martes, 21 de octubre de 2014

Otros desiertos



El embargo que le produjo verse ante aquel extenso espacio vacío y yermo, no recordaba haberlo sentido jamás. Ante el inicio de un desapacible escenario donde había sido abandonado, a pesar de ser a voluntad, inerme y huérfano, abrigando su escuálido cuerpo, por primera vez, el miedo más aterrador del ser humano: la soledad.

Compartiendo los extraordinarios acontecimientos que lo habían llevado hasta el borde de aquel páramo, ahora el miedo absorbía por completo ese momento, y una triste reflexión se apoderó de él: -¿qué abominables tropiezos habré cometido para terminar ante esta estéril escena que se abre ante mí?-

Como único objeto, bajo una luz irradiante y plomiza, un báculo, un bastón donde apoyar sus desvanecimientos presentes y futuros, el único ente además de su propio cuerpo que emitirá sombra en aquella planicie recóndita a partir de ese instante. Y le pareció, de improviso, titánica.

Cuatro puntos cardinales, y tan sólo uno para elegir. Hacia delante, ¡hacia el norte!, en busca de lo tan deseado desde su más tierna infancia y que ahora paralizaba sus pies y secaba su garganta. Con su inmutable mirada, dirigió su vista hasta el horizonte de la blanquecina explanada, confirmando que de adentrarse en ella ya no cabría la posibilidad de volverse atrás, nunca, hasta llegar al final de su travesía. Sabía que aún no viendo nada ante él que le pudiera retener por más tiempo, se encontraría con numerosas situaciones que dificultarán su avance y que su mente sería su mejor arma para aplacar cuantos demonios quisieran desviarlo de su camino.

Tan sólo como ocurren en lugares solitarios como éste, comenzó a escuchar su voz interior. La única que lo alentará en sus primeros pasos, levantará cuando desfallezca y que le recibirá cuando acabe éste enigmático viaje. Esa misma voz que no le dejará cerrar sus ojos, sólo dormitar a ratos, con el sublime y fiel propósito de no dejarle abandonar su objetivo deseado.

El sudor de su frente y el nerviosismo de sus manos, al empuñar con fuerza el cálido apoyo de la única herramienta con la contará en su futuro presente, le recuerdan nuevamente que está aquí por propia voluntad.  Y la hora ha llegado.

Con un simple paso, que esculpe con firmeza en el áspero territorio en el que ababa de adentrarse, en ese otro desierto, comienza a escribir lo que ya será su leyenda: “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme….”


Sergio Suárez Hernández




2 comentarios:

  1. Esa voz interior que empuja hacia el norte, es cierto, y lo sostengo: la mente es un arma poderosa, de doble filo sí, pero si se aprende a dominarla, puede aplacar a ese tipo de demonios.
    Saludos.

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    1. Muchas gracias Alejandra. Me imagino al hombre ante esa inmensa hoja de papel, como en un desierto, que no enseña sus peligros hasta que te internas en él y no hay más remedio que seguir.

      Gracias por compartirlo. Un enorme abrazo.

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