coche y se dirigió al garaje. Yo la seguí si decir nada. Su rostro era de asombro.

Salimos hacia el veterinario. Todo el trayecto mudos. Solo gestos de incredulidad por parte de mi esposa.

Llegamos a la consulta. No se comentó nada delante de mí. Rosa se encargó de todo.

Cinco minutos después, oí ladrar a mi perro y pude respirar tranquilo.

Rosa y coco, que así se llamaba, salieron con el veterinario. Un breve saludo de manos y cada uno a lo suyo. Pagamos la factura y nos fuimos.

Ya en el coche, un silencio incómodo, hasta que mi mujer me grita ¡un peo*! ¡un peo!
Y llorando me dice....casi matas a nuestro perro.

En fin, se preguntaran porque mi vida cambió.

Mi mujer no aguantaba más. Se llevó a los perros, la casa, el coche....todo. El juez le dio la razón. Y ¿por qué?... En el juicio se me aflojó el estómago.


AUTORA: Carmen Palencia

* acepción canaria (pedo)

martes, 30 de diciembre de 2014

El paraguas rojo (cuento de Navidad)



María salió del trabajo nerviosa. Había pasado la noche en vela escuchando la tos de su hijo de cuatro años. Era noche buena y no paraba de llover. Diez minutos más se convertían en una contrarreloj hasta el colegio de Nico. El limpiaparabrisas no alcanzaba a despejar el diluvio que sobrevenía la AP-7 y no podía despegar los ojos del minutero. Llegó al parking y después corrió hasta la escuela. Eran las cinco y cuarto y ya no quedaban niños. Cuando entró a buscar a su hijo, Nico estaba con la cabeza baja y no sonrió al verla. Ella se sintió culpable. No llevaba paraguas y su casa estaba a dos manzanas. Nico ya tenía las mejillas sonrosadas; le puso la mano en la frente y calculó su temperatura con esa precisión mágica que sólo las madres poseen; treinta y ocho y medio. Salieron del colegio y Nico se enganchó a su pierna, no quería andar. Puso su bolso a un lado, la mochila al otro y se colgó la bolsa de la comida en la muñeca antes de levantar a pulso los 16 quilos del pequeño. El agua caló sus ropas en cuestión de segundos. La frustración que llevaba pegada a sus zapatos hizo que se le escapara la impotencia por los ojos. Caminó a paso rápido todo lo que pudo pero tuvo que parar a descansar bajo la lluvia los brazos entumecidos por el peso. Agachó la cabeza para tomar aire y el agua cesó. Sobre sus cabezas un paraguas rojo de lunares los refugiaba. 


—llévate mi paraguas—le dijo una chica alta y morena a la que no había visto nunca.

—No, tranquila—contestó con ese orgullo incomprensible del que puede con todo.

—Lo necesitas más que yo—insistió mirando al pequeño empapado y silencioso que escondía la cara en su cuello. Y salió corriendo.

María llegó a casa con la sensación de no estar sola en el mundo, como si nunca hubiera enviudado, como si los astros no se hubieran alineado nunca para desplazarla de esa vida cómoda y pensó que la encontraría como fuera, para darle las gracias y devolverle su paraguas de lunares. Ana, la desconocida, tuvo que correr hasta la estación. Acostumbraba a coger el tren de las seis menos cuarto, sin embargo la carrera hizo que acabara cogiendo el de las cinco y media. Tenía media hora de trayecto que aprovechaba para leer microcuentos que escribía Mario en su blog. Sacó el móvil y se puso a leer de pie. Tenía cuatro paradas hasta casa. El tren abrió sus puertas y una multitud subió atropelladamente. Alguien la empujó por detrás haciéndola chocar contra un asiento. Al girarse se encontró con Enrique García.

—¿Ana?

—¡Enrique! Cuántos años sin verte.

—Desde el instituto. ¿Cómo estás? Te veo muy guapa.

Hablaron en el trayecto hasta casa como si no hubieran pasado los años. Se bajaron juntos en la parada de Ana para tomar algo en el barrio y continuar charlando. Comprimieron los diez años que llevaban sin verse en dos horas y media, frente a dos cafés y dos tazas de té. Se intercambiaron los mails y los números telefónicos y luego cada uno se marchó a su casa. Cuando Ana entró en el portal a las siete y media ya oyó las voces. Se montó en el ascensor y picó en el número tres. Dentro se oía el barullo ahogado colándose por debajo de la puerta. El rellano estaba lleno de gente, vecinos, personas con chalecos fluorescentes del SEM y policías. Habían entrado a robar en los pisos del tercero. Mercedes, la anciana del tercero segunda, estaba tumbada en una camilla. Llevaba puesta una mascarilla y, al acercarse, pudo ver que tenía los ojos amoratados y sangre seca en la frente y en los labios. 

—¿Vive usted aquí, señorita?—dijo uno de los agentes. 

—Sí, en el tercero segunda.

—Entre y haga inventario de lo que le falta, luego tendrá que venir a declarar. 

En ese momento se encontró con la puerta abierta de par en par. Se asustó. Cuando puso los pies en en el interior de su casa el caos que encontró se reflejó en su cara. Caminó por el piso incrédula y al ver el retrato de sus padres echo añicos por el suelo la hizo romper a llorar. Cogió boli y papel y anotó todos los desperfectos y los objetos sustraídos; el portátil, la televisión, la tablet y dinero entre otros. Se lo entregó al agente en el descansillo. 

—Bien. Debería acompañarnos a poner la denuncia. Ha tenido suerte.

—¿Suerte?—dijo Ana, con ironía.

—Sí, mucha suerte. ¿Ha visto la cara de su vecina? El del primero salió en ambulancia hace rato por varias heridas de arma blanca.

Ana se tapó la boca con las manos y fue consciente entonces de su suerte. Fue a comisaría y realizó los trámites oportunos. Al salir, no sabía qué hacer y llamó a Enrique casi sin pensarlo. Pasaron juntos la noche. Dos años después Ana y Enrique tendrían su primer bebé. 

El 24 de Diciembre Ana estaba contenta por pasar la Nochebuena con Enrique y sus padres. Eran muy mayores y por primera vez viajaban desde el pueblo para conocer a su nieto. Caminaba hacia la estación con el pequeño colgado en el porta bebés cuando empezó a llover. Se fue refugiando en los quicios de los establecimientos que pudo hasta que la calle desembocó en una plaza. Miró alrededor sin saber si esperar o echar a correr. Y entonces ocurrió. Como un milagro, una mujer desconocida caminaba hacia ella. 

—Toma, usa mi paraguas.

Ana le sonrió, cogió el paraguas rojo de lunares y se fue sin mediar palabra. Se alejaron y después de varios metros ambas se giraron a la vez, empujadas por un hilo del destino del que hasta ese mismo instante no habían sido conscientes. Se miraron unos segundos. Ana señaló el paraguas y María asintió. La primera llegó a tiempo a conocer a sus suegros que esperaban emocionados en la estación. La segunda, María, dio pasos largos hasta casa, entró en portal y al llegar al rellano se encontró a la policía delante de su puerta abierta de par en par. Dos años después daría a luz a su segundo hijo.


AUTORA: Raquel Ortega

lunes, 29 de diciembre de 2014

AMIGO, MI HERMANO


AMIGO, MI HERMANO,
ERES HOMBRE, LA EXPRESIÓN DEL SER “HUMANO”.
ERES FUERZA QUE LEVANTAS LA TIERRA CON TUS MANOS.
ERES RIESGO QUE CAMINAS NUESTROS CIELOS CREANDO BELLEZA.

AMIGO, MI HERMANO,
ERES LA MANO QUE MI VIDA CUIDA Y SANA CON SABIA PRECISIÓN.
ERES EDUCACIÓN Y CONOCIMIENTO QUE ABRE MI MENTE
Y ME CONDUCES A MI GRANDEZA.
ERES PINTURA, POESÍA, ARTE Y CULTURA,
CONVIERTES LO BELLO EN HERMOSO
Y LO ETÉREO EN ETERNO.

AMIGO, MI HERMANO,
DOMADOR DE TEMPESTADES, CUIDADOR DE FIERAS SALVAJES.
EXPLORADOR DE PROFUNDIDADES, VIAJERO DE INFINITOS.

AMIGO, MI HERMANO,
LASTIMADO POR LOS EMBATES SIN RAZÓN,
CONVERTIDO EN CARNE DE CAÑÓN
POR INTERESES, DENIGRANTES
DE TU CONDICIÓN.

AMIGO, MI HERMANO,
CONVIERTES LA MADERA EN HOGAR, LA PIEDRA EN OBRA DE ARTE
Y LAS PALABRAS EN FE.

AMIGO, MI HERMANO,
DEJA YA DE DISFRUTAR DE LOS VICIOS BANALES.
DE LA VIOLENCIA CONTRA TUS IGUALES,
DE VER SUFRIR AL DÉBIL,
DE PATEAR AL CAÍDO.

AMIGO, MI HERMANO,
RECUERDA QUE NO ERES SOLO,
QUE ELLA TE COMPLEMENTA.
¡¡NO LA DAÑES, TE LO IMPLORO!!
ELLA ES TU FUERZA, INSPIRACIÓN, EMPUJE,
DIRECCIÓN, ABRIGO…, AMOR.

AMIGO, MI HERMANO,
AUN PODEMOS
RECUPERAR LA GRANDEZA DE ANTAÑO,
PLATÓN, CONFUSIO, D´VINCI
SAAVEDRA, HIDALGO, MARTÍ, EINSTEIN,
 GANDHI, MANDELA, GUEVARA, LUTHER KIN…., JESÚS,
NO SON POCOS LOS EJEMPLOS.

AMIGO, MI HERMANO AÚN ESTAMOS A TIEMPO
DE VOLVER A SENTIR ORGULLO DE PODERNOS LLAMAR
A NOSOTROS MISMOS “HOMBRE”.


AUTOR: Carlos A. Suárez G.

viernes, 26 de diciembre de 2014

Entiende mis miradas



Iluminame, no importa la intensidad, no importa la oscuridad, solo pido su ausencia, pido tu presencia, no entiendas mis palabras, entiende mis miradas, no me pidas mas, te estoy dando todo.


Mi cárcel no entiende de fronteras, solo entiende de ti.


Mi cielo, sin estrellas, te llevaste su luz con tu sonrisa.


Solitaria, imaginando, recordando y aclamando... todo lo que deseo de ti, sin medida un abrazo, sin fin un beso, que no existan las despedidas, que solo hayan alegrías, un corazón frágil ayudado por su igual.

Pediría que no hubiera celos, la envidia del sol y la luna somos nosotros, de nuestra pasión con solo mirarnos, de nuestro roce que nos funde, de nuestra ilusión por despertar y hablarnos.


AUTORA: Sara Suárez Palencia

miércoles, 24 de diciembre de 2014

Siempre el primero



Lola miró hacia la puerta con una cierta preocupación. Ya eran casi las seis de la tarde y el viejo no había aparecido. Todos los viernes, desde que ella trabajaba en la cafetería ese hombre aparecía y se sentaba a tomarse un cola-cao cuando hacía frío y una horchata cuando hacía calor. Un viejo simpático, educado, que bebía despacio, intercambiaba un par de frases con ella o con el otro camarero y después decía buenas tardes y se iba. Así había sido desde hacía once años y hoy por primera vez estaba atrasado.


Él no sabía que había sido su primer cliente cuando aquel viernes se incorporó a su puesto de camarera sin haber sido nunca camarera. Tomás nunca supo la vergüenza con que ella le preguntó que deseaba tomar, sólo notó los temblores internos que a duras penas conseguía controlar mientras le servía el cola-cao. A Lola tan acostumbrada a servir a los hijos en casa, se le escapó un "no quema" y al decirlo, una risa nerviosa que casi se le escapó, se terminó transformando en sonrisa de Monalisa.

Él no encontró nada raro en aquella sonrisa y también sonrió, pensando que la chica era un encanto, le dio las gracias y ella se sintió muy profesional a pesar del desliz maternal. Nunca comentaron como había sido un bálsamo para sus nervios de principiante aquel gracias y jamás, en todos los años que siguieron, hablaron de nada personal.

En esos once años muchas cosas habían cambiado. Ella misma era otra mujer. Once años sin palizas en casa, sin peleas. Sus hijos habían crecido y especialmente el menor parecía no tener muchos recuerdos de aquella fase de malos tratos y gritos. El mayor no, el mayor lo recordaba casi todo, pero haciendo un gran esfuerzo habían logrado convencerlo para que aceptase la ayuda de una psicóloga y por lo visto se había perdonado a sí mismo no haber sido tan buen chico como para merecer que su padre tratase bien a su madre solo por verlo feliz.

Felipe aprendió que la mente humana es un mundo lleno de miedos y culpas sin sentido y que para algunos hombres, herir a su mujer vale mucho más que no herir al hijo, independientemente de como sea el hijo, pues el problema no está en los niños y sí en esos cabrones llenos de odio que necesitan alguien a quien maltratar.

Cuando lo asimiló dejó las drogas, buscó un trabajo y le dio a su madre la mayor alegría de su vida por verlo en el buen camino.

Todo lo que su hijo había aprendido en la terapia, ella lo aprendió en la barra del bar, escuchando a los borrachos contar sus penas, a los novios pelearse o a las madres con las hijas comiendo churros como locas por las mañanas mientras elaboraban planes de fuga. 

Lola había comprendido con tanto drama alrededor, que el suyo era uno más y poco a poco se fue curando lo mejor que pudo.

El viejo Tomás ni sospechaba que para ella durante mucho tiempo el desafío era contar semanas sin llorar ni derrumbarse, semanas de conquistas personales que empezaban cada viernes con su llegada al bar. Imposible que él imaginase que para Lola, él era la encarnación del principio de las mudanzas. El símbolo del tiempo transcurrido desde que comenzó su vida nueva. El primer gracias. La primera sonrisa.

El primer cola-cao, en muchos años, que ella no tendría que soplar ni cambiar de vaso repetidas veces para que no quemase. 

Él se admiraría si supiese como su demora en el médico podría angustiar a nadie. El pobre médico no sabía como explicarle que su estado de salud deplorable tenía ya muy poco arreglo y por no querer ser insensible y contárselo a la bulla, lo había dejado para el final.
Un chico simpático, educado, el doctor Rafael, que con las palabras más profesionales lo había informado cuidadosamente del fatal resultado que arrojaban sus últimos exámenes.

Profesional y amable, intentó ser correcto y al mismo tiempo humano, pero se le notaba tanto el mal rato que estaba pasando que al final fue Tomás quien tuvo que consolarlo a él.

El viejo sonreía por la calle recordando la cara del doctor. Por lo visto, él era el primer paciente que se le moría y los dos terminaron riéndose cuando Tomás le dijo que no se preocupase, que le había comunicado con mucha habilidad su simpática sentencia de muerte, que no era culpa suya y que todos teníamos hora marcada con la muerte.

En la hora precisamente iba pensando mientras se alejaba de la clínica. Se había hecho tarde pero no quería dejar de ir al bar donde siempre entraba a tomarse algo desde aquel viernes hacía once años, cuando al volver del cementerio de enterrar a su mujer, pensó que sería muy difícil pasar su primera noche solo en casa.

Él había tenido muchas novias antes de conocer a Mercedes, pero para ella él fue el primer novio, el único. Se amaron como se aman las parejas que se aman y el día que la enterró estaba tan triste que pensó que tal vez nunca más sería capaz de volver a sonreír. 

Le fallaban las piernas al andar y por eso entró en aquel bar al que nunca había entrado.

La chica que lo atendió tenía la mirada triste y temblaba mientras le servía el pedido. Parecía preocupada y tenía ojos de haber llorado. Cuando ella le sonrió después de haberle soltado un inesperado "no quema", le devolvió la sonrisa tan fácilmente que él mismo se sorprendió.

Mercedes y él no habían tenido hijos y la chica tenía edad de haber podido ser una de sus hijas si hubiesen sido padres. Tomás salió del bar con las piernas más firmes, mucho más gracias a la sonrisa que a la bebida caliente y desde aquel viernes todos los viernes acudió como una cita a ver a la camarera.

Con los años descubrió que se llamaba Lola, que tenía dos hijos y que descansaba los martes. Fue al bar algunos martes solo para sacarle informaciones al otro camarero y así se enteró de lo del ex, que le pegaba, de lo del hijo mayor tan complicado, de las dificultades y las conquistas de su querida Lola con quien nunca intercambió mas de ocho frases.

Acompañó año a año sus preocupaciones y aprendió a leer en su carita si las cosas estaban bien o más o menos, le vio las noches sin dormir cuando el hijo se metió con drogas y se las arregló para que el dueño del bar le hablase de una psicóloga estupenda que precisamente estaba especializada en temas de adolescentes con drogas y que no cobraría nada porque estaba haciendo un estudio para un libro que le habían encargado de una universidad americana.

Lo de la universidad se lo inventó Tomás y Lola se lo creyó porque estaba cansada de leer siempre por aquí y por allí la cantidad de asuntos sobre los que se investiga en esas universidades. Una vez, en el dentista, había visto las fotos de unas mujeres oliendo axilas de hombres para que el estudio demostrase que a las mujeres les gusta como huelen los hombres, así que le pareció normal que otro estudio estuviese interesado en adolescentes problemáticos de Soria, que fue el nombre improvisado con el que Tomás, que jamás le había puesto título a nada, bautizó al cable que le echó a Lola.

El chico mejoró para alegría de todos, especialmente del viejo, que pagaba el tratamiento discretamente sin que nadie lo sospechase, y él empeoró de todas sus enfermedades sin que nadie lo supiera mientras elaboraba otro plan rocambolesco al que había titulado Cásate con Lola y déjaselo todo.

Él no tenía familia, pero tenía dos casas, la de Soria y la de la playa, un dinerito guardado y la paga que le quedaría a Lola si aceptaba casarse con él. Aunque el plan tenía cinco años, él había preferido esperar a estar seguro de que se iba a morir pronto para no enredar a Lola en más problemas de los que ya había enfrentado. La conversación de hoy con el médico le había hecho ver la urgencia de acelerar la boda y quería dejarlo todo resuelto cuanto antes.

Cuando entró en el bar, cansado y con frío estaba un poco preocupado con la manera de abordar el asunto. Lola estaba en ese momento terminando de pasar un paño en una de las mesas del fondo, y cuando lo vio parado en el quicio de la puerta, dejó su frialdad profesional para salir apresurada a su encuentro, quería decirle que había estado preocupada, preguntarle porqué se había atrasado, incluso regañarle.

Cualquiera de esas frases era tan inapropiada que cuando llegó delante de él se le atascaron todas. Parados los dos frente a frente cada uno con tantas cosas que decir y sin saber como hacerlo fue ella la que lo arregló todo con un gesto mucho mas inadecuado que cualquier frase.
Se acercó a él y lo abrazó como se abrazan las personas que se quieren. Él aceptó su abrazo con naturalidad, hacía años que no era abrazado así y los dos se fundieron uno en el otro con los ojos cerrados y el corazón abierto.

Ajenos a todo lo que no fuera ellos.

Los pocos clientes que quedaban, el otro camarero y el dueño del bar miraban en silencio y todos escucharon cuando Tomás abrazado a Lola, dijo bajito.

- Cásate conmigo

Y ella respondió

- Nunca me he casado.

Él apretó el abrazo y con dulzura le pasó por primera vez la mano por el pelo mientras susurraba para que sólo ella lo escuchase:

- Déjame ser el primero.


AUTORA: Isabel Salas

martes, 23 de diciembre de 2014

La Misa y el Vermú


Mi madre siempre ha dicho que cuando se dejó de ir a misa de domingo, también se dejó de beber vermú. Ella habla de aquella época en la que se daba por hecho, como una costumbre más, ir a misa los domingos. Más concretamente, a misa de doce. Era una hora estupenda. Antes tenías tiempo para la ducha, cogerte los rulos y arreglarte las uñas. Te planchabas el vestidito nuevo y… ¡ale!, a misa. Otro tanto se hacía con los demás miembros de la familia. A los niños una buena ducha (con estropajo incluido para quitarles la roña de toda la semana), la ropa más nueva que tenían, bien peinados ellos y con trenzas o coletas ellas, unos calcetines blancos que deslumbraban y… ¡ale! a misa. El marido el traje nuevo, hasta con corbata y con un buen chorro de colonia.

Así dispuesta la familia, todos a la iglesia. Una ceremonia de una horita donde era imprescindible echar una buena limosna a la bandeja.

Y después llegaba lo bueno para mi madre. El vermú. Ya en la puerta de la iglesia te encontrabas con vecinos, conocidos y amigos. Una buena plática con algo de cotilleo incluido y… al bar, a tomar el vermú. Porque a esa hora toda la gente tomaba vermú. Dice mi madre que eso de “irse de vinos” es una invención nueva. Antes, los domingos después de misa, sin titubeo alguno, se pedía un vermú. Con sus dos olivas pinchadas en el palillo y su buen trozo de limón, hermoso. Allí, en el bar, de pie, se pasaba mi madre el mejor rato de la semana. Charlando, riendo, bebiendo y saboreando su vermú. Antes de salir de casa ya se había dejado preparado el cocido, a fuego muy, muy lento para que se cociera bien. Ella no tenía prisa en volver; sabía que la comida estaría preparada a su regreso. Era la mejor forma de “santificar” el domingo.

Cuando se puso de moda no ir a misa y quedaba hasta mal hacerlo… se perdió el vermú. Ya no había ese ambientillo en la puerta de la iglesia, ese rumor de voces de días de fiesta. Y mucha gente se iba “a la casita”, a preparar una barbacoa, muchos se compraron un apartamento en la playa y desaparecían los fines de semana, otros hasta a hacer deporte. En fin, que ir de vermú se fue haciendo difícil. Llegaron las tapas, las cervecitas sin alcohol… y el vermú se quedó atrás, igual que la misa.

Mi madre todavía lo hace. Se juntan varias amigas y, presas de una gran añoranza, intentan revivir lo que sintieron muchos años atrás cuando iban con su marido y sus hijos a tomar el vermú los domingos después de misa de doce.

 AUTORA: Victoria Monera Martínez


(Pie de foto) Cándida Martínez. Mi mamá. Hace años.

lunes, 22 de diciembre de 2014

Gestos sencillos, sin pretensión


¿Dónde andará ese leve y dulce tirón?
el tropiezo de tus dedos descendiendo por mi pelo
encallando en diminutos nudos
estaciones accidentales de inesperados reflejos
Gestos sencillos
sin pretensión
esos son los que añoro

Sentirme grávida ante tu invasión
y de seguido
ingrávida al entregar el fortín
Recorrer caminos a ciegas
a sabiendas de que llegaríamos al fin
siempre

Un pellizco de sol compartido en un banco del Paseo
mientras tu lees y yo te leo
La magia de responder al unísono
a la gracieta de otro
con las mismas letras
dispuestas en el mismo orden
formando la misma frase
casi uno antes que el otro
casi el otro después de uno

Sentada en la cocina esperando
el trino oloroso del horno  o
el silbido arisco de la cafetera o
algo o todo o nada o cualquier cosa
El pelo recogido con un lápiz
dejando indefensa la nuca
la traición de un besoplo furtivo
y el escalofrío que me recorre entera

Ahora
sin Pelo ni Peso
sin Caminos ni Sol
sin Magia ni Letras
sin Lápiz
sin Aire
Gestos sencillos
sin pretensión
esos son por los que lloro.


AUTORA: Cris SS

domingo, 21 de diciembre de 2014

ESTAMOS DE CELEBRACIÓN



Premio Liebster Award otorgado Por:


Juan Carlos y su blog Universo Mágico








Liebster Award





Este espacio se viste de gala para recibir su primer reconocimiento Liebster Award. Se trata de un premio simbólico que un blogger otorga a otro por considerar que su espacio es interesante. Eso supone, por supuesto, que quien te nomina y te convierte en ganador es también un lector de tu blog. Es por eso que el premio se hace de corazón a corazón y también por ello no podemos negarnos a aceptarlo. En este caso debemos el honor a uno de nuestros lectores y gran colaborador Juan Carlos, del Blog Universo Mágico. Sin más demora, nos lanzamos a contestar las preguntas del Liebster Award y tras la entrevista pasar a nominar a los premiados.


¿Cuáles fueron las razones para abrir tu blog?

La principal razón de comenzar esta singladura, y por experiencia personal, es la necesidad de proveer de un espacio abierto a aquell@s escritor@s que, aún teniendo sus Blog's personales, la difusión de sus trabajos no llegaba al lugar donde fuesen merecedores de ser leídos.

Otra de ellas es, crear un Blog de escritores noveles y experimentados, donde sentirse acogidos y valorados como merecen, siendo el Blog un portal donde todos opinen, propongan y puedan dirigirlo al mejor de los puertos.

¿Qué consejos le darías a una persona que empieza con su blog?

Trabajo constante, comentar lo que le guste, sin temor a las respuestas, y !siempre!, con educación.

Leer mucho y estar abierto a las críticas y las observaciones de otros bloggeros más experimentados.

¿Qué ventajas te aporta?

Ventajas no, satisfacción personal mucha. Conocer a otras personas que tienen tus mismas inquietudes sobre el tema del Blog y nuevas y entrañables amistades.

¿Qué cosas has conseguido a través del blog?

Aprender mucho sobre como se debe enfrentar qué o cuál tema, para próximos textos.


¿Qué objetivos tienes a corto/medio plazo?

Que el Blog crezca en cuanto a lectores y participantes/colaboradores. Seguir ofreciendo buena prosa, reflexiones, cuentos y cualquier texto que sea interesante de leer.

Cuéntame tres errores que cometiste cuando abriste el blog

Los errores han sido muchos, pero todos técnicos de las propias entrañas de la herramienta de Google, por desconocimiento nada más. 

¿Qué blogs visitas a diario?

Todos los que el tiempo me deja. No reseñaré ninguno por no faltar a la estima que le tengo a todos ellos.

¿Tienes algún tipo de ayuda en el blog o lo haces tú todo?

La labor interna del Blog está realizada por mí, pero como ya digo, todos los participantes/colaboradores ejercen su libertad de exponer y comentar lo que crean necesario.

Me gusta pensar que es como aquellas antañas "CASA DEL PUEBLO" donde todos decidían. Y me entristezco al pensar que algunos las hayan cambiado por los "armatósticos" AYUNTAMIENTOS donde el pueblo no tiene ni voz ni voto.


¿Qué temáticas de blogs son tus preferidas?

Me gusta todo tipo de texto, pero si tengo que destacar uno, diría que las reflexiones: esas opiniones personalísimas sobre cualquier tema que alguien lanza a la Red, de esas que no expones en una conversación normal con los amigos, pero que revolotean en tu mente intentando salir.

¿Qué te engancha de un blog que visitas?

Sobre todo, los temas expuestos. Por lo variopinto y sobre todo por la seriedad con las que los tratan.


Y nuestros nominados son::


Propuesta por Karol A:
Flor de maría por "La malquerida" / http://lareinadelpaisdeloshongos.blogspot.mx/

Propuesta por Sergio S.:
Victoria Monera Martínez por "Divinas palabras" / http://victoriamonera.blogspot.com.es/

Carmen Silva por "Rodar y Volar" / http://rodaryvolar-carmen.blogspot.com.es/

Larrú por "¿Te cuento una historia de fantasmas?" / http://fantasmasdelarru.blogspot.com.es/

Karol Arcique por "Entre mi piel y un maculi" / http://entremipielyunmaculi.blogspot.com.es/

Alejandro S. Solis por "Memorama de Alejandro" / http://alejands-memorama.blogspot.mx/

Nuevo viejo Ítaca por "Nuevo viejo Ítaca" / http://nuevoviajeaitaca.blogspot.com.es/

Lucía UO por "Mis humildes opiniones" / http://www.mishumildesopiniones.com/

Josue A. por "Leadership & more" / http://jaqmpublishing.blogspot.com.es/

Natalia Escritorista por "Escritorista y Lectorista" / http://escritorista-lectorista.blogspot.com.es/




viernes, 19 de diciembre de 2014

Botoncillo



COBIJADOS ENTRE LOS PÉTALOS DE UNA ROSA,
LOS AMANTES SE UNÍAN BUSCANDO EL INFINITO.
ENTREGÁBANSE CUAL VERSO A UNA PROSA,
ENGENDRANDO EL POEMA MAS BONITO.

DE AROMAS DEL RECUERDO LLENOS,
DEMOSTRANDO LO HERMOSO DE SU AMOR.
QUEDABAN DE CARICIAS PLENOS.
¡UNA ENTREGA SIN RECELOS NI PUDOR!

¡DE LA ROSA LA ESPERANZA CRECE!
¡ENGENDRADO POR UN AMOR ETERNO!
¡LA HISTORIA DE LOS AMANTES PREVALECE,
EN EL NACIMIENTO DE UN BOTÓN MUY TIERNO!



AUTOR: Carlos A. Suárez G.

jueves, 18 de diciembre de 2014

Intuición y algo más



Está al llegar, se acerca
Huelo aroma nuevo, diferente, fresco
Huelo a recién nacido, a estreno, a desconocido
Se intensifica la emoción por momentos
y me impide dormir, pienso en silencio

No puedo definir el sentimiento exacto
No deseo analizarlo, me resisto a intentarlo
Y aunque deseo ignorar la mente insiste
Espero activamente sin saber de antemano
si lo que está llegando es bueno o malo

Cada vez lo percibo más cercano
Siento cómo empañado avanza lentamente 
Parece que está aquí, que ha aterrizado
Ignoro si a mi lado o quizás dentro
No lo puedo entender, ni explicar, solo siento

Lo que sí certifico es que debe tratarse de algo bueno
porque estoy disfrutando feliz mientras se acerca
y sin haber descubierto qué, quién o cuál su procedencia
está cambiando penas por ilusiones nuevas


AUTORA: Menchi Arbego

miércoles, 17 de diciembre de 2014

Ese oscuro objeto de deseo



"No sé quién inventó los tacones altos, pero todas las mujeres le debemos mucho."
Marilyn Monroe


Hace poco un par de situaciones tragicómicas me hicieron recordar esa escena de Quién mato a Roger Rabbit (1988), donde Jessica Rabbit canta de manera sensual, Why Don´t you do Right. Según recuerdo, la escena inicia con su voz de fondo y en un movimiento lento deja entrever, tras el telón, su pierna izquierda y sus pantorrillas ataviadas con unos preciosos tacones rojos. 

De esa película me gustó la combinación de personajes reales y animados, de los cuales Jessica Rabbit destaca por su caracterización de femme fatale con un cuerpo exuberante. Se dice que su personaje fue creado a partir de las características principales, de tres actrices famosas de la época de oro del cine estadounidense: Verónica Lake, Lauren Bacall y el símbolo sexual de los 40´s Rita Hayworth.

¿Y porqué recordé a Jessica Rabbit? En realidad fue esa escena con sus tacones rojos y su relación con algunas situaciones tragicómicas donde el papel principal lo protagonizaron mis tacones. Y es que, los tacones para fortuna o desgracia, forman parte de nuestra vida. Son objetos que poseen una fuerte carga erótica, estilizan la figura y nos hacen ver “bellas y elegantes”. Además ¿A qué hombre no le gusta ver a una mujer con tacones? Y la pregunta del millón ¿A qué mujer no le gusta sentirse admirada? El asunto con los tacones, es que gracias a ellos nuestro andar se acentúa, semejando el movimiento de un péndulo, lo cual tiene un efecto visual hipnótico. Si además le asociamos que los tacones “alargan las piernas, resaltan los glúteos y el busto; dando un toque estético, elegante y femenino”. El resultado es una mujer-imán, una mujer que irradia seguridad y sensualidad. 

En estos términos, Jessica Rabbit es la representación de la mujer sensual que todas llevamos por dentro (o queremos llevar). Y los tacones son ese objeto de deseo de hombres y mujeres. Más que un objeto banal, los tacones son en realidad un símbolo del poder sexual de la mujer.

Sin embargo no todo es así de bello y elegante; la otra cara de usar tacones, la muestra Rosario Castellanos en su libro Mujer que sabe latín (1972):

… “La mujer bella se extiende en un sofá, exhibiendo uno de los atributos de su belleza, los pequeños pies, a la admiración masculina, exponiéndolos a su deseo. Están calzados por un zapato que algún fulminante dictador de la moda ha decretado como expresión de la elegancia y que posee todas las características con las que se define un instrumento de tortura…”

Mucho se ha escrito sobre el efecto negativo de usar tacones en la salud de la mujer y el costo que conlleva. A pesar de ello, esa sensación de poder que otorga el saberse sensual y femenina suele ser más fuerte. Quizá es por esa misma razón que Marilyn Monroe acostumbraba visitar a un zapatero para que cortara un centímetro de uno de sus tacones y así, lograba obtener un movimiento más acentuado de sus caderas. Marilyn disfrutaba usar tacones y representar la imagen de mujer sensual, al grado de ser esclava de esa misma imagen y que, irónicamente, aun después de su muerte sigue viva.

Pero ¿Qué pasa cuando usar tacones deja de ser un acto sensual y se convierte en un episodio del programa de comedia de las tardes o en la pesadilla en la calle del infierno? La mayoría de las mujeres tenemos en nuestro historial anécdotas relacionadas con los tacones, en lo personal no soy la excepción. Además, también he hecho todo lo posible por sacar la Jessica Rabbit en mí. Sin embargo, andar en tacones no es precisamente mi estilo, así que he sido protagonista no de escenas sensuales, sino de escenas dolorosas y cómicas. 

Una de ellas ocurrió una mañana soleada, bastante aburrida. Traía mis tacones favoritos, con la altura justa para mi comodidad. Regresaba de la tienda y me dirigía a la oficina, de pronto vi aparecer a lo lejos un tipo guapo. Decidida a hacerle la competencia al pavo real más osado, empecé a contonear las caderas delicadamente y con cierto disimulo. Estaba concentrada en no perder el movimiento sensual de mis caderas, cuando se me va de lado el pie y escucho un ¡crack! cerré los ojos y me preparé mentalmente para continuar mi camino arrastrando el pie, disimulando lo del tacón, pero fue una labor bastante difícil así que opté por arrancar el tacón y seguir al estilo sube y baja el resto del camino. Eso si, esbozando la mejor de mis sonrisas.

Definitivamente querer ser Jessica Rabbit y tener diferentes actividades cotidianas, es siempre un reto. No es nada fácil correr bajo la lluvia, con dos bolsas encima y un par de zapatillas mojadas. Y en más de una ocasión he bajado del auto rumbo a la puerta de mi casa, con los tacones en la mano. Entonces es cuando me pregunto ¿Cómo se vería Jessica Rabbit sin tacones? O mejor aún ¿Es Jessica Rabbit esa femme fatale que aparenta? Quien ha visto la película sabe que tras esa mujer aparentemente frívola, existe una mujer sensible a su entorno, amorosa y delicada. Que se ríe como enana de los chistes de Roger Rabbit.

No soy de las que dicen no a los tacones, aunque tampoco me apuntaría a una carrera de lucha contra el cáncer en tacones, aun cuando se trate de 50 metros. Más bien hice una especie de tregua con ellos: pueden ser ese obscuro objeto del deseo, solo si no superan los diez centímetros de altura.


AUTORA: Karol A.

martes, 16 de diciembre de 2014

El Ajedrecista


Cuando era pequeño nunca pensé en dedicarme al Ajedrez. Y aunque las matemáticas siempre se me habían dado muy bien, uno no sueña con ese tipo de cosas. Yo quería ser astronauta o superhéroe como todos los niños. Me calzaba las botas de mi abuelo y el tapete descolorido y volaba por la casa mientras mi madre me gritaba: “deja el mantel en su sitio, Jesús” y yo quería ser Superman. Ajedrecista. Dedicarme a ello no fue una decisión. Una jugada me llevó a la otra y en una partida inesperada del destino acabé dedicándome al deporte. Qué ironía. Yo, el listillo de la clase, patoso como ninguno, acabé teniendo licencia de deportista. Recuerdo un episodio en una exposición infantil en Nueva York con seis años. Mi madre, coordinadora de una galería de arte, había sido invitada a una exposición de juegos de mesa gigantes, en Madison Square Garden. Quiso darme una sorpresa después del trabajo tras haber estado toda la semana con la cabeza metida entre sus papeles. Aquel lugar me pareció enorme. Me solté de su mano y salí corriendo a ver aquel castillo de piezas de colores que parecía cobrar vida. El suelo estaba pintado de color verde y las paredes lucían un color naranja, muy vivo. Todo el recinto estaba lleno de niños que corrían y gritaban y saltaban. Miré alrededor con la boca abierta, pensando adónde ir primero. Los tres círculos de un dado gigante llamaron mi atención. Entré dentro para atravesarlo y al salir, di de bruces con el suelo. Oí chillar a mi madre y sentí el sabor de la sangre en la boca. Aquella escena, de tantas, acabó con tres puntos en mi labio inferior y el sentimiento de culpa de mi pobre madre. Por ese tipo de episodios me apodaron en la escuela “Jesús de trapo”.

Pero crecí y empecé a saltar como un caballo de ajedrez, sin dirección. Estudié matemáticas aplicadas y entonces empecé a interesarme más en serio por ello. Sin embargo, pronto monté mi propia empresa de estudios estadísticos y mi interés por ese deporte volvió a quedar en segundo plano. Y encontraría a la verdadera reina, la única capaz de ponerme en jaque.

Recuerdo aquel día a las puertas de la universidad. Todos sentados en pupitres, silencios, ansiosos por lo que estaba por venir. Llegué a las pruebas de selectividad con el estómago revuelto. Aun conservo en la mente las hileras infinitas de pupitres, perfectamente alineadas. Me parecían un tablero. Al terminar jugué a imaginar una partida. Yo iba a encarnar la pieza más importante, el rey, que iba a controlar el juego desde la retaguardia. Los pupitres eran las casillas blancas mientras que los pasillos de parquet oscuro hacían de las negras. Había peones, esos estudiantes bajitos con cara de indiferencia. Me costó un rato dar con los alfiles, chicos espigados y esbeltos, con gracia. Las chicas de pelo largo recogido con coletero representaban a los caballos. Las torres fue fácil decidirlas. Delante de mí, algunos chicos eran auténticos castillos. Sólo faltaban las reinas. Desde la penúltima fila de toda la sala buscaba a la mía. La del contrario la decidí contando 21 en línea recta, pero como no había tantos pupitres tuve que saltar para acabar allí donde había una chica. El azar quiso que fuera una chica morena de cabello corto, con un pañuelo morado al cuello. Los minutos pasaron deprisa sumido en aquel juego imaginario. Cuando el tiempo estaba a punto de concluir la encontré. Por fin, justo detrás de mí, apareció mi última pieza. Micol era una joven Palestina que quería estudiar derecho internacional. Llevaba un pañuelo de gasa verde que le tapaba el pelo. Me sorprendió su sonrisa amplia, sincera, incluso diría que descarada. Y sus ojos. Unos ojos capaces de hacer recorrer el mundo entero tras ella a cualquiera. Al salir de allí comenzamos una amistad o al menos esa fue mi tapadera durante casi toda la carrera.

La amé. La amé con toda mi alma. Tras varios años de amistad encubierta, empezamos una relación furtiva. Ella vivía con su madre y su abuela pero sólo hasta que terminara los estudios. Ese detalle lo descubriría más tarde. Yo empezaba a montar mi proyecto de futuro, mi propia empresa. Tuvimos muchos problemas familiares y Micol me puso en jaque. Desapareció de mi vida. La busqué por todos los lugares que frecuentaba. Me volví loco. Un amigo en común después de encontrarme tirado en un bar borracho y desesperado, me confesó que se había marchado a Gaza. 

Fue entonces cuando retomé el ajedrez. Pasaba las horas sumido en largas y parsimoniosas partidas que utilizaba como barrera entre la mente y el corazón. El Ajedrez se convirtió en una obsesión. Vivía el ajedrez. Soñaba con la invasión del rey, con los peones luchando contra los del contrario, con los alfiles bailando como locos por el tablero sin rumbo fijo. Soñaba que perdía una y otra vez aquella pieza alta y majestuosa. Soñaba que perdía a Micol.

Empecé a ganar torneos y hacerme un nombre en el ajedrez. Aún no sé en qué momento empecé a convertirlo en profesión. Estuve cinco años dando vueltas moviendo ficha alrededor del mundo. Y acabé vendiendo la empresa a la directiva porque dejó de interesarme y me causaba problemas en mis ausencias. Pero a Micol nunca la olvidé. Ni a su sonrisa amplia, sincera e incluso descarada.

Como cada año, celebraba en secreto el aniversario de la primera vez que la vi entre aquellos pupitres. Rememoraba las veces que, a escondidas, pasaba la noche en mi piso. Cuando aporrearon a la puerta me levanté con olor a whisky caro y poco equilibrio.

—¿Jesús Blanco?—preguntó el cartero extendiéndome un sobre.

—Sí. ¿Qué es?

—Carta certificada, señor. Firme aquí.—señaló un recuadro en blanco y me puso el bolígrafo en la mano.

Firmé con la convicción de que aquello no era para mí pero cogí la carta y cerré la puerta. Nunca imaginé encontrar lo que había dentro. En todos los años pasados había pensado en muchas cosas. Había soñado y me había flagelado con tantos autoreproches para encontrar una respuesta a su huída. Pero jamás en lo que se me reveló en aquel sobre. 

Me senté de nuevo en la butaca de piel marrón. Solté el sobre encima de la mesita donde todavía reposaba la botella. Volví a ponerme dos dedos de whisky y le di un trago. Mientras el líquido bajaba por mi garganta derramé una lágrima por Micol. Esos aniversarios se convertían en una tortura premeditada que año tras año me recordaba lo miserable que era mi vida. Cogí el sobre y lo observé. No llevaba remite pero el sello, me abofeteaba. Un círculo y una paloma con las alas abiertas me azotaba. Abrí el sobre con las manos temblorosas. "¿Qué broma es esta?" Me dije. Saqué del interior un recorte de periódico. Era una foto de un niño en bicicleta, entre ruinas. Vestido con un pantalón negro y una camiseta azul, pedaleaba la bicicleta rosa mientras a su espalda otro niño, de rojo, lo observaba alejarse. Al principio no lo entendí. Fue cuando fijé la vista en los edificios derribados que la bandera palestina me alertó. Y entonces lo vi claro. Acerqué el papel arrugado a mis ojos y miré a aquel niño. Su sonrisa era amplia, sincera, incluso diría que descarada.


AUTORA: Raquel Ortega

lunes, 15 de diciembre de 2014

A unos ojos verdes



Verdes lagunas
Lagunas donde bogar
bogar sin más
sin pausa
sin causa
sin remos
a vaivén de manos

Parpadeos que amansan
a este Sibarita de las algas
que pueblan olas imaginarias
inmóviles y profundas

Fundas en mis sueños colonias
de deseos tiernos
despiertos
traviesos
Confieso también
que alguno avieso y de mal carácter
Sueños risueños y elípticos
de ida y vuelta
sin tuerca ni arandela
a rosca loca
Resueños metacíclicos
caprichondos e insídicos

Verdes prados pidiendo siega
a pies descalzos
pero de a poco
sin escándalos ni torpeza

Susurros mudos con los
que tu alma alimenta
mi aliento
Silencios lentos
muy adentro.


AUTOR: Juanje Frayfregona

viernes, 12 de diciembre de 2014

¿Y SI HUBIERA…?


¿Y si hubiera…? Desde aquí os animo (más, os conmino) a que borréis esa estructura de vuestro español.

Reflexioné por primera vez sobre ella hace ya años, al explicársela a mis estudiantes de español para extranjeros. Atención. Yo digo “si hubiera tenido dinero, me habría comprado un coche”. Explicación: “ni tuve dinero ni me compré un coche”. ¡Qué triste!


07.30h. Suena el despertador. En español tenemos ese pluscuamperfecto de subjuntivo que nos permite elaborar una hipótesis pasada imposible. Y… ¿para qué?, ¿para qué nos sirve? Pues para amargarnos la vida al pensar “si hubiera…habría…”

Ya es bastante difícil decidir. Las decisiones nos acosan, nos persiguen sin tregua. Cada minuto de nuestra vida, un dilema.

¿Me levanto ya o me quedo cinco minutos más?
En la ducha.

¿Me echo el suavizante ahora o después el bifásico sin enjuague?
Delante del armario.

¿El jersey verde me hace más delgada que el lila?
Frente al espejo.

Para los labios, ¿rosa pálido o fucsia?
Sentada en la cama.

¿Me pongo ya sandalias o todavía hace fresco?

¡Qué presión! Media hora y ya estoy agotada. Y el día sigue.

¿El yogur desnatado o normal?

Al conserje de mi oficina, ¿lo saludo o no? Ayer fue un poco estúpido. Me mira mucho.

El periódico, ¿nacional o el de la comarca?

¿Cómo patatas con alioli o no?

¿Tarta o fruta de postre?

Y más y más y…

Y entonces llega el “si hubiera…”. Si me hubiera levantado antes habría podido poner la lavadora. Si me hubiera puesto el jersey lila no habría tenido que cambiar de bolso. Si no hubiera comido tarta no me sentiría tan llena.

Arrepentimiento. Y eso es sadismo. Y del duro. Además de tomar la decisión, nuestro cerebro nos obliga a pensar en la otra decisión que no hemos tomado. Maldad.  Crueldad. Tortura.


Así pues, tenemos que intentar borrar de nuestro español ese “si hubiera…”. Al final y al cabo los otros idiomas no lo tienen…. ¡y viven! Intento que cada vez que mi mente empieza por un “si hubiera…” suene un off. Creo que si alguna vez lo consigo, seré más feliz. De verdad.


AUTORA: Victoria Monera Martínez