jueves, 27 de noviembre de 2014

Tú, sólo tú, frente a tu destino



El camino se hace corto sabiendo donde vas a pasar tus días de tranquilidad, de paz, de sacrificio personal, de entrega a la...


El "BUS" te deja a escasos 5 kilómetros del lugar; hay que andar por un camino de tierra que serpentea entre árboles, naranjos, cipreses y un cielo azul.

Cargado con una pequeña maleta de madera forrada de tela y un bastón, comienza una caminata llena de esperanzas e ilusiones, de sueños que se van a hacer realidad.

Hay un silencio en el entorno que te hace pensar, te adentras poco a poco hacia un mundo muy distinto al que estás acostumbrado, al cotidiano.

Dejas detrás de Ti a unas gentes que disfrutan de sus fiestas, gentes que te conocen y que ignoran el camino que has tomado voluntariamente, por decisión propia y meditada de años.

Sigues caminando y escuchas algo que te hace agudizar el oído, suena cerca de Tí, aunque te quedan muchos pasos por dar para poder saber que será algo cotidiano en tu nueva vida.

El lugar comienza a ser misterioso, se alzan grandes y puntiagudos cipreses a ambos lados del camino que te conduce a lo que buscabas y que, con un poco de claridad, se deja ver al otro lado de la montaña; es un lugar inmensamente hermoso y tranquilo. Un puente de piedra tendrás que cruzar para llegar a tu destino.

Caminas y notas un frío que se puede soportar; una suave brisa recorre el camino, el cielo ha cambiado, hay nubes que aparecen, unas nubes bajas que envuelven el lugar haciéndolo misterioso, sereno, tranquilo, lleno de paz y de armonía con el entorno.

Aquello que has visto entre cipreses deja de estar, una niebla lo envuelve de tal forma que casi no lo ves, escuchas el leve sonido de una campana en la lejanía, que te anuncia la presencia de tu destino.

Es medio día, la campana replica varias veces hasta que su sonido se silencia, nada se escucha, todo está en silencio; el eco de tus pasos es el único sonido en el lugar...

El silencio te hace parar, notas la presencia de algo sobrenatural que te rodea, no sabes aún lo que es, pero sabes que es bueno, que es lo que buscas.

La niebla abre un hueco entre los cipreses y descubres un impresionante valle donde un puente se deja ver grande y majestuoso. Un cartel te indica que quedan escasos 700 metros para llegar a tu destino.

Tu corazón comienza a latir rápidamente, ¡estás cerca!, lo presientes, queda menos camino por recorrer y tus pasos se hacen cortos y ligeros; te tiemblan las piernas, un frío recorre todo tu cuerpo, tiemblas de emoción, tiemblas de alegría pues sabes que el destino está cerca.

Cuatro curvas quedan para llegar al principio del puente; es elevado, majestuoso, algo estrecho, pero firme, seguro, bien construido, sin grietas que te haga pensar en que se va a desmoronar a tu paso.

Has llegado al puente y frente a Tí, al otro lado, tu ansiado y soñado destino. 

Sólo queda soltar un suspiro, respirar profundamente y contemplar lo que has venido a buscar.

Todo está en silencio, no se escucha ni el trinar de los pájaros, ¡nada!, todo es silencio, ni el ruido del aire perturba tu momento, ese momento tan esperado, tan deseado.

Un majestuoso puente te separa de tu cotidiana vida a tu destino; sólo tú, y frente a ti, tu destino.

Con un fuerte palpitar en tu corazón, comienzas a cruzar el puente, caminas con paso firme pero sereno, no hay prisa por cruzarlo, no hay prisa por llegar, no hay vuelta atrás, es lo que quieres y ya nada ni nadie te hará cambiar tu pensar.

Una mirada atrás, una lágrima que se cae, lágrima de alegría y de tristeza a la vez, pues sabes que dejas mucho atrás, pero tu corazón te dice que sigas, y ves que aquello que parecía pequeño en la lejanía se abre para Tí, es tu destino, es tu voluntad y decisión convertida en obediencia a la llamada del Altísimo.

El lugar es sobrio, austero, pero lleno de paz; un banco de piedra te invita a sentarte por unos momentos y pensar; una fuente de aguas cristalinas, silenciosa, te invita a beber de ella; unos cipreses te invitan a que mires, como ellos, al cielo; una cadena cuelga de la pared del muro, junto a una pequeña puerta de madera de ciprés.

Te paras, miras a tu entorno, gravas en tu retina lo que ves, lo que miras; coges aire y tomando la cadena con la mano tiras de ella fuerte pero a la vez suavemente mientras sueltas un suspiro lleno de emoción y de alegría hasta que escuchas sonar una campanilla al otro lado del muro. 

En pocos minutos se escuchan los pasos lentos pero seguros de alguien que se acerca a la puerta, es el Hermano Portero, uno de los Monjes encargado de recibirte. 

Se abre esa puerta de madera de ciprés, te saluda el Monje de larga barba blanca y cabeza rapada; con una sonrisa llena de ternura te invita a entrar, y tú, con una rápida mirada a tu entorno y recordando lo vivido, dices dentro de ti: ¡Adiós al mundo! y cruzando la puerta, cierras esa etapa de tu vida que jamás volverás a vivir. 

¡Estás dentro, es lo que querías, tu sueño, tu vocación a la vida contemplativa se hace realidad, comienzas tu nueva VIDA, el Altísimo te ayuda, lo sabes, lo aceptas!

En recuerdo al Monje Cartujo, "Dom B. R." que me relató el primer día de su "historia" en la Cartuja de Porta-Coeli (Valencia), en Abril de 1977.


AUTOR: Javier María Martí Martínez

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