viernes, 31 de octubre de 2014

Día de muertos


Una tarde de entierro, en un pueblo de la Provincia de Sevilla, estaba la familia del difunto junto al féretro recibiendo el pésame de la gente del pueblo.



Primero pasaron los "hombres" y luego las "mujeres"... (tradiciones de pueblos)...


Casi al terminar ya de pasar las mujeres, sale de un callejón a toda prisa una mujer y en vez de acercarse a los familiares del difunto, cosa normal si así hubiera sido, se dirige hacia donde yo estoy. 

Viene casi corriendo y exclamando... ¡pobre mío, con lo que yo le quería!, ¡qué buena persona que era!..

Y sin más, delante de todo el mundo, me da un abrazo de esos que rompe la espalda y me besa en las dos mejillas con un beso de esos que suena y "marca" el beso; y no digamos el fuerte olor a perfume que llevaba puesto!!!...

Yo, todo serio y sin moverme del sitio le digo a la buena Señora...

- Señora, con todos mis respetos, se ha confundido Ud. de familiar...

La Señora me suelta, se separa unos pasos y mirando el entorno me dice...

- No es Ud. de la familia...

- No Señora, para nada, se ha confundido...

- ¿Y eso por qué?, me pregunta la Señora...

- Porque yo soy el Chofer de la Funeraria y la familia está enfrente de Ud.

Me dejó el cuello con dos labios pintados y oliendo a perfume de mujer...

Mi compañero me dice riéndose... 

- Tú sabrás que decirle, que le explicas a tu mujer... que vienes de un entierro con ese olor a perfume!!!


Autor: Javier María Martí Martínez

jueves, 30 de octubre de 2014

El regreso del astronauta


Parece el mismo pero no lo es. No, el que se marchó hace veinte años. Aquel chico de veintisiete años que era el portador de ilusiones inagotables, persistente defensor de los sueños. El que parecía haber salido de un cuento infantil cualquiera, donde es habitual que los protagonistas sean, cuanto menos, promiscuos entre quimeras y una profunda búsqueda de posibilidades inoportunas a lo establecido.

Parece el mismo, pero es otro. Su rostro ha cambiado, como su mirada, lánguida y perdida a través del cristal que nos separa. Perenne atributo a quien tenía puestas demasiadas esperanzas en que el ser humano es superior, de ello, su supremacía en el planeta tierra. Una superioridad que ahora ha quedado en entredicho.

Lleva casi dos meses encerrado. Ya lo sabía cuando se marchó, cuando le expusieron todos los inconvenientes de ese largo viaje del que ha regresado sin regresar. De ese agotador periplo por otros mundos, sabiendo que al volver se tendría que enfrentar a éste duro examen que, creo, le esta minando. Pero que era factor, sine qua non, el que, como los buzos necesitan un periodo de descompresión al terminar una larga inmersión, él estaba obligado a participar en su propia descompresión emocional.

Veinte años fuera de la tierra, visitando y descubriendo mundos nuevos, donde me hizo entender, a través de la ranura que nos sirve de único punto de contacto, con sus hermosos dibujos, que llegaba empapado de nuevas maneras de hacer vida, de encarar el hábitat, de comunicarse. Ahora debía adaptarse otra vez a su viejo planeta. A entenderse con su prójimo conversando, recordando, explicando, concibiendo, por qué hay mundos donde no hace falta hablar, donde hay cielos de color esmeralda:
donde había visto a los árboles hacer el amor, donde un pez podía transitar su vida entre líquidas superficies desconocidas para terminar comiendo de esos mismos árboles tan cariñosos.

Y por eso, aunque parece el mismo, no es así. Tengo la sensación de que quiere leer mi mente cuando se abstrae absorto mirándome durante esos eternos minutos. Haciendo pausas interminables, donde creo que intenta hurgar en mi cerebro para saber si lo que le pregunto, verdaderamente, es necesario para mí saberlo. Donde veo físicamente al hombre que compartió mi vida hasta su marcha, pero no encuentro a la persona que participó en que nuestras vidas fueran casi perfectas.

Parece el mismo, pero no es ni su sombra. Dentro de dos días volverá a casa, me lo devolverán después de dos décadas de misión. Espero poder hacer que también aterrice su mente. Volver a la tierra para encontrarse el estéril lugar que hemos creado desde su partida, tiene que ser duro de asimilar. Ver, a través de las ventanillas de su módulo de aterrizaje, que sólo quedan capsulas intermitentes de áreas pobladas, esferas dispersas donde nos tenemos que proteger de ese aire envenenado que nos rodea, debe ser un duro golpe para quien fue en busca de la divergencia.

Aún recuerdo el primer día de su regreso, cuando volvieron a encontrase nuestros ojos de nuevo, nada dijo, sólo observó mi rostro, mi expresión de alegría desbordada, para asentir lagrimeando. Donde pude discernir que el personaje protagonista de aquellos cuentos de ficción ya no estaba, que sólo me iban a devolver una carcasa de navegante espacial sin el hombre que dejó éste planeta lleno de vida. Y ahora, soy yo quien tiene que hacer aterrizar al astronauta.



Sergio Suárez Hernández

miércoles, 29 de octubre de 2014

Día de partido



Sentado en la parada del Autobús, pienso en lo que me espera éste día, y tengo miedo.


Hoy debo presentar el proyecto que determinará mi continuidad, o no, en la empresa. Los datos, tan ordenados en el Dossier que llevo en mi reluciente carpeta personalizada y de color vino, ahora comienzan la tercera melé en mi cabeza, y sólo son las ocho de la mañana. Batallando entre las estadísticas, informes técnicos y estimaciones de posibles futuras ganancias, los que parecen contrincantes rabiosos en el último partido de temporada, aunque pertenezcan al mismo equipo, comienzan a enervar al público, que en este caso soy yo. No lo puedo evitar, nunca he podido controlar mis nervios. Quizás mi carácter convergiera mejor con los operarios que veo en la acera de enfrente, riendo y bromeando ya de buena mañana.


Parecen tan relajados, que se diría que quisieran restregarme su buen rollo en toda la cara. Y tras los cuatro silbidos que intentan llamar la atención de la chica que se sienta a mi lado, pienso en cuánto cobrarán para estar tan contentos y motivados, para soltar esas enormes carcajadas producidas por la indiferencia ofrecida por mi nueva compañera de banco.


La verdad es que, por lo menos, tienen buen gusto. Con ella ha llegado un suave olor a perfume, que ha tenido la virtud de parar por unos segundos el partido de rugby que se está produciendo en mi cabeza. No reconozco el aroma, pero añade un toque alegre a su enigmático rostro. Los de enfrente siguen intentándolo, pero ella hace oídos sordos, y dedica un segundo para mirarme y levantar las cejas en un gesto de hastío. “Demasiados intensivos” recurro a mis dotes de Jefe de Proyecto para estimar que con un poco menos de intensidad podrían conseguir mejores resultados. Pero quién se lo dice, seguro que el buen rollo se convertiría en… bueno, me estoy perdiendo… y tengo que seguir concentrado, hoy es el gran día.

Cuánto tarda el Autobús. Esos sí que tienen un trabajo relajado, aunque deben de tener un estricto horario que seguir, en los últimos seis meses he tenido que coger más taxis de los que me puedo permitir. Hoy no me harán perder dinero. Tengo quince minutos de margen, que he repartido entre el trayecto en la línea regular, los saludos con el personal de recepción y el lento ascensor del edificio de mi empresa.

Debe de tener prisa también, porque no ha dejado de mirar su minúsculo reloj desde que se ha sentado. Mmmm… Creo que llamarle minúsculo, le queda demasiado grande. Ahora no sé si tiene prisa o es que no puede ver bien esas microscópicas manecillas. Sigo calculando cosas para mantener mi cabeza ocupada, o será que el partido está en descanso.

Ya veo el autobús acercarse, -Ya era hora- pronuncio, un treinta por ciento más alto de lo que hubiera querido. Lo achaco a la euforia tras ver aparecer mi anhelado transporte.

-Las 9 y quince- dice mi vecina de banco, tras volver a mirar el maldito reloj.

- Perdón- le digo, sin comprender qué me quería decir.

-Que son las 9 y quince-

De repente, todos los jugadores volvieron a saltar al campo, maldiciendo, gritando y señalándome que mirase la pantalla del marcador, donde se reseñaba “CAMBIO DE HORA, a las 2 serán las 3”

Las caras de los operarios y de la enigmática chica, del casi invisible reloj, expresaron la misma contrariedad cuando me vieron saltar a la carretera, gritando una vez más ¡TAXIIII, TAXIIII”!


Sergio Suárez Hernández

martes, 28 de octubre de 2014

La suerte de levitar


Hace cuatro días, creo, sí cuatro, parecen haber pasado veinte años, ya solo me quedan las piernas, no se si llegarán a mañana. Te debes de estar preguntando qué es lo que me pasa, ¿estoy loco, he extraviado mi cordura o lanzado la he por el water?, ¿le habré puesto demasiada hierba al canuto, mi última borrachera habrá sido de birra picada? Nada más lejos de la  realidad, pienso, luego, debería de existir, pero no estoy en estos momentos en disposición de jurarlo. No, no creas que esto último es un juego de palabras, un juego fácil de palabras de los que utilizo habitualmente para encandilarte.

En estos cuatro últimos días de mi vida, pero ¿acaso no serán los primeros del resto de my life? No se si esta es la verdadera o la segunda, y si es la segunda ¿habrá una tercera, una cuarta, una quinta y así sucesivamente?, ¿no habré  empezado la rueda de las reencarnaciones en vida?, reencarnaciones espirituales por tanto; si son espirituales, si lo son, ¿cómo llamarlas? ¿reespiritualizaciones?, un poco largo, ¿no?, no quiero divagar. Lo que ha hecho sentarme y escribir estas líneas con gran dificultad es la necesidad de contarte, de relatarte el proceso degenerativo que me empezó a atacar el lunes por la mañana, hoy hace cuatro días, no sé si lo he mencionado ya, ya sé, ya sé, me repito mucho. Lo mejor será empezar por el principio.

El lunes, a eso de las ocho, sonó el despertador. Tú sabes, por que fuiste tú quien me lo regaló, lo escandaloso y alienante que se pone la fastidiosa y diabólica máquina, empecé a oír los disparos, las bombas, la guerra de las galaxias y, fuera de todo pronóstico, le metí tal guantazo al aparato que fue a estamparse contra el póster de Cindy colgado en la puerta de mi armario. Ya podrás suponer cuán asombrado estaba al comprobar mi recién estrenada violencia digital, jamás de los jamanases había despertado de tal guisa y con semejante brío. Pero eso no es lo más extraño que sucedió la primera mañana de mi postrer suplicio. ¡Se me cayeron tres dedos de la mano derecha! Así como lo lees, tres, de la mano derecha. No me di cuenta hasta que fui a sacarme un burgajo. Lo más sorprendente fue que no sentía dolor alguno en absoluto, ese mensaje que mandan los nervios al cerebro para que uno se dé cuenta de que algo marcha mal, algo falla, y uno debe intentar arreglarlo para que cese el impulso eléctrico. Esta vez no hubo impulso eléctrico, ni respuesta cerebral, ¡ni sangre! Un corte limpio, seco, cauterizado, en dos palabras ¡im  presionante! Me olvidé del asunto y me dispuse a desayunar y salir pitando, tenía una cita con Bea y no era plan de desperdiciar la ocasión de estrechar lazos por una simple desmembración. Mientras los desprendimiento no afectasen al órgano expresamente diseñado para el cambio de aceite estaba dispuesto a presentarme, aun sin orejas, no pretendía escucharla solo deseaba sorberla.

Me asomé a la ventana, era una mañana creada para admirar la naturaleza, el amanecer debió de haber sido un espectáculo, pensé. El aire era fresco, oloroso, transportaba las esencias y carnes de las millones de flores, arbustos, matos, hierbajos, hongos, setas, caracoles y demás seres animados e inanimados que habían aprovechado el último diluvio para salir, reaparecer tras el largo letargo al que se habían visto obligados por la sequía. Nunca me había fijado en el paisaje, ni en fotos, ni en excursiones, pensaba que era algo inmutable, solo ocupaba mi tiempo en cosas perecederas, dinero, mujeres, con poco éxito desde luego. Ahora me sentía como una especie de ente, entre animal y vegetal, parte del paisaje, respiraba y me inundaba un placer desconocido.

Al salir de casa me sucedieron hechos sorprendentes que enloquecerían al más pintado. Desistí de esperar el ascensor porque en el lapso de tiempo en que me duchaba, afeitaba y acicalaba me había quedado en muñones. Era incapaz de apretar el duro botón de llamada del elevador con mi minúscula nariz, así que decidí bajar los siete pisos andando. Llegué al portal y esperé a que alguien me abriera la puerta y poder salir a la calle. Oí la llegada del ascensor, apareció quien tantas veces te he comentado que sería mi perfecta mitad tantral, Andrea. ¡Que espécimen reproductor de primera clase!, sus curvas guitarrescas y sus senos de mazapán, esas piernas tan largas, tan fuertes y avellanadas, sus labios de chupa-chup Kojak y su lengua de chicle de bola de a veinte, sus ojos, abismos que aspiran el alma, su pelo argénteo y caníbal y ese “buenos días” que desarma. Me extrañé, ella nunca me saludaba, es más, desde que intenté revolcarme con ella en un parterre del Parque en los últimos carnavales, siempre que nos cruzábamos me llamaba asqueroso hijo de puta. Parecía no reconocerme. Me extrañó el placer que sentía al contemplarla, no tenía nada que ver con la pulsión apremiante y asfixiante de otras ocasiones. Me detuve, admirándola en su ritmo, en su música, en el compás de sus nalgas, omoplatos y gemelos.

Por todo el camino que discurre hasta la parada de la guagua me fui encontrando vecinos, amigos, excompañeros de clase, excompañeras de “juegos” y varias especies más de fauna autóctona. Todos mis esfuerzos de comunicarme con ellos eran baldíos, ni buenos días, ni ¿qué hora tienes?, ni ¿ha pasado la trece?, nothing at all, nanais de la chinais. Nadie parecía conocerme, o reconocerme, en vano intenté conversar con alguno de aquellos extraños. Desistí al ver mis labios en el suelo, fui a sacar la lengua a un niño perretoso que destrozaba a patadas los zapatos de su primera comunión y mi chicle de bola voló, decidí entonces no hacer ningún movimiento brusco para ver si era capaz de conservar algo de carne para una sopita. Llegó la guagua, me subí, pase de largo, el conductor no me paró, no pagué, él no protestó, ¿le daría pena?, ya no tenía brazos, labios, lengua. Una anciana decimonónica me cedió el asiento. Al hacer recuento de las partes que me faltaban me invadió una depresión sin límites, ya solo me quedaba un miembro con el que satisfacer el hambre de Bea, ¿podría cumplir?, jamás lo había hecho, no tenía que ser hoy un día especial, pero, no, me, im, portaba. Disfruté del trayecto en guagua como un niño al que por primera vez dejan dormir en casa de un amigo. Todo lo que veía por la ventana lo conocía y reconocía, pero era nuevo a mis ojos nuevos. Pensé que se me habrían desprendido y que solo me quedaban las cuencas, imaginé que era la razón de mi extraña y pura visión, miraba las cosas con el alma, me recorría un alivio infinito, sentía con todos los poros, mis poros no sudaban por el agradable calor del mediodía, mis poros, lo creas o no, se curvaban sobre sí, ¡sonreían! No tenía manera de comprobar la pérdida de mis boliches miradores, no podía llevarme las manos que no tenía a los ojos, pero, no, me, im, portaba.

De repente me vino una idea a la cabeza, ¿qué pasaría si con mi aspecto me pusiera a mendigar en la Avenida de las Canteras? Me forraría sin duda alguna, así fue. Cogí un cartón que encontré al lado de un contenedor y con gran esfuerzo logré escribir con el pie una hermosa leyenda que rezaba así: “Por Dios y la Virgen Santísima, tengo diez churumbeles, dos exesposas, tres casas que mantener, todos mis hijos están en el Claret  o estudiando ingeniería industrial superior sin beca, no me basta con el empleo nocturno de vigilante de motos, ni tampoco con el de profesor de sevillanas en la asociación de vecinos del barrio, tengo muchas letras que pagar, TODAS MAYÚSCULAS, muchas gracias.” Me pasé tres horas sentado en el Paseo, con mi cartoncito delante. Todo el que pasaba desembolsaba doscientas o trescientas pesetas, alguno me llegó a dar un billete con la carita del Rey. En sus caras adivinaba desolación, envidia, tristeza, adivinaba su auto fobia (miedo a uno mismo por dentro, reverso del alma, del Uno), no me cubrieron de billetes por ayudarme a mí sino por salvarse ellos, ellos necesitaban más que yo ese acto de desprendimiento, necesitaban redimirse de alguna forma, ellos no tenían la suerte de redimirse como yo, no podían desembarazarse del fardo de la deshumanización como lo estaba haciendo yo, pagando con mi carne. A ojo conté que habría unas ochenta o noventa mil pesetas, me levanté como pude y se las di a un pobre manco y tuerto que no tenía en su cartón, con mejor ortografía y redacción que el mío, ni para un tetra de Don Simón, ahora tendría para bañarse en Faustino XV Grandísima  Reserva.

Seguí caminando y explorándome en busca de más signos físicos de mi recién estrenada metamorfosis, los psíquicos eran evidentes. Caminaba, o eso pensaba, se me mezclaba todo, las cosas, los nombres, los lugares, los afectos. Ya no solo se me caía la carne a cachitos, se me iban cayendo los recuerdos, mi madre, mi perro, ¿o era gato? Me estaba desintegrando, desidentificando. Lo curioso era lo bien que me sentía, era indescriptible el placer que me estaba invadiendo a medida que desaparecía, todo me atravesaba, ya no tenía que evitar los obstáculos. El aire que llenaba mis pulmones no seguía los conductos habituales, todo yo era poroso al viento, por mí pasaba y sentía como lo hacía, cada ráfaga se llevaba un trozo de mi, unos pelos, los pezones, mi instrumental especialmente diseñado para el cambio de aceite. Una de esas pequeñas, dulces, candorosas y oleosas brisas se llevó mi nombre, mi carta se había quedado sin remitente. Mi nombre se fue sin ruido, tranquilo, extrañamente feliz lo vi en el horizonte cogido de la mano de otro nombre, sin duda alguna el nombre de la destinataria de esta carta, tu nombre. Ya no recuerdo a quien escribo, meto de una patada el sobre sin dirección en un buzón y sigo andando.


Autor: Juanje Frayfregona


lunes, 27 de octubre de 2014

Sueños de papel


Cinco metros y medio de eslora y dos de manga a la búsqueda del sueño de papel. Detrás las luces de su pueblo se disuelven. No, no es niebla, son lágrimas que cristaliza la costa Ifneña.

Rachid es un hombre, soy un hombre. Agacha la cabeza y reza:

Bismilah irraham irahim
al hamdolilah irabbi al alamin
arrahman irrahim

Recuerda los tres besos de su madre, el último en la frente, el de la bendición. Un poco antes repara una tagine de pescado frito y ensalada de pimientos rojos y verdes asados con limón y comino. A Rachid le gusta aderezarla con salsa blanca de Tahína, al sabor del sésamo parece que el cielo invada su boca. Naíma envuelve algunas tortas de msemen con miel y lo guarda en la mochila de su hermano, los españoles lo llaman dulces de pañuelos por la manera que tienen de doblarse sobre si mismos en cuatro pliegues simétricos.

—Adiós madre

—Dios te bendiga, hijo

Baba mira en silencio los preparativos de su hijo, es de los que aguantan pasivo porque tiene una familia agarrada a su espalda. Espera a que abran la prometida factoría de salazones, o que del cielo llueva maná, o que crezcan nomeolvides en las dunas. Mira impasible como se aleja la pesca del pueblo, tanto sudor desperdiciado. El beneficio para el que ordena y manda, agacha el gesto y calla. 

—Padre, soy joven y fuerte y me muero de impaciencia. No soy un perro, soy un hijo de la tribu de los Ait Baamarán, por mis venas corre un guerrero. —El hijo levanta la cabeza con orgullo, mientras el padre reza su rosario de ámbar.

—Tengo una lancha preparada, sólo hay que esperar a que el agua esté como una alfombra. — le dice su primo Muley en el puesto donde trabaja en el mercadillo, bajo el azul de una manguera que pende sobre sus cabezas. El candil de petróleo tiñe de ambarino tono los racimos de dátiles expuestos e incendia de amarillo los higos secos, acentúa el azafrán colocado en pirámide y el bermellón de las especias y de las aceitunas moradas.

—Nos tenemos que ir Rachid — le reclama con urgencia urgente entre los rollos de papel higiénico, latas de conservas, escobillones, bolsas de pañales, se recargan móviles, que ya no es tan típico el mercadillo. Cuando vienen los turistas esconden el plástico, en su lugar cestas de mimbres, alfombrillas, canastos de esparto. El nylon no mueve el dírham.

Hablan junto al oscuro mostrador de la carnicería, fuera del oído de su padre, tras  la rotunda espalda de tela verde de una mujer marcada de glúteos. Gala Ifneña. Sobre ella pende la cabeza ensangrentada de un camello con la mueca amarilla de los dientes y parece que sonríe desollado. Más colgaderas de carnes hisopeada de movibles lunares negros, moscas ahítas de glotonería pegadas al enorme pastelón sanguíneo,  mil veces mil al tamaño de sus bocas. Las moscas no pasan hambre en Sidi Ifni. El carnicero es un muchacho con calva y camiseta de letras que pregona “Green Peace” y no pega nada el ecologismo con el muestrario de cadáveres a tanto el kilo.


El abigarrado mercadillo bulle en la noche del sagrado Ramadán. Todo hierve al ritmo de la fiesta, al compás de la música, al olor de jarera y cordero y cuscús y en nos tenemos que ir Rachid, te hago el regalo de ofrecerte un sitio amigo mío, sabes que nos sobran los candidatos. Muley está inquieto.

 — ¿Cuántos somos…y quiénes? —pregunta Rachid.

—Hibrahín, los dos hermanos Abdalá y nosotros.

Sellan con un abrazo apretado el compromiso para la primera noche de mar en calma y tiempo propicio. Sus ojos brillan Brillan más que el carbón del anafre donde se asa la carne. 

Por la calle de Ibno Sina, la de Ibno Abed Lah y la de Al masira...se va su espalda. Detrás deja a su familia, su casa.

—Adiós hijo.

Resuena una sura en la noche sin luna, cantinela apagada que acompaña el sonido del motor de gasoil. Golpea el agua la proa con monótono ritmo, mientras Rachid reza:

—Guíanos por el sendero recto, el sendero de quienes agraciaste, no el de los execrados, ni de los extraviados.

Ibrahim vomita, Rachid pasa un brazo por el hombro de su amigo y aguanta las arcadas, mientras amanece o parece que amanece.

Allah es grande y Mahoma su profeta
.


Autora: Isabel RC

sábado, 25 de octubre de 2014

El espejo


Estoy delante del espejo. Es pronto para reflexiones, pues acabo de despertarme, pero lo que hoy veo en él no me gusta. Ya no me gusta el reflejo que emite.


Es un espejo muy especial. Lo compramos, hace años, cuando vivía Mónica. Fue un capricho de esos que no te puedes permitir según en qué ocasiones. Estaba expuesto en una casa de antigüedades de Marsella. Una tienda pequeña, algo lúgubre, donde podías encontrar casi cualquier cosa entre las miradas de los dos viejos que la explotaban. La insistencia de ambos en entrar nos ayudó a verlo con más detenimiento.

Sus bordes forjados juguetean con los grabados interiores formando, lo que nosotros llamábamos un “trance amatorio”. El doble marco conferido entre el cristal y el hierro fundido, típico de los muebles de cierta época, centraban nuestras miradas en lo esencial, nuestro reflejo en él. Tenía el ancho perfecto para vernos ambos, para admirarnos en plena juventud. El reflejo de Mónica era espectacular con aquel vestido azul, ceñido a su joven cuerpo, con unas diminutas flores blancas revoloteando desde la mitad superior izquierda hasta completarse en la falda. Estuvimos un buen rato observándonos en él, girándonos y riendo de lo enorme que se nos veía en aquella espectacular foto con el puerto Marselles detrás. Eso fue lo que nos decidió a pagar la enorme cifra que costaba, el reflejo de dos enamorados en su segunda Luna de Miel.

Todavía recuerdo colgar aquel vestido encima de él tras su muerte. Y de cómo esquivaba la mirada al pasar a su lado entristeciéndose mi alma al no poder ver más su bello reflejo.

Ya no lo uso. Ahora utilizo un diminuto espejo sólo para afeitarme. Incluso he estado a punto de girarlo hacia la pared donde ha estado desde que lo trajimos a casa. Cuando al cruzarnos en el pasillo parábamos a buscar aquel momento mágico de aquellas inolvidables vacaciones.

Aquello que tanto nos reconfortó, recuerdo viviente de la mejor época de nuestra vida, ahora me produce tristeza. Tristeza y rabia, al comprobar que el paso del tiempo no ha hecho mella en él, pero si en mi. En el reflejo que emite de mi.. sin Mónica.


Sergio Suárez Hernández

viernes, 24 de octubre de 2014

Lucía de día, Lucía de noche



LUCÍA DE DÍA

Lucia era una mujer muy devota. Hasta tal punto era su fe en Cristo, que sus vecinos la llamaban “La Blanca Paloma”. Dadivosa con los pobres y con los necesitados, a los que nunca juzgó por sus creencias ni por su parlanchina soez. Costurera de oficio, vestía a los ricos. A los que miró de igual, sin juzgar su vanidad. Sin considerar mal a los reos que caminaron al cadalso, su enorme corazón nunca durmió con falsedad. Esforzada defensora de causas injustas, que por tutelar sarracenos, desafió al patrón.

Entusiasta de la caminata diaria, que ejercía en el paseo marítimo, sus largos paseos culminaban con un rezo arrodillado ante la figura de la virgen marinera que, en su día, llegara como barco de derivado proceder. A ella le pedía siempre comprensión de mente, salvación de espíritu, humildad y sencillez. Esa era su vida tras veintitrés años de luchadora existencia y cumplidor percibir.

La mañana del 14 de febrero de su décimo sexto aniversario, lo vio llegar con varios tomos bajo el brazo, de recio negro, un pelín desfasado y con brillante mirada que conmovió su estrechez. Desde ese momento, su aletargada coexistencia interior, abrió la puerta de olvidada la llave. A partir de entonces, sus paseos vespertinos, tuvieron doble sentido: el rezo diario y verlo de nuevo tal vez.

Llevando sus votos hasta límites insospechados, se sinceró con el párroco que no entendió el por qué de su inmadurez. La edad era justa y era buena mujer. Expresando su agrado a salir del letargo, que con buenos ojos vivió su infancia.


LUCÍA DE NOCHE

Lucia era una ferviente lectora, que hasta sus dieciséis, sólo de religioso leer. Nunca sospechó que al conocer a Rodrigo, las noches urdieran la desazón del opinar. Amante descarnado y de mente profano, en los libros aprendió las artes del querer. Vivía en dos mundos, de entender separados, la noche de pasión y de día la fe.

Despertada al amor y a sus otros encantos, los libros de Rodrigo comenzó a razonar. Hablaban del gozo y de la oscura ciencia, cuestiones que ella comenzaba a asimilar. Ya sus paseos no eran tan largos, con cierta prisa por, en los libros, volver al saber. Incluso al párroco tenía asustado, por cuestionar lo mundano en contra del dogma de féminas ser.

La mañana del 14 de febrero de su vigésimo tercer aniversario, la echaron en falta a la primera misa antes de amanecer. La seductora noche de pasión consumada, empezaba al día quererse desayunar. Escribiendo poemas hasta altas horas, del amor, la pasión y vuelta a la fe. Aún cumpliendo con sus diarios compromisos, las gentes debatían su raro resplandecer. Ya ni el párroco quería escucharla, pues del espiritual camino reconocido, bifurcaba en arroyuelos del nuevo beber.

Por lo que la “Blanca Paloma” llamada Lucia, renombraron sus arropados no entendiendo su nueva vida de placer, que pasaba igual por rezar, ayudar, y coser, a la par de vivir y disfrutar como mujer. Y así Lucia fue recordada desde aquellos días tan puritanos y herméticos, sólo de mostrar fe, que “La Modestita Amante” pintaron en su frontis, ilustrando lo que ellos nunca hubieran podido, ni reconocer.


Lucia de Día, Lucia de Noche: la misma persona, sin doblez, ni reproche.

Sergio Suárez Hernández

jueves, 23 de octubre de 2014

Breves y huidizas


El día era casi tan claro como el de hoy, casi tan apacible y casi tan aburrido. Mientras, el rebaño pastaba placidamente en un frondoso prado, de un verde fulgurante e intenso, bajo su atenta mirada. La mañana había cundido y las ovejas estaban casi saciadas. Las últimas lluvias acaecidas, eran las responsables de esa relajada sensación que le permitía no tener que buscar la comida de los animales más allá del límite de sus tierras.

Agradecido por ello, dormitaba a ratos, estirado cuan largo era, sobre la renovada hierba, apoyando su cabeza sobre el agradable calorcillo de una piedra secada al sol del medio día, cuando creyó escuchar algo traído por la refrescante brisa que removía juguetona el ala de su destartalado sombreo de paja.

Y lo que creyó sentir fue apenas una susurrada intensión de advertencia. Una sola vez, en el simple pero claro recorrido de aquella racha fugaz y solitaria, que desapareció irremediablemente, volviendo a dejar al radiante sol penetrar nuevamente la curtida piel de sus desnudos brazos.

¡Ya llega! Fueron las palabras que en su interior se abrieron paso de forma cognitiva, como habla la sinopsis de las neuronas humanas, directamente y sin la desazón de la intriga, hasta el corazón.

Y entonces, su mente y sus ojos se abrieron azarosamente de par en par al recordar las palabras de su abuela cuando tan sólo levantaba un palmo del suelo y ya comenzaba a ayudar en la granja. – La naturaleza nos habla, Dimitri-

La sensación creada en aquel insipiente cerebro dentro de su cuerpecito de hombre, fue el comienzo de una inagotable avalancha de preguntas: ¿cómo?, ¿por qué? ¿a quién?.

-A todos, Dimitri. Unos pocos la podemos escuchar claramente y los demás tienen que estar atentos a las señales que ella nos muestra a diario. Con su propia voz, los que estamos predestinados a ello, y al resto, a través de signos irrefutables, pero a los cuales deben atender sin distracciones. En el viento, el cual arrastra sus propias palabras. En el reflejo de la luna, formando claras y fugaces instantáneas de aviso en la superficie acuosa de mares y ríos, En las sombras producidas por nuestro sol, impresionando en personas y cosas igualmente breves y huidizas al ojo distraído-

La muestra de la veracidad de las sabias palabras de su abuela, todavía hacían temblar sus callosas manos y ahora, erguido hacía el deslumbrante sol, creyó intuir la figura de un aterrador tanque dirigiéndose a su mundo, formado por el farallón rocoso en la cima de la colina donde pastaran tantos rebaños como distintas generaciones de su familia había habitado esa inagotable tierra, cruzado por el reseco y chamuscado tronco del milenario pino, que en la última tormenta un solitario rayo destruyera.

Y más allá de las altas montañas, unas temibles nubes negras, salpicadas de una alarmante luz roja anaranjada, tan lejos del atardecer, le advirtieron que la ruindad y la incapacidad de entendimiento del ser humano habían dado comienzo a otro nuevo conflicto bélico.


1 de septiembre de 1.939 - Montes Tatras, Polonia

Sergio Suárez Hernández

miércoles, 22 de octubre de 2014

Pusilánimes Gobiernos





Informes: J25431-S0 y O31557-S-4, leyó en la portada del dossier que sujetaba entre sus manos, antes de preguntar:


— ¿Está todo?

— Sí, señor — informó el agente Michel a su superior.

— ¿Es un plagio?

— Ambos lo son, señor.

— Sea concreto Michel, tengo otros veintisiete informes que resolver hoy, ¿Conclusiones?

— Debería leerlo, señor.

— ¿Conclusiones? — volvió a inquirir, observando indagador sus apáticos ojos azul turquesa.

— Creo que ambos basan su origen en la misma fuente, señor.

— ¿Cree?

— Sin tener más información, anterior a estos periodos, me baso en la falta de datos para no hacer confirmaciones rotundas, señor.

— O sea, ¿Qué usted cree que ambos acontecimientos podrían haber bullido en un caldo más antiguo?

— No lo sé, señor, conjeturo por falta de datos.

— Hágame un resumen.

El agente especial Michel Sonora, acomodándose en la penosa silla que quedaba enfrentada a la mesa del jefe supremo de su departamento, en la que no recordaba haber permanecido más de dos minutos en sus anteriores reuniones, carraspeó antes de comenzar.

— Tanto una como otra leyenda, que así las llamaré si me lo permite.

— Al grano, Michel.

— Tienen enormes similitudes y pequeños deslices, estos últimos, no por menores, dejan de mostrar grandes socavones en el argumento general. Bien, la diferencia de años, cuatro mil quinientos para ser exactos, otorgan al segundo y más cercano a nuestra época, mayor grado de implicación en la reproducción de dicha tesis, aún con la falta de pruebas que comentaba antes, ya tan sólo por su posterioridad.

«En el caso del primero, la leyenda del faraón Osiris, reseña, casi punto por punto, el mismo patrón que la leyenda de Jesús de Nazaret y el cristianismo. Incluso fallan en las mismas e importantísimas referencias iniciales en cada historia, “los hijos”. El Dios Faraón de los egipcios: engendró dos parejas que se entrelazaron para poder procrear la futura civilización, no obstante y esa es la contradicción o fallo, recrea un pueblo existente ya al que gobernar. En el caso del Dios de los cristianos: una pareja inicial, que inexplicablemente sólo tiene hijos varones, imposibilitando la consecución de la estirpe. En éste último caso, bebiendo de la jarra primigenia de una religión, apelando a la fe, sus discípulos o seguidores son los que asumen o no, esta incongruencia inicial. Otro significativo paralelismo es: el idéntico suceso de asesinato entre hermanos en ambos casos.


«Si nos situamos en la capacidad intelectual de las gentes de dichas épocas, no es de extrañar asumir creencias más antiguas como propias. Un ejemplo, los griegos tenían a Hércules y los cristianos a Sansón. La misma poderosa figura mítica con la que hacer soñar a sus humildes e incultos pueblos.»

— ¿Recomendaciones? — preguntó, poniendo a su subordinado en un verdadero apuro.

— ¿Señor?

— Sí. ¿Qué recomienda en este caso? Asumir dichos informes como válidos y similares, o?…

— No hacer nada, señor. Nada en absoluto.

— Es imposible, éste tema preocupa mucho a la cámara. Hay facciones enfrentadas, y quieren que el gobierno desmienta unas u otras.

— Han pasado dos mil años ya, desde que comenzara esta fábula para niños de otros tiempos, pero desestimarla por falsa o plagiadora, ¿De qué serviría? ¿Qué iba a cambiar? Toda esta información está al alcance de cualquiera, además desde hace mucho tiempo ya, quien quiera hacerse preguntas, que se las haga, y quien no, que siga viviendo ese sueño.

— ¿Y qué le digo al presidente?

— ¿Mi sincera opinión?

— Sí, antes de pasar al siguiente informe, que por cierto, estoy deseando leer. Tengo mucho interés en saber, qué demonios pasó en Roswell, aquel verano de 1947.

Pasmado y tragándose la rezumante incredulidad, a tenor de lo escuchado, que destilaba el gobierno de su país, intentó calmarse para decirle finalmente.

— Yo le preguntaría primero si es creyente.


Sergio Suárez Hernández

martes, 21 de octubre de 2014

Otros desiertos



El embargo que le produjo verse ante aquel extenso espacio vacío y yermo, no recordaba haberlo sentido jamás. Ante el inicio de un desapacible escenario donde había sido abandonado, a pesar de ser a voluntad, inerme y huérfano, abrigando su escuálido cuerpo, por primera vez, el miedo más aterrador del ser humano: la soledad.

Compartiendo los extraordinarios acontecimientos que lo habían llevado hasta el borde de aquel páramo, ahora el miedo absorbía por completo ese momento, y una triste reflexión se apoderó de él: -¿qué abominables tropiezos habré cometido para terminar ante esta estéril escena que se abre ante mí?-

Como único objeto, bajo una luz irradiante y plomiza, un báculo, un bastón donde apoyar sus desvanecimientos presentes y futuros, el único ente además de su propio cuerpo que emitirá sombra en aquella planicie recóndita a partir de ese instante. Y le pareció, de improviso, titánica.

Cuatro puntos cardinales, y tan sólo uno para elegir. Hacia delante, ¡hacia el norte!, en busca de lo tan deseado desde su más tierna infancia y que ahora paralizaba sus pies y secaba su garganta. Con su inmutable mirada, dirigió su vista hasta el horizonte de la blanquecina explanada, confirmando que de adentrarse en ella ya no cabría la posibilidad de volverse atrás, nunca, hasta llegar al final de su travesía. Sabía que aún no viendo nada ante él que le pudiera retener por más tiempo, se encontraría con numerosas situaciones que dificultarán su avance y que su mente sería su mejor arma para aplacar cuantos demonios quisieran desviarlo de su camino.

Tan sólo como ocurren en lugares solitarios como éste, comenzó a escuchar su voz interior. La única que lo alentará en sus primeros pasos, levantará cuando desfallezca y que le recibirá cuando acabe éste enigmático viaje. Esa misma voz que no le dejará cerrar sus ojos, sólo dormitar a ratos, con el sublime y fiel propósito de no dejarle abandonar su objetivo deseado.

El sudor de su frente y el nerviosismo de sus manos, al empuñar con fuerza el cálido apoyo de la única herramienta con la contará en su futuro presente, le recuerdan nuevamente que está aquí por propia voluntad.  Y la hora ha llegado.

Con un simple paso, que esculpe con firmeza en el áspero territorio en el que ababa de adentrarse, en ese otro desierto, comienza a escribir lo que ya será su leyenda: “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme….”


Sergio Suárez Hernández




lunes, 20 de octubre de 2014

Como lágrimas olvidadas al sol



“Su pesado caminar evidenciaba su inexistente ánimo, y las visibles llaves en su mano derecha, que su suerte estaba echada”.



Este triste y pesado viaje había comenzado una fría mañana del mes de abril de 2010, cuando un reconocido y premiado periodista, apodado “La Daga”, en la tranquila placidez de su despacho, escribió otro sencillo artículo más.


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"No todo lo que se construye, inventa o fabrica en nuestro mundo tiene el uso debido para el que fueron creados, llámese cuchara, silla o puente. Obligados a recordar cuantos túneles o vías de escape se habrán escavado con una simple cucharilla de café.

El ingeniero que diseñó, con el admirable propósito de comunicar dos orillas distantes, el llamado Puente de los Sueños, ahora deberá estar arrepintiéndose de pisar lo que con tanto esfuerzo trazó sobre unas sencillas hojas de papel, intentando olvidar el sobrenombre con el que ya será recordado el resto de su vida, “EL VERDUGO”

No es lo común, ya que las inevitables necesidades de la masa obligan a continuar hacia adelante, abstrayéndose incluso de su propio pasado. Pero nadie se paró a pensar por qué llamaban al río que discurría bajo el futuro proyecto, el Río del Olvido. Donde su mansa pero constante corriente de grisáceas aguas, promulgó desde tiempos remotos el inefable uso que los pioneros habían hecho de ellas.

Ahora, además, albergaban un trampolín, un patíbulo, facilitando esa macabra labor. Un cadalso aprovechado por una inmensidad de almas atormentadas, para poner fin a la condena en la que viven.

Triste y dramática evidencia de dichos punto y final de una existencia, son la innumerable cantidad de llaves que han dejado como recordatorio de sus últimos sollozos al aire que nadie se para nunca a escuchar, ni evitar. Como lágrimas abandonadas, se apilan en las vallas protectoras de sus márgenes. Recuerdos del que se despide sin querer arrastrar nada de lo que provoca su continuo abatimiento.

La distancia desde la cota de agua hasta la moderna autovía que discurre impasible a lo largo de todo su recorrido, es un añadido para su elección como lugar de evasiva de este mundo. Sus más de ciento setenta metros de caída libre, la convierten en la más eficaz rampa hacia la muerte y el olvido, donde les recibe la triste cadena de arrastre de su oscura e incansable corriente. Alejándolos de la vista, sumiéndolos en una indiferencia y olvido inmediato.

Ahora me pregunto si dicha distancia dará tiempo suficiente para que alguien se pueda arrepentir, redoblando su sufrimiento. Su viaje hasta los infiernos, desoyendo las normas que imponen rechazo a los suicidas ante las puertas del cielo"

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Incluso, pudiendo al final estimar que en su artículo, cosa que casi nadie hace nunca, sus palabras provocaran lo mismo que reprochaba con ellas: la definitiva decisión de cientos de almas angustiadas, en busca del lugar idóneo para lograr la esperada muerte, no lo hizo, Y dicho artículo fue publicado un ocho de abril de 2010, en primera página.

..... Y cientos de ellos se siguen publicando todos los días, inclusive, haciendo caso omiso a sus propias reflexiones.


"Delante de él, cientos de brillantes llaves, como lágrimas olvidadas al sol, colgadas en la barandilla del llamado Puente de los Sueños, no le arredraron de su inminente y decisiva acción de quitarse la vida.

Subido a ella, mientras a sus espaldas centenares de coches llevaban y traían tantas historias diferentes como llaves abandonadas dejaba a sus pies, miró al río y cerró los ojos….."


Sobre el río del olvido
Cruza el puente de los sueños
Arriba, pequeñas esperanzas
Abajo, tristeza sin consuelo


Sergio Suárez Hernández

viernes, 17 de octubre de 2014

BASES DE PARTICIPACIÓN EN EL BLOG



1º.- Libre participación de entrada y categoría.

2º.- Según la extensión del texto a subir y/o la disposición de entradas pendientes, se publicarán 1 ó 2 por día. Siempre que haya material archivado.

3º.- Los relatos se enviarán en formato Word, tipografía Arial / tamaño 12.

4º.- Las imágenes también deberán ser enviadas por los autores, siendo relativas al tema expresado.

5º.- Los comentarios sobre cada escrito, serán enviados por e-mail a sus autores, con la prontitud que la gestión requiera en cada momento. Siendo preferente la labor profesional particular del gestor.


Enviar los escritos a lavozdelescritor@gmail.com, donde serán revisados y coordinados antes de su subida en el Blog.

Para cualquier consulta: lavozdelescritor@gmail.com

-Una única y simple condición requerida, los relatos tendrán que llegar desde los e-mails de los autores con su nombre en el pie, dando autenticidad a los mismos. Lo demás depende sólo de vuestra creatividad e imaginación.

miércoles, 15 de octubre de 2014

"PRESENTACIÓN"


Este proyecto se inicia para ofrecer un espacio donde cualquier persona, con inquietudes literarias, pueda presentar sus trabajos. Esos que están guardados bajo llave, los que sólo esperan una oportunidad de ser mostrados.

Con la única intención de leer relatos (cualquier categoría), microrrelatos, reflexiones o poesías, que no han visto la luz, olvidados en un cajón, o no han dispuesto de un lugar para ello.

Y con la fundamental intención de poder verlos publicados y leídos, abro éste camino para quien quiera participar en él, libre y sin ataduras de ningún tipo.

Por consiguiente, les invito a acompañarme en éste nuevo periplo. Gracias


Fdo. Sergio Suárez Hernández...

-Una única y simple condición, los relatos tendrán que llegar desde los e-mails de los autores con su nombre en el pie, dando autenticidad a los mismos. Lo demás depende sólo de vuestra creatividad e imaginación.